Cuenta que a Jonatham Demme se lo dejó claro en la primera conversación. “Sé cómo asustar a la gente”, le confesó.
Esta es una de las anécdota que Anthony Hopkins, de 87 años, relata en sus memorias Lo hicimos muy bien, chaval ( We dido ok, kid ) publicadas esta semana, en las páginas en las que rememora cómo se transformó en Hannibal Lecter , el caníbal de El silencio de los corderos con el que en 1991 ganó uno de sus dos Oscar. El otro se lo concedieron por El padre en el 2020).
En esa primera conversación con Demme, el director del que luego sería un éxito de referencia, Hopkins diseccionó cómo se desarrollaría ese personaje, incluida una digresión sobre Iósif Stalin, que era más aterrador cuando no decía nada.
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“El silencio es la parte más aterradora, me recuerda a la infancia, entrar en mi habitación, encender la luz y ver una araña gigante en la pared, quieta, expectante”, le comentó a Demme, que si no estaba todavía convencido, el actor galés le demostró que era el actor perfecto.
Anthony Hopkins en su papel de Hannibal Lecter
Terceros
Hay quien dice que por ejemplo, en el film Los niños de Winton, su interpretación tiene ese tipo de naturalismo tan peculiar que lo hace parecer una persona real rodeada de actores.
Y eso es lo que le hizo atractivo en el papel del caníbal. En la pantalla Hopkins posee una gravedad inusual, casi sobrenatural, sea recitando El rey Lear o interpretando a Lecter , que siempre capta la atención del espectador. Sin embargo, los expertos consideran que su narración de memorias no acaba de capturar la profundidad de su impresionante existencia.
Anthony Hopkins en ‘El padre’
No quita que el libro muestre un recorrido por su vida, desde su infancia compleja, su incapacidad para estudiar y su recorrido para ser actor, su lucha contra el alcoholismo (lo hallaron en 1975 en una carretera cuando conducía de Arizona a Los Angeles con un lapso alcohólico y dejó de beber), así como su carrera en el cine, terreno al que da una mirada en la que se echa de menos más profundidad.
Si se elige a cualquier grande, para bien o para mal, de la historia (Herodes, Hitchcock, Hitler, Picasso, Dickens, Freud el papa Benedicto XVI,…) existen muchas posibilidades de que Hopkins les haya dado vida. Sus memorias sirven, a pesar de esa carencia, como mapa para guiar por todos esos personajes y, al margen de las ya citadas, una retahíla de películas memorables: El hombre elefante , Lo que que da del día , La carta final , Fracture , Motín a bordo , Solo para adultos , Amistad , Regreso a Howard Ends o Drácula, de Bram Stoker . Y todavía hay más.
El volumen, dictado y que en el audio libro pone la voz Kenneth Branangh excepto en el capítulo final donde Hopkins recita una selección de sus poemas favoritos, carece del nombre del escritor fantasma, del coautor. Pero el protagonista explica que “mi vida la ha escrito otra persona, no yo”, si bien no es una admisión profesional.
Se refiere más bien al puzle que ha sido su recorrido, piezas que se unen por accidente o como si tocara la lotería. “Miro mi vida y recuerdo a aquel pobre niño y pienso, ¿cómo pudo suceder todo esto?”, confiesa.
Anthony Hopkins con su madre
REDACCIÓN / Terceros
Nacido el 31 de diciembre de 1937 en Port Talbot (Gales), una ciudad siderúrgica aunque en su familia eran panaderos, el primer capítulo arranca cuando él ya está en un internado, al que llegó con once años. Le distinguía su talento para hacer el tonto y divertir a sus compañeros con sus imitaciones.
Luego le persiguió el fantasma de su padre, Dick, un panadero bebedor y llorón, que le recriminó un día por su afición a hacer esas tonterías: “¿Qué demonios te pasa? Deberías ir al médico para que te revise la cabeza. ¿No puedes hacer nada útil? Eres un completo inútil”.
Anthony Hopkins y su mujer Stella Arroyave
Jeff Kravitz / Getty
Años después, ese padre alardeaba de hijo con el magistral Lawrence Olivier.
En otra imagen, el relato lleva al lecho de muerte de Dick donde pidió a su hijo ya muy famoso, antes de morir, que le recitara Hamlet . Las frases le salieron sin pensar e, incapaz de parar, fue de línea en línea. Al acabar, su padre alzó la cabeza y le preguntó, “¿cómo aprendiste todas esas palabras?”.



