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Cine, chicos con hambre y atropellos: ¿qué pasa con el INCAA?

Autor: Diario El Dia de La Plata www.eldia.com

¿En qué momento se convirtió la cultura en enemiga del pueblo? Con consignas como “se terminaron los años en que se financiaban festivales de cine con el hambre de miles de chicos”, lanzados “desde la Oficina del Presidente”, como le gusta publicar a Javier Milei emulando a Estados Unidos, el campo de batalla quedó planteado el pasado lunes.

El comunicado acompañó lo anunciado en el Boletín Oficial: un recorte al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales que lo deja prácticamente paralizado, despidiendo y no renovando contratos en espacios claves destinados al fomento del cine y la producción de nuevas películas. Las reuniones con el interventor del organismo, el experto en finanzas Carlos Pirovano, auguraban este desenlace: el economista explicó que su rol era instalar una política de austeridad profunda en 4 meses para “no terminar como Télam”.

Pirovano respondió así cuando le pidieron la reincorporación de los compañeros despedidos. Avisó que habría más recortes, renuncias y propuestas de retiro voluntario, además de los cierres del Cine Gaumont, el kilómetro cero de la exhibición de las películas realizadas por el INCAA, también de la plataforma virtual Cine.Ar, y política de austeridad para las escuelas de cine públicas. Tampoco habrá más apoyo a festivales de cine. En ningún caso se planteó un mejoramiento de las áreas, como sería de esperar de un Gobierno de expertos en hacer dinero con y sin dinero: sólo recortes para alcanzar el déficit cero, una consigna vacía si se vacía para lograr el objetivo toda actividad (cualquier semejanza con otros déficits cero alcanzados recientemente son mera coincidencia).

Tres consignas clave, resumidas en ese “cine o hambre”, se disparan para justificar, al menos ante un fidelizado núcleo duro, los recortes. 1) El Gobierno mencionó en su comunicado del lunes los 8 millones de dólares destinados a los salarios del sector: allí, para ellos, sí está la casta, la que cobró el día 1 de cada mes en pandemia, la parasitaria de un Estado en crisis. 2) El comunicado del lunes informa un supuesto déficit de 4 millones de dólares del INCAA en su funcionamiento, que se pagó con dinero del Tesoro durante la gestión de Sergio Massa como ministro de Economía. 3) El cine es parasitario porque la estructura montada para sostenerlo produce películas que a nadie ve (o, señalan, que buscan adoctrinar). 

El cine se ha cansado ya de responder a estas críticas. El INCAA gasta la mitad de su presupuesto en sueldos, y el resto en fomento del cine, y quizás haya que rever esa ecuación, pero paralizar la actividad solo llevará a la reducción profunda de los casi 700 mil puestos de trabajo que genera la producción audiovisual. El déficit de 4 millones de dólares no parece ser significativo, a cambio de sostener una industria que genera sueldos, ganancias, ingreso de dólares.

Pero, más importante, todo esto se financia con el dinero que produce la propia industria. “Es falso que el INCAA se autofinancia”, afirma la Oficina del Presidente, pero nadie sabe bien a qué se refiere exactamente. Por Ley, el INCAA funciona gracias al dinero que aportan quienes ganan dinero exhibiendo producciones audiovisuales: aproximadamente, en 2023, el 70% provino de los aportes de los canales al Enacom, y el 30% del impuesto que se cobra sobre los boletos de cine. Las plataformas debían comenzar a tributar, pero aquella propuesta parece haber quedado cajonada y, cuando se planteó a Pirovano, el interventor fue tajante: impuestos nuevos, este Gobierno, no.

“Con el achique, la reducción y el ‘ordenamiento’”, opinó Ingrid Urritia, delegada general de ATE del instituto de Cine, para Tiempo Argentino, “evitan cobrarle a las plataformas por mostrar películas. Siendo este uno de los principales consumos, se podría colaborar con el fondo de fomento, para seguir el camino del autofinanciamiento y para que no se reduzca la actividad, ya que los cambios en el sector son inevitables. Pero aún así no hay interés por hacerlo”.

