
Juan Carlos Rodríguez Ibarra / EL PERIÓDICO
He criticado a la izquierda desde que el presidente socialista de la Junta, Rodríguez Ibarra, dejó su huella en la política extremeña. Su trayectoria, aunque no exenta de sombras, supo apostar por la cultura con una convicción firme e innegable. Basta con evocar aquellas célebres reuniones en la Finca La Orden, donde convocaba a los profesionales de las Artes Escénicas para cuestionar y definir las necesidades de una infraestructura cultural digna. Fue, de hecho, el único presidente que lo hizo, un gesto que, en estos tiempos de discursos vacíos y agendas mediáticas, pocos se atreverían siquiera a intentar.
Podría escribir un sainete del caso David ‘Azagra’. No lo duden: sería una obra digna de arrancar carcajadas. Especialmente si añadiera el fascinante detalle de mi antigua relación laboral con esta Diputación, ahora consagrada a la noble tarea de inventar puestos culturales tan misteriosos como superfluos -anunciados incluso en Italia, donde, según parece, Azagra los descubrió- sin que nadie sepa quién los convoca ni con qué propósito. Pero, claro, ¿qué sería del arte sin un poco de misterio?
Porque también destaca como episodio pintoresco el puesto de un asesor de la Moncloa -detectado con precisión quirúrgica por la UCO- contratado por la Diputación para ayudar a Azagra en un proyecto, digamos, peculiar: buscar subvenciones europeas para promover la ópera en un «espacio transfronterizo» entre España y Portugal. Un plan, ideado tras la pandemia, que involucraba a tres Ministerios -en especial el de Cultura, entonces bajo la batuta de Iceta- y, por supuesto, sufragado con los siempre generosos fondos europeos. Todo un entramado tan sospechoso como ingenioso, digno de un teatro plagado de enredos, influencias y, cómo no, dinero público. Porque, si algo queda claro, es que la creatividad en manos de la administración, no conoce límites.
Mi relación con la Diputación, por su parte, fue, en su momento, digna de un drama con tintes surrealistas. En los albores de la democracia, trabajé en esta institución dirigiendo una Cátedra de Teatro y un Centro Dramático que consiguieron poner a Extremadura en el mapa cultural regional y nacional. Sin embargo, cuando ambos proyectos alcanzaron su mayor esplendor, incomprensiblemente decidieron clausurarlos sin miramientos. Y me cesaron de manera abrupta (todo esto puede corroborarse en las hemerotecas de diversos medios, incluidos los de este periódico). ¿La excusa? Las luchas internas por el control del poder entre la Diputación y la Junta, aderezadas por cierto colonialismo impuesto desde Madrid, factores que, sé bien, fueron decisivos. Alegaron que las competencias de mi labor pasarían a la Junta, donde, para mayor ironía, designaron a unos inútiles incapaces de distinguir un monólogo de un menú del día.
Con el respaldo de artistas, intelectuales y el apoyo reflejado en numerosos medios de prensa, decidí plantarles cara con una huelga de hambre en el corazón mismo de la Diputación. La presión fue tan contundente que incluso Rodríguez Ibarra, quizá avergonzado por semejante espectáculo institucional, terminó dándome la razón. Poco después, corrigió aquella injusticia al nombrarme director del Centro Dramático y de la Música de la Junta, conocido hoy como el Centro de las Artes Escénicas. Y ahora, décadas después, en la Diputación resurgen de las cenizas estas «direcciones fantasma», con sueldos astronómicos para quienes, en el mejor de los casos, son sombras con contrato. ¡Qué ironía!
¿Cómo terminará esta tragicomedia? No lo sé. Pero yo, que llevo más de medio siglo entregado profesionalmente a las Artes Escénicas, que sé lo que son, que conozco su grandeza y su fragilidad, no puedo evitar quedarme atónito. Ver cómo la mediocridad se disfraza de gestión cultural, cómo la política convierte en sainete lo que debería ser una ópera digna, me deja perplejo. Y sí, sinceramente, ¡alucino!
*José Manuel Villafaina es exdirector del Centro Dramático de la Diputación de Badajoz y exdirector del Centro Dramático y de la Música de la Junta de Extremadura.