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José María Valls, psiquiatra: “Los abusos de la Iglesia provocan un daño espantoso”

Autor: Aristoteles Moreno

Cuando José María Valls (La Rambla, 1950) empezó a dar sus primeros pasos en el mundo de la psiquiatría, los enfermos mentales malvivían arrumbados en almacenes inmundos. El manicomio de las Ollerías era una nave sembrada de paja con los pacientes atados a la pared. Valls se formó profesionalmente bajo el magisterio de uno de los psiquiatras fundamentales de nuestro tiempo: Carlos Castilla del Pino. Y, junto a él, protagonizó una de las revoluciones decisivas de la psiquiatría moderna. Se clausuraron los frenopáticos y, por primera vez, los enfermos mentales eran tratados como seres humanos dotados de derechos inalienables.

A sus 73 años, aún se sumerge cada día en las profundidades cerebrales de sus pacientes en la consulta de Gran Capitán. La psicoterapia y los fármacos han transformado radicalmente una disciplina que siempre ha navegado en las turbulentas aguas del estigma. Son las 9.30 de la mañana. Una hora inmejorable para conversar sobre la culpa, la vergüenza y los circuitos neuronales.

PREGUNTA. Su familia viene de Cataluña en el siglo XIX.

RESPUESTA. Muy a principios del XIX. Vino un grupo de catalanes a instalarse en Montilla porque se constituye en un centro de comercio de vino y aceite con Cataluña. Y parece que mi bisabuelo monta una agencia de transportes en forma de burros y mulos. Se casa con una prima y monta una tienda de coloniales.

El manicomio de las Ollerías era una nave con paja en el suelo y los enfermos atados a la pared

P. Su familia hace el camino inverso que los andaluces.

R. Eso le sienta fatal a los catalanes. Cuando les digo que yo soy hijo de inmigrante catalán, no se lo creen. Creen que Dios les dio el paraíso terrenal.

P. ¿Y cómo se lleva el apellido Valls en la Córdoba rural?

R. Yo nací en La Rambla y me sentía muy contento porque era el único que se llamaba así. Nunca he tenido en absoluto ningún problema por llamarme Valls. Entre otras cosas, porque nunca he sabido ni pronunciarlo. No me he sentido catalán más allá de esa ascendencia lejana como podía ser de los vikingos.

P. Su familia no tenía contacto con Cataluña.

R. No hemos tenido nunca contacto. Yo sé que provenían de Igualada porque lo contaban mis tías mayores. Realmente la familia que me daba identidad eran los Sánchez de Puerta.

P. Siempre se ha sentido andaluz.

R. Sí. Hubo un tiempo en que quería ser francés.

P. ¿Y ese extraño deseo?

R. Fue el salir de la adolescencia. Sentí que había gente distinta que lo pasaba bien y que no andaba comprimida como nosotros. Decidí que lo mío era ser francés.

P. Para escapar de la España franquista.

R. Sí.

Fuimos los primeros de España en dejar el manicomio a un lado

P. Y estudió en los Salesianos, la “tortura organizada”, según sus propias palabras.

R. Sí. Hoy día deberían estar todos en la cárcel. Eran la antieducación. Un régimen de terror, de castigos, de palizas y, peor aún, de abusos. Yo me escapé. Tuve la suerte de ser sobrino del rector del seminario que iba a verme. Y supongo que me libré del pecado. Eran muy mala gente. Al mejor de todos, cuando lo volví a ver seis años después, no pude saludarlo porque le quería pegar.

P. No salió feliz de los Salesianos.

R. No. Me puse muy feliz al salir. Llegué a Cádiz a estudiar. Recuerdo el primer paseo y no sabía que había ciudades así. La gente joven andaba por la calle, entrabas a un bar y te miraban. Aquí las chicas no miraban a los chicos ni de broma. Aquello fue como entrar ya en el paraíso.

P. Por cierto, acaba de publicarse un informe del Defensor del Pueblo con unas cifras tremendas de abusos sexuales: 400.000 casos en toda España. ¿Le cuadran las cifras?

R. Me parecen muy escasas. No habrán podido entrevistar a todos aquellos niños. Ni siquiera aunque estén vivos hoy día pueden hablar de ello. Yo he mandado tres informes de pacientes a esa comisión.