El tercer punto, de las películas que nadie ve, irrita no solo porque reduce todo a una lógica mercantil (que sí), sino porque hay grandes películas excelentes producidas por la usina del cine nacional (mucho mejores, seamos un poco demagogos, que esas producciones que se ven en noches de cerebro apagado en las plataformas). Pero es un aspecto clave para comprender el ensañamiento contra la cultura desde cierto sector de la sociedad: la idea de un cine argentino hecho a espaldas del público, a costa del hambre de los bebés chaqueños, es poderosa, por más falaz que resulte. ¿Nadie ve cine argentino? La usina del INCAA ha dado, con presupuestos magrísimos según los estándares internacionales y navegando inflaciones estrafalarias que generaban el empobrecimiento de cualquier proceso que, como el del cine, lleva meses, años para desarrollarse, una filmografía variada, reconocida a nivel internacional: solo en los últimos meses, un cortometraje argentino, “Un movimiento extraño”, ganó el Oso de Oro en la Berlinale, mientras que la prestigiosa Cahiers du Cinema, cuna de la Nouvelle Vague, nombró a “Trenque Lauquen” como la película del año y “Los delincuentes” ocupó varios rankings de lo mejor de la temporada en importantes publicaciones como Rolling Stone. “Cuando acecha la maldad”, que todavía sigue en la cartelera local impulsada por el influjo de público, se estrenó en Estados Unidos en más de 700 salas. “Si tan bueno es pongan películas argentinas en Netflix”, bramó una de esas cuentas anónimas y financiadas desde alguna caja negra, ignorando el importante número de producciones locales que están en la plataforma, incluyendo la puesta en pantalla de la filmografía remasterizada de Pablo Trapero o la nueva cinta de Sebastián Borensztein, de próximo estreno.

Que lo argentino se aprecie más fuera del país que dentro son costumbres criollas. Pero también, claro, es algo a revisar, profundamente, en la política audiovisual: ¿hasta qué punto se cumple la cuota de pantalla que obliga a las grandes cadenas de cine a proyectar películas locales? ¿Se puede promover un cine propio si se ve solamente en un cine en Buenos Aires y un puñado de salas desperdigadas, en horarios muchas veces extraños, durante apenas una semana, para luego desaparecer? Los números de un artículo publicado por Leonardo D’Espósito sobre las películas producidas por el INCAA sin espectadores han sido largamente desmentidos y corregidos, pero que sus poco chequeadas cifras hayan sido creíbles y creídas refleja que la industria local ha perdido masividad y relevancia.

En voz baja, no pocos actores del sector se lamentan por no haber promovido este tipo de revisiones a la actividad del INCAA antes, con viento a favor. En la defensa irrestricta de un organismo que perdía relevancia y presencia en la vida de la audiencia de a pie, y con numerosos problemas en su funcionamiento, reglas de fomento discutidos por los propios miembros de la industria y presupuestos menguantes hasta la parálisis, se alimentó la bronca que terminó convirtiendo, para un sector de la sociedad, a la cultura en parte de “la casta”. Ahora ese “ordenamiento” lo hacen con la lógica de la motosierra.

Y con el aplauso de un sector de la sociedad (y, en medio de una grave crisis en todos los ámbitos de la vida, en el medio de una cotidianeidad invadida por la angustia y la incertidumbre, el desinterés de muchos otros): al Gobierno le rinde más mostrarse duro frente a la cultura, le funciona bien su pelea frente al “marxismo cultural” , que frente a otros sectores. Y en medio de una economía que se hunde (la consigna principal que llevó a Milei al poder era el mejoramiento del sector en el que es experto), se impone, como un placebo para su corte, la lucha simbólica. Por eso Lali, Conicet, Télam. Por eso el INCAA, “el curro de las películas que nadie ve”, una industria que implica un gasto ínfimo o inexistente al Tesoro (con el déficit del INCAA se le da menos de un dólar, un solo día, a los 5,4 millones de chicos pobres: no parece ser el camino a una solución estructural para la pobreza) y que genera empleo (sin contar beneficios indirectos por turismo, el “soft power” de la industria audiovisual para posicionar al país o inversiones en dólares para producciones, por ejemplo). Por eso el énfasis en la destrucción de una supuesta casta cultural es celebrada a pesar de que en el palco sonríen los funcionarios de siempre, Daniel Scioli, Luis Caputo, Federico Sturzenegger. 

El vaciamