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César Vallejo: la medicina, el cine y la guerra

Autor: Meer

Es muy bien conocida y difundida la actividad poética y cuentística del célebre bardo peruano César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 1892 – París, 1938). Lo que muy pocos conocen es su faceta periodística entre 1925 y 1931. En el libro Del siglo al minuto. Crónicas sobre máquinas y ciencia (2021, Casa de la Literatura Peruana) podemos encontrar 26 crónicas que Vallejo escribió para las revistas peruanas Mundial y Variedades, la revista argentina Nosotros, el periódico El Comercio de Lima o el periódico El Norte de Trujillo.

Este libro permite que nos aproximemos a las opiniones de Vallejo sobre diversos temas, ya que él, aparte de sus notables capacidades literarias, era un gran observador del mundo y le atraían los aspectos morales, políticos y sociales de su época. Dado que vivió en Francia desde 1923 hasta su muerte (aunque viajó brevemente a otros países de Europa, como España y Rusia, entre otros), sus crónicas las escribía desde el Viejo Continente. Si bien el célebre poeta peruano aborda temas muy variados en sus crónicas (expresa numerosas apreciaciones de tipo político y social), en el siguiente artículo solamente comentaré la particular visión que tenía Vallejo sobre la medicina, el cine y la guerra.

Es importante que la medicina esté en manos de profesionales con ética

Demostrando su espíritu combativo, Vallejo describe en Graves escándalos médicos en París algo que muchas veces se ha comentado entre la ciudadanía, pero que en pocas ocasiones ha aparecido (o aparece) publicado en los medios de comunicación: las malas prácticas médicas. Tal vez porque el gremio médico goza de un sólido prestigio, a pesar de que nunca faltan ni faltarán los médicos inescrupulosos. Este texto fue publicado el 7 de abril de 1929 en el diario El Comercio y efectúa cuestionamientos muy pertinentes, que podríamos aplicarlos para la época actual, sin duda. Por ejemplo, Vallejo afirma: «Primero fue la emisión de certificados médicos falsos, correspondientes a enfermedades inexistentes o distintas de las que se enunciaban. Luego fue el caso de cirujanos que ‘operaban’ a mujeres gordas para modelar mejor sus formas o para hacerlas delgadas. Después fue el delito de intervenciones quirúrgicas, con anestesia total, de cuya autenticidad dudaban los propios enfermos» (pág. 113).

Vallejo no solo parece estar describiendo la realidad parisina de entonces (fines de la década de 1920), también parece estar graficando hechos que ocurrían y ocurren en muchos lugares del Perú. Luego, realiza una acertada crítica al lucro que conlleva muchas veces la práctica médica: «El ejercicio de la profesión de médico conduce, en la mayoría de los casos y en virtud de la actual organización económica de la ciencia aplicada, a un continuo atentado contra los intereses sociales» (pág. 114). Seis líneas después, como una reflexión inteligente y verdaderamente ética, añade: «No es posible eliminar del rol profesional el elemento delictuoso consistente en el espíritu de lucro y en la tendencia a la especulación ilimitada -que le son orgánicos y peculiares- sin destruir toda la razón de ser de la profesión (…) donde domina el apetito incontrolable del dinero y la puerta abierta y ancha a la especulación, no hay ni puede haber respeto al interés de los demás».

Por lo visto, tal situación no ha cambiado mucho 95 años después de haberse escrito esta crónica. Eso significa que el ser humano sigue siendo el mismo de antes, con una moral que se supedita permanentemente a la ambición por tener más y más dinero. Sin embargo, Vallejo no se queda solo en la crítica periodística, puesto que también propone una solución profunda y nada sencilla: «Solo el día en que las profesiones dejen de ser liberales y se conviertan en servicios del Estado -bajo un nuevo equilibrio de intereses sociales e individuales, exento de toda especulación- solo ese día desaparecerán los escándalos y delitos profesionales» (pág. 116).