P. ¿Usted?

R. Como psiquiatra me lo pidieron los pacientes y yo los animé a que lo hicieran. Son pacientes de cincuenta y tantos o sesenta años. No habían hablado nunca de eso. Y solo cuando se enfrentaron a ello de verdad, se dieron cuenta de que les había jodido la vida. Los abusos es un tema asolador. Destrozan la vida. Lo más llamativo es la sexualidad, pero mucho más grave es la afectividad. El problema de muchísimas de las personas sometidas a abusos es que pueden tener enamoramientos explosivos, siempre con carácter de maltratado. Es como si el sexo desapareciera. Es un daño espantoso. Y, si no le produce una psicosis directa, lo deja en tal inestabilidad que cualquier ráfaga de viento los desmantela.

P. ¿Por qué ha habido tanta impunidad en una sociedad moderna y democrática con los abusos de la Iglesia católica?

R. No con la Iglesia solamente. Ha habido un ocultamiento sistemático por parte de las familias. El abuso exige una cierta complicidad por parte del pequeño, que juega un juego que no entiende. Y lo juega con personas de apego. No con uno que pase por la calle. Lo juega con el tío, con la tía, con el abuelo, con el amigo íntimo, con el cura. Con gente que es importante para el núcleo familiar. Y el juego se convierte en el infierno cuando tienen su propia sexualidad adulta. Cuando tienen su propio deseo, se encuentran que les es muy difícil desprenderse de la imagen del abusador.

Yo recuerdo hace muchos años una pobre chica. Era una luchadora impresionante y espero que le haya ido bien. Una hija de prostituta que estaba metida en un orfanato. Y el padre era tan buena persona que iba a por ella los fines de semana. Se la llevaba a una pensión y se acostaba con ella. Y esta chica estuvo así años. Considerándose feliz de que haciendo aquello tenía feliz a su padre y tenía asegurada de que viniera a verla y le comprara caramelos. Cuando esa chica se va a casar, se le impuso la imagen de un viejo con el pelo blanco, que era evidente un trasunto del padre, cada vez que el novio intentaba tener relaciones con ella. Le costó comprenderlo y pudo superarlo, aunque le había jodido la vida.

P. ¿El pecado marcó vuestra generación?

R. De rigor es decir que mucho y mal. Pero tenía su parte buena.

P. ¿Cuál?

R. Pecar.

La enfermedad mental de hoy es la crisis de angustia y de pánico

P. Era un estímulo.

R. Fumarse un cigarro, masturbarse, mirarle los calcetines a alguien que pasaba por allí era una experiencia que yo no he vuelto a tener. Sin el pecado, se acabó.

P. Para muchos, el pecado representó una castración.

R. Era espantoso. La Iglesia tenía mucho poder sobre la juventud de clase media y alta. La clase baja no iba a colegios de la Iglesia. Y muchos a ningún colegio. A esos la Iglesia no les llegaba.

P. ¿Cómo actúa el pecado en el cerebro?

R. Está muy estudiado. Los sentimientos de vergüenza y de culpa eran, junto con la necesidad de autoestima, las tres patas de nuestra integración social. Nos integramos imitando a los que están en frente. Es el sentimiento de la vergüenza el que nos hace hacer lo que vemos sin que sea algo para nosotros comprensible, ni siquiera explicable, sino que las cosas son lo que tienen que ser. Entre los 12 y los 14 años esa norma del otro se hace propia. En ese momento el niño está construyendo su propio código de circulación. Ya no mira al otro para saber por dónde va sino que se mira a sí mismo. Esa es la culpa. Cuando cometes un pecado de un código que es tuyo te traicionas a ti mismo y es deparador de culpa. Un sentimiento que puede llegar a ser depresivo. Aunque hay que decir que la culpa se maneja mejor que la vergüenza. En la vergüenza tú no has saltado ninguna regla propia. Has saltado una regla del otro. Te destruye en el sentido de que te deja inerme, sin respuesta posible. Tu identidad entera se queda vacía. Por eso, los tímidos se quedan bloqueados con esa facilidad. Porque la vergüenza los deja paralizados.

P. ¿Nos hemos liberado ya del pecado en nuestra generación?

R. La Iglesia está perdiendo mucho poder. Mucho. No es fácil entender lo que era la Iglesia cuando yo era chico. Yo conocí el Concilio Vaticano II y a Pío XII. Era una Iglesia omnipresente. La aristocracia siempre ha considerado a la Iglesia como su Iglesia. La clase media no. Ha sido siempre víctima feroz de ese tipo de normas. Yo recuerdo las novenas, los quinquenios, los triduos.

P. Hemos perdido el miedo al más allá.

R. El problema de la Iglesia es que se le ha pasado el arroz. Lo que ha empezado a hacerle perder el poder es la conducta sexual. Toda Iglesia, por muchos dioses que tenga, está encaminada a regular la relación sexual y el control de la mujer. Después ya se le viste de ropaje para que aquello parezca que es divino. ¿Dónde pierde la Iglesia su poder? En el feminismo y en la sexualidad. Eso es lo que ha estado socavando permanentemente a la religión. Además han tenido el error de meterse en política. De intentar que sus valores se confundan con los de la burguesía o la aristocracia. Hay una especie de síndrome de Estocolmo. Piden el voto al PP, por ejemplo, para la ley del aborto. Tú puedes ser una española que no aborta, y que no hará nunca uso de esa ley, pero no te tienes que convertir en el Torquemada de toda aquella gente que quiere abortar.

P. ¿La religión es un delirio colectivo?

R. No.

¿400.000 víctimas de pederastia en la Iglesia católica? Me parece una cifra escasa

P. ¿Qué es la religión?

R. Un meme.

P. ¿Un meme?

R. Sí. Suena raro, pero el que inventó la palabra meme es un sociólogo que se llama Dawkins y es genetista. Se inventó esa palabra por su parecido con ‘gene’, en inglés, que significa gen. Y la inventó para identificar determinadas ideas, entre las que está la idea de Dios, que son contagiosas. Porque encajan en la solución de vinculaciones que te estabilizan y, sin darte cuenta, las metes dentro de ti sin que sean sometidas a crítica.

P. A usted, Freud lo salvó del desamor.

R. Me dejó una novia puñetera. Maldita sea. Sí, sí. Lo pasé fatal y leía a Freud, y después a Marx, para liberar mi alma.

P. ¿Y cómo le salvó?

R. Yo estaba muy mal y no me entendía. Te estoy hablando de los 18 años. Lo último que quería ser era psiquiatra. Me parecía una especialidad entrometida. Y cayó en mis manos los libritos de Alianza Editorial de Freud que fueron publicando en aquella fecha. Y, de repente, fue como ver que las cosas podían tener un sentido muy distinto y que, en la medida en que te eran accesibles, tampoco eran para tanto. En el momento que tú pones el problema encima de la mesa, el problema se queda en una patata chuchurría. Ningún problema soporta una observación desde fuera. Solamente si lo incubas en tu cabeza con todos tus miedos la patata se va hinchando y termina como una calabaza. Pero sacándolo fuera es un altramuz.

P. Y estudió psiquiatría para comprenderse mejor.

R. No. Me interesó mucho el tema y me hice alumno interno de psiquiatría. Era el único, lo cual también daba un cierto prestigio. Y, poco a poco, fui profundizando más. Me he hecho muchas terapias de entrenamiento. Cinco años de psicoanálisis y otros cuatro de psicoterapias de grupo y alternativas. Aparte de 35 años con Castilla del Pino.

P. Eso sí que tiene mérito.

R. [Risas] Estoy a ver si me dan algo, ahora que se reparten medallas.

P. En los años 70 precisamente se incorporó al equipo de Castilla del Pino. ¿Qué significaba Castilla del Pino en la psiquiatría de entonces?

R. Eso es imposible explicárselo a los psiquiatras que no estaban allí. La psiquiatría de entonces no es imaginable. No había asistencia pública. Había neuropsiquiatras de zona que eran médicos especialistas en neurología y en psiquiatría. Y eran siete para Córdoba y provincia. O sea, un neurólogo y psiquiatra para unos 100.000 habitantes. Y el manicomio original que estaba en Ollerías era horrible.

Yo he mandado tres informes de abusos al dosier del Defensor del Pueblo

P. Un almacén de enfermos mentales.

R. Eran naves con paja en el suelo y con enfermos atados a las paredes. Se barría la paja cada quince días.

P. ¿Usted vio aquello?

R. Estaba estudiando la carrera y pude entrar solo en la puerta. Aquello lo derribaron. Y a Ruiz Maya le han puesto una calle y todo.

P. Ruiz Maya fue represaliado de la Guerra Civil aquí en Córdoba.

R. A su padre lo fusilaron porque era concejal o algo del PSOE, minutos antes de que él se afiliara a la Falange. Nadie le preguntó si era miedo, vergüenza o mala leche.

P. Instinto de supervivencia.

R. No es la única manera de sobrevivir. Querer sobrevivir no significa meterse a Falange para reprimir a todo Cristo viviente. A ese hombre le pusieron en sus manos construir el gran psiquiátrico moderno. Y mandó a su yerno a Inglaterra para estudiar psiquiatría comunitaria. El hospital psiquiátrico que vieron allí era una especie de ciudad cerrada donde a ciertas horas del día los enfermos hablaban unos con otros. Con esa idea hicieron aquí un hospital que, en principio, estaba bien. Con el inconveniente de que aquello lo llevaban tres médicos, dos ATS y uno no iba porque solo estaba para dar ‘electroshock’. La Diputación de Córdoba, a finales de los 70, nos pide al grupo de Castilla y a mí que nos hagamos cargo de aquello. Hicimos un estudio sobre psiquiatría comunitaria, pero de otra manera. Es decir, con los enfermos en la calle y que fueran tratados en la medida que se pudiera de forma ambulatoria. Los que tenían apoyo familiar, estupendo. E ir creando pisos protegidos, residencias y estructuras que no los aislara de la comunidad. Dividimos el psiquiátrico en dos: la puerta y el almacén. Y el almacén se lo dejamos a ellos.

P. ¿Ellos quiénes?

R. Los que estaban antes. Y la puerta la administramos los que llegamos. Yo estuve allí los primeros cinco años. Ni un solo enfermo de los que llegó pasó al otro lado de la puerta. Todos fueron tratados, mejorados y devueltos a la comunidad donde ya Castilla llevaba el dispensario y era el que los ubicaba en su carácter ambulatorio.

P. Eso fue una revolución.

R. Sí, porque realmente sirvió de modelo a toda España.

La Iglesia ha perdido su poder en el feminismo y la sexualidad

P. Castilla fue clave en la clausura de los manicomios y la humanización del enfermo mental.

R. Sí, pero Castilla no fue activista en la clausura de los manicomios. Los ‘castillistas’ fueron más los revolucionarios. A él le interesaba más la psicopatología.

P. Vuestra nueva manera de entender el manicomio se expandió a toda España.

R. Había habido intentos en Oviedo y otros lugares de abrir las puertas para que el enfermo tuviera más fácil entrar y salir del manicomio. Fuimos los primeros en dejar al manicomio en un lado y centrar la asistencia en el dispensario. Y, si hay un encierro agudo, no tiene que ser en el manicomio, sino en el hospital. Se abrieron las primeras unidades de agudo hospitalarias y se empezaron a trabajar en centros de día. La Junta de Andalucía hizo un gran esfuerzo. Nos peleábamos todos los días con verdadero fragor pero yo reconozco que fue una gestión muy meritoria. Invirtieron dinero y ganas y dejaron trabajar a los profesionales.

P. Castilla dijo: “Lo poco sabio que soy se lo debo a los pacientes”. ¿Y usted?

R. Por supuesto.

P. ¿Qué ha aprendido de los pacientes?

R. Prácticamente todo, porque lo que no ves en el paciente no te sirve. Para mí, es la pila que me mueve. Hoy he venido para acá con fiebre. Y cuando paso el primer paciente se me quita todo. Ni me acuerdo de que estoy enfermo. Estás en un mundo apasionante que es la historia de alguien. Me dan ganas de vivir. Aunque lo que veo son dramas espantosos.

P. Freud habló de dos tareas imposibles: educar y curar. ¿A qué diablos se dedica aquí en la consulta?

R. Nos vamos a meter en el núcleo duro del ‘deconocimiento’. Realmente todavía no hay ningún marcador biológico para ninguna enfermedad mental.

P. ¿Qué significa eso exactamente?

R. No hay ninguna radiografía. Ninguna imagen. Ningún análisis.

Todavía no hay un marcador biológico para determinar la enfermedad mental

P. No hay ningún soporte fisiológico que determine qué es una enfermedad.

R. No hay un predictor biológico. Si tienes fiebre pues habrá infección. En psiquiatría no tenemos eso. Es más: cuando aparece eso, con síntomas psiquiátricos, resulta que la enfermedad no es psiquiátrica, sino que es una enfermedad neurológica o somática con complicaciones psiquiátricas. Todos nos emborrachamos alguna vez. Y el alcohol hace determinadas modificaciones cerebrales que se pueden acompañar de delirio de grandeza, de amor universal o de coma etílico. Es decir, destapa una serie de conductas que no puedes ponerlas en relación con el alcohol directamente. El alcohol no provoca a todo el mundo que ame al primero que pasa por ahí. A alguna gente le pasa y a otra no. Luego el problema no está en el alcohol. ¿Dónde está el problema? Entonces, si no sabemos dónde está el problema, ¿es o no es una enfermedad?

P. Pero hay patologías mentales, por ejemplo la depresión, que tienen un reflejo bioquímico en el cerebro.

R. Todo tiene reflejo bioquímico porque si no sería sobrenatural. Evidentemente yo bebo porque tengo sed. Movilizo toda una serie de circuitos para coger el vaso de agua. Todo es cerebral. Llevo diez años organizando cursos de neurociencia y conducta en la Menéndez Pelayo. Y ha pasado gente muy relevante de todos los ámbitos. Pero, al final, todos reconocen lo mismo. Con la neurociencia tú puedes ver dónde pasan las cosas en el cerebro. El cerebro es el órgano de la relación. Se considera que tiene ese enorme tamaño para el peso del cuerpo por lo complicado que es vivir con la gente. La vida social es la vida más complicada.

P. La complejidad de nuestro cerebro viene terminada por la complejidad de nuestras relaciones.

R. Eso dicen los neurocientíficos. Una de las causas evolutivas que ha llevado a que tengamos un cerebro tan caro y tan grande. Ten en cuenta que el cerebro consume el 25% de nuestro azúcar y de nuestro oxígeno. Y el 25% es mucho para un kilo, que es lo que pesa el cerebro. Y además el cerebro no para. No es verdad que el cerebro se duerma y se apague. El cerebro funciona de otra manera pero sigue funcionando durmiendo, cuando apenas disminuye el consumo un 5%. Es el órgano para que nos relacionemos con el medio físico y, sobre todo, con el medio social.

P. ¿La neurociencia va a marcar el futuro de la psiquiatría?

R. No. La neurociencia va a marcar el futuro de la neurología. El futuro de la psiquiatría lo debe marcar la antropología. Poder entender cómo nos relacionamos es un problema de antropología cultural. La cultura nos determina de una manera muy importante. Determina qué sentimos, si nos enamoramos o si enamorarse está feo. Si nos cabreamos o cuándo hay que cabrearse. Determina sentimientos que en un país existen y en otro no.

Todo tiene un reflejo bioquímico en el cerebro

P. ¿Cuál es la enfermedad mental de nuestro tiempo?

R. En este momento la crisis de angustia y la crisis de pánico.

P. ¿Por qué?

R. Le doy las tres versiones. Es una enfermedad que aparece muy tarde. No hay descripciones hasta finales del siglo XIX. Concretamente, 1883, con un artículo de Freud en el que describe lo que él llama neurosis de angustia. Las rasgos clínicos de las crisis de pánico que describe Freud están hoy en el DSM-5 prácticamente copiados. Por lo tanto, ha definido un modo de ajuste cerebral de adaptación, que responde a una estructura, al menos en el mundo occidental, y que no estaba descrita antes. Hay un experto que decía que si realmente la enfermedad mental es consecuencia de la dificultad para adaptarse a una situación afectiva, social, económica, ¿a qué demonios responde la crisis de pánico? Y fue muy agudo: es la dificultad para adaptarnos a las sociedades con pocos peligros. Nos hemos criado en sociedades donde tenías que estar continuamente alerta y en el momento en que esa alerta no es necesaria el cerebro no se adapta bien.

P. Y la inventa.

R. En efecto, inventa alertas.

P. En Oriente Medio no hay crisis de pánico.

R. Pero al de Oriente Medio lo traes aquí, se levanta por la mañana y no hay ninguna bomba, sale a la calle y ve a la gente normal, y al muy poco tiempo empieza a tener crisis de angustia. Yo he visto varios casos de las pateras. Chicos que han llegado de la miseria y de situaciones muy dramáticas. Y cuando, por fin, han conseguido estudiar una FP, un trabajo estable, una novia española y tienen el cielo en sus manos, vienen aquí porque la angustia no los deja vivir.

P. El cerebro necesita siempre el abismo.

R. No siempre. Pero vivir tranquilo exige un entrenamiento. Para irte a la guerra te meten en un campo a pegar tiros y en un mes ya te han preparado. Para salir de la guerra te tienes que ir a un monje budista.

P. ¿Qué hay detrás de la ansiedad?

R. A veces nada. Yo sospecho que no es una enfermedad mental. Creo que es una enfermedad psicosomática, porque el problema ya pasó. Cuando tú tienes los síntomas, ya no hay ningún problema. Como las agujetas. La angustia es una conducta adaptativa. Como el dolor. Son emociones negativas para evitar riesgos. El dolor está vinculado más al daño físico, la angustia más al daño en la relación. En el cerebro se expresan en el mismo sitio. Es normal tener angustia y es bueno tenerla.

Detrás de la ansiedad, a veces, no hay nada

P. ¿Bueno?

R. Es que tener dolor es bueno.

P. Te avisa.

R. Te avisa. Hay algunas enfermedades que no tienen sensaciones dolorosas. Y claro: estás lleno de heridas, de fracturas, de golpes, porque has perdido esa defensa. Nada de lo que pasa en la llamada enfermedad mental es ajeno a lo que pasa en la llamada salud mental. La tuberculosis es ajena a la vida sin tuberculosis. Hay un bicho desde fuera que ha venido. En la vida mental eso no ocurre.

P. ¿Fármacos o psicoterapia?

R. Para mí, hay una gran contradicción en la base. Hay quien dice que no sabemos lo que es la depresión. Entonces, ¿para qué damos antidepresivos? No sabemos lo que es la artrosis, ¿para qué damos antiinflamatorios? Bueno, pero parece que le mejora un poco. Frente a esa visión, lo que sí es cierto es que la industria farmacológica y el gran negocio que ha supuesto la aparición de estos fármacos han distorsionado la psiquiatría tremendamente. Han obligado a clasificaciones de enfermedades mentales prácticamente sin psicopatología. Han intentado quitar todo lo posible para que así podemos llegar al cerebro y ver qué síntomas son expresión directa del cerebro y no interferencias culturales. Estamos en el momento en el que eso está haciendo aguas. Y yo estoy muy contento. Claro está. Pero considero que los fármacos ahora mismo no son sustituibles aunque no son imprescindibles.

P. ¿Y la psicoterapia?

R. Psicoterapias se han hecho de todas leches. Pero hay muchas psicoterapias que son equivalentes a los fármacos. Las cognitivo conductuales. ¿Esas terapias se enteran de a quién tienen delante? No. ¿Les importa la vida del que tienen enfrente? No. ¿Qué es lo que hacen? Se me viene un pensamiento de que Cristo tiene el pelo largo y me mira. Bueno, pues vamos a ver cómo evitamos el pensamiento. Hacemos una serie de maniobras y, en gran medida, desaparecen esos pensamientos. ¿A eso se le puede llamar curar?

P. Usted es más partidario del psicoanálisis.

R. Tampoco. El psicoanálisis es una fuente de iluminación pero se lo cargaron las compañías de seguros americanas. Pagabas el seguro de asistencia psiquiátrica y la psicoterapia psicoanalítica es para toda una vida. Puedes estar años y años persiguiendo mariposas en tu cabeza. Y entonces las compañías de seguro americanas dijeron que no pagaban más que seis meses. De ahí surgió toda una serie de corrientes de psicoterapias abreviadas.

P. ¿La felicidad es la capacidad adaptativa del ser humano?

R. Sí. Yo creo que sí. Adaptativa de una forma productiva. En el sentido de que te sientas dueño de esa adaptación y seas capaz de amar, de trabajar y de educar.

La felicidad es la capacidad adaptativa del ser humano

P. ¿Y para qué sirve el amor?

R. Desde el punto de vista evolutivo, parece que para crear niños. Por otra parte, somos animales sociales y la estructuración del grupo social está muy vinculada a la intensidad del afecto. Hay un antropólogo muy interesante que se llama Dunbar. Estudiaba qué grupos sociales tenían los chimpancés. Y se le ocurrió la idea, que resultó ser genial, de relacionar el número de monos con la superficie del cerebro. Y descubrió que había una proporción. Buscando esa proporción en la superficie del cerebro humano dictaminó que el hombre es capaz de tener ciento cincuenta relaciones a la vez. Y ha ido determinando círculos de quince, de los más próximos a los más distantes. Lo que mantiene cohesionados esos círculos es la sociabilidad. Y la sociabilidad es una consecuencia del amor. No puedes tener sociabilidad con gente que no quieres.

P. ¿Y tiene que ver con el instinto de supervivencia? Socialmente tenemos más probabilidades de sobrevivir que de forma individual.

R. De momento, es así como se interpreta. Toda la evolución está interpretada en base a la supervivencia de la especie, en primer lugar, y del individuo, en segundo lugar. El altruismo es una conducta valiosa que está muy homenajeada por el grupo. Y que alguien sufra para que el grupo pueda salir adelante es lo que hace pensar que estamos programados para que la supervivencia del grupo esté por encima de la nuestra. Y cuando eso no ocurre suelen ser expulsados del grupo.

P. ¿Las nuevas tecnologías cambiarán nuestro cerebro?

R. Por supuesto. Lo cambian los helados y las bicicletas. Sócrates montó un pollo cuando salieron los libros. Hasta Sócrates, los libros eran de transmisión oral. Y montó un pollo fenomenal porque era el fin de la humanidad, que iba a perder la memoria. Los coches han cambiado nuestro cerebro muchísimo. Hacemos operaciones con los coches que no nos imaginábamos que las pudiera hacer el cerebro. Cuando inventaron el tren, hubo en Inglaterra una asociación científica que tuvo reuniones muy serias para dictaminar cuál es la máxima velocidad que puede soportar el ser humano. Llegaron a la conclusión de que 45 kilómetros por hora.

P. ¿Qué dice el horror de Gaza del ser humano?

R. Pues que eso es lo más humano que ha conocido nuestra especie.

La crisis de pánico es la dificultad de adaptarnos a sociedades con pocos peligros

P. Matarse.

R. Sí.

P. ¿Más que amar?

R. Hay un problema que caracteriza al hombre frente al Neardental y otras especies de homínidos: la capacidad de simbolización. Arsuaga defiende que la gran diferencia entre Cromañón y Neardental es que el primero es capaz de idealizar. De tener bandera. De tener entierros. De tener religión. Patria y religión. Y eso fue un gran avance evolutivo porque dio cohesión al grupo. Y permitió la aparición de grupos más grandes. Pero ahora ya está sobrando.

P. Simbolizamos demasiado.

R. Sí, claro. ¿Por qué se están matando los israelíes y los palestinos? Porque hace cinco o seis mil años, que vaya usted a saber, Dios le dio Israel al pueblo de Abraham que estaba en Irak. Y, de repente, se levantó un día y ¡coño¡ que me ha dicho Dios que hay una “tierra de miel y trigo” allí. Y fueron y se cargaron a los cananitas. Eso está ahí cinco mil años después. Y con los palestinos no nos queremos enterar de que Mahoma se subió en una yegua blanca que fue a parar al lado del templo de los judíos. Y a Cristo lo mataron y resucitó justo en el mismo sitio.

P. Qué casuallidad. Las tres religiones monoteístas se disputan el mismo lugar.

R. Pues sí.

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