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Salieron de Carúpano y recorrieron ocho países, pero al llegar a la frontera de EEUU se encontraron con la peor noticia

Autor: Elizabeth Gutierrez

Cortesía

El panorama que se vive en el bordo fronterizo no se diferencia del resto de días pasados en los que se vive una lucha constante por el espacio entre agentes de la Guardia Nacional texana y los cientos de migrantes extranjeros que tratan de llegar a los Estados Unidos.

Por Norte Digital

Mientras un grupo de aproximadamente 40 migrantes permanecen sentados frente a los agentes militarizados, una joven permanece recibiendo atención médica sobre una camioneta del Instituto Nacional de Migración.

En aquel punto en el que permanecen temporalmente los migrantes, una de ellas pide clemencia a las autoridades americanas, resalta todas las violaciones graves de derechos humanos que han sufrido en su paso por la frontera. Subraya que están cansados de ser tratados como animales y ven con incredulidad que, a pocos metros de lograr su cometido, no los dejen pasar hacia los Estados Unidos.

Aquel discurso de dolor que tienen los migrantes hacia los agentes estadounidenses, es interrumpido por la voz de un agente de migración mexicano.

“¿Dónde está Moisés, el papá de Kimberly?”

El agente de Migración llama a Moisés Rojas, padre de Kimberly, la menor que estaba siendo atendida por los otros agentes le dice que tiene que volver a suelo mexicano, que su hija ya ha terminado de ser atendida y que es necesario que vuelva para que pueda cuidarla.

Sin embargo, el hombre que permanece junto al grupo de aproximadamente 40 personas se niega a dejar el bordo fronterizo. Pide que traigan a su hija y entonces aparece Kimberly, con unos huaraches de plástico desgastados, una venda colocada en la parte posterior del tobillo derecho y una pequeña bolsa que trae dentro un jugo y algunos alimentos.

El semblante de Moisés cambia radicalmente, habla con agentes de la Guardia Nacional texana, pero parece que únicamente consigue negativas por parte de ellos. Uno de los agentes del Instituto Nacional de Migración, le ofrece estadía en un albergue para él y su hija.

Sin embargo, el peso de las decisiones se viene encima de Moisés y, junto con la negativa colectiva del resto de migrantes que señalan que los agentes de migración les han hecho promesas falsas y los dejan en peores condiciones que en las que son encontradas, termina por romperse y comenzar a llorar.

Asegura que él únicamente quiere llegar a Estados Unidos por una vida mejor junto con su hija, que su esposa quedó ciega y que en su país no hay forma de que pueda pagar la operación que necesita.

El agente de Migración, le convence de que cruce a hablar con su hija, que no los van a deportar ni encerrar, que solamente quieren darles atención médica y ofrecerles un espacio donde puedan descansar.

Las dudas recorren el cuerpo de Moisés, pero el estado de su hija, y el propio, que confiesa que desde hace tiempo sufre un desgarre en la pierna derecha, hacen cada vez más atractiva la oferta del agente mexicano.

Aunque su hija duda por algunos instantes sobre la decisión que tomará su padre, finalmente el hombre de 52 años, proveniente de Carúpano, Venezuela, decide aceptar la oferta y entregarse a recibir atención por parte de las autoridades mexicanas.

Después de recoger su mochila, con su papelería y las pocas prendas de ropa que aún le quedaban, Moisés se encamina hacia el bordo, de regreso a lado mexicano. El punto de encuentro con los agentes de migración se encuentra en una sección aledaña a la puerta 37.

En un pequeño lago que se forma en el lugar, y donde otro migrante estaba bañándose, los agentes consiguen que Moisés llegue al lado mexicano para reencontrarse con su hija.

De este lado del río Bravo, Moisés cuenta su historia: cuando vivía en Venezuela, su esposa sufrió un accidente que le provocó quemaduras en gran parte de la cara y que la dejó prácticamente ciega.

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