Mientras que en Los enterrados vivos, publicada en la revista Mundial número 480, del 30 de agosto de 1929, Vallejo lamenta que se sigan produciendo inhumaciones prematuras, a pesar de que la medicina, como profesión, ha avanzado lo suficiente durante veinte siglos para evitarlas. Al respecto, indica varias cifras esclarecedoras: «En la actualidad, el número de enterrados vivos es de uno por cada treinta mil inhumaciones. En Francia se calcula en seiscientos enterrados vivos al año. En los Estados Unidos, la proporción es de cinco por mil (…). La estadística demuestra que el fenómeno se produce en el estado actual de la ciencia con idéntica frecuencia que hace dos mil años, cuando la medicina se encontraba en sus pañales. El progreso de la ciencia no ha podido hasta ahora evitar las inhumaciones prematuras. Más todavía: no ha podido disminuir el número de ellas» (pág. 117).

Vallejo concluye que las inhumaciones prematuras tienen siempre un responsable directo, que es algún mal profesional de la medicina que no supo asumir ni cumplir el juramento hipocrático: «En resumen, la ciencia dispone, en estos momentos, de recursos infalibles para constatar si un sujeto está, en un momento dado, vivo aún o muerto. Si ocurren casos de enterrados vivos, ello obedece siempre a la ineptitud o a la inmoralidad del médico que constata la defunción» (pág. 120).

Vallejo y su fuerte relación con el cine

Otro tema que atraía profundamente a Vallejo era el desarrollo constante del séptimo arte. Por eso publicó en la revista Mundial número 391, del 9 de diciembre de 1927, la crónica Contribución al estudio del cinema, donde considera al silencio como un valor fundamental del cine y representa una contraparte del ruido que proviene de la vida moderna: «El silencio perseguido por el progreso moderno se ha refugiado en las salas obscuras del cinema (…) Si la vida moderna ha inventado tanta máquina ensordecedora, con todas sus consecuencias resonantes, nos ha dado, en desquite, el cinema, donde reina el silencio. El sonido ha aumentado en la calle, pero ha disminuido en las salas de cinema» (pág. 84). No hay que olvidar que hasta ese año el cine mudo o silente todavía era el tipo más difundido y vigente. La primera película completamente hablada llegaría recién en 1928: Lights of New York, dirigida por Brian Foy y protagonizada por Helen Costello y Cullen Landis, cinta que fue un enorme éxito de taquilla.

Luego Vallejo publica en la revista Variedades número 1054, del 12 de mayo de 1928, el texto Ensayo de una rítmica a tres pantallas, donde señala que: «Abel Gance no logró mucha belleza en su película Napoleón. Gance hizo un film cinemáticamente banal, enjaezado de brillantes reconstrucciones históricas y extracinematográficas, como Quo Vadis, Salambó o Iván el Terrible. Los ‘realizadores’ del ecran, como el Gance de Napoleón, se arremolinan en un grueso y bizco concepto del cinema reduciéndolo a un simple arte de mise-en-scene» (pág. 97). Por sus comentarios, es evidente que a Vallejo no le gustó la película Napoleón (1927) del francés Abel Gance. Sin embargo, habría que precisar que esta cinta es una de las mejores y más innovadoras (en el aspecto técnico) de la época del cine silente y directores de renombre como los estadounidenses Stanley Kubrick y Martin Scorsese han expresado su admiración hacia ella. Tal vez el poeta peruano esperaba ver en la pantalla grande algo menos vanguardista para su época.

Por cierto, Vallejo cree que el cine tiene una importancia muy grande como manifestación de la modernidad y el progreso, así como también puede ayudar a defender los valores del espíritu humano frente al materialismo creciente de inicios del siglo XX. Por ello, en su texto La dicha en la libertad publicado en la revista Mundial número 399, del 3 de febrero de 1928, afirma que: «Digno es de señalarse, entre otras, la campaña del arte y, más en particular, precisamente la del cinema, pantalla escabrosa en la que muchos amigos de conclusiones radicales ven una bandera del progreso material contemporáneo. Dos películas recientes -las mejores del año, una alemana y otra norteamericana- constituyen una embestida poderosa contra aquel y una defensa admirable de los valores del espíritu. Ben Hur y Metrópolis ponen de manifiesto -la una en el pasado romano y la otra en el futuro yanqui- hasta qué punto el rascacielos de Ford y el caballo de Calígula han sido -o pueden llegar a ser- los dioses y verdugos de los hombres» (páginas 92 y 93).

La actitud probelicista de Vallejo

A pesar de todo lo positivo y reflexivo que encontramos en estas crónicas, hay una de ellas que llama bastante la atención, y de forma negativa, por las afirmaciones realmente polémicas que realiza César Vallejo. Se titula Explicación de la guerra, fue escrita para la revista peruana Mundial número 364 y publicada el 3 de junio de 1927. En este texto, Vallejo señala: «Séame posible aventurar que la guerra es acaso hermosa, entre otras cosas, porque existe el cloroformo» (pág. 79). ¿Está diciendo Vallejo que una guerra, cualquier guerra, donde suelen morir cientos o miles o millones de personas, puede ser bella? Luego, también asevera que: «Los grandes descubrimientos de medicina y cirugía -se dirá- se producen a raíz de las grandes matanzas. Si no hubiera guerras, no sería posible ningún descubrimiento en la materia» (pág. 79). Nuevamente, parece haber un afán promotor de las guerras por parte de Vallejo. O, por lo menos, un evidente aprecio o ensalzamiento de estas, pese a su mortandad intrínseca.

Pero existen más ideas desconcertantes de Vallejo: «Solo Alemania, Francia, Inglaterra tienen derecho a guerrear, a causa de haber creado métodos de cirugía, fórmulas medicinales, cueros terapéuticos, instrumentos clínicos, medicamentos. ¿La guerra es buena o mala? Hay sus teorías. De lo que se puede estar seguro es que, si la guerra es mala, lo es menos cuando la hacen grandes pueblos creadores. En cambio, de ser mala la guerra, lo es más cuando la hacen pueblos inferiores, que los hay» (pág. 80). En esta argumentación, Vallejo indica que solamente tres países europeos tienen derecho a la guerra, a causa de haber creado medicinas e instrumentos clínicos. ¿Eso significa que ningún otro país que fuera atacado militarmente podría responder dicha agresión? No parece un argumento sostenible.

Por otra parte, Vallejo asevera que existen pueblos creadores y pueblos inferiores. Sorprende una afirmación de ese tipo, evidentemente segregadora. Y añade Vallejo que la guerra es menos mala cuando la realiza un pueblo creador. La verdad es que cualquier país que inicie una guerra traerá las mismas consecuencias nefastas: sangre, dolor, muerte, empobrecimiento y destrucción de los pueblos o ciudades, mutilados, personas que quedan con discapacidades físicas o traumas psicológicos (o con ambas cosas), viudas y huérfanos. No hay forma de ver una guerra como algo positivo.

Quienes estudiamos o investigamos constantemente a los creadores (sean del arte, la literatura o la música), sabemos muy bien que ser un personaje respetado y admirado (como escritor, poeta, pintor, escultor, cantante, músico o compositor) en su área de trabajo cultural no significa que todas sus opiniones vayan a ser ejemplares o estén correctamente fundamentadas. Apreciar a los creadores que destacan en el ámbito cultural nacional o internacional no significa que siempre estaremos de acuerdo con lo que piensen u opinen. No olvidemos que el extraordinario escritor argentino Jorge Luis Borges apoyó a los dictadores Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet, así como el destacado escritor francés Louis-Ferdinand Céline fue un declarado antisemita (publicó tres panfletos al respecto entre 1937 y 1941) y admiraba a los dictadores Adolfo Hitler, Francisco Franco y Benito Mussolini.

Sirva este artículo para descubrir un poco mejor a César Vallejo como ser humano, para acercarnos algo más a la persona de carne y hueso (con diversas opiniones valiosas y otras no muy sensatas) y no solamente al venerado tótem literario que, con toda justicia, se estudia desde hace décadas en las escuelas o las universidades.

Finalmente, es importante mencionar que este libro de crónicas de César Vallejo forma parte de una magnífica serie de publicaciones que la Casa de la Literatura Peruana viene realizando durante los últimos años. Para citar algunos otros libros destacados de esta serie, tenemos a ¡Lloverá, lloverá! 51 poemas agrícolas del Perú (2023), Duque (2022) de José Diez Canseco (pero en la adaptación gráfica de Jessica y Fiorella Quispe Tenorio), El tungsteno (2020) de César Vallejo (en la adaptación gráfica de Fabli Soto Arias y Jorge Lévano Anglas), Al heródico modo. Ejercicios tempranos (1954-1959) (2019) de Javier Heraud, Álbum de familia (2019) de José Watanabe, Los escritores en la escuela (2018), Allí donde canta el viento. Antología de literatura amazónica (2018) o El falso teclado (2016) de Blanca Varela.

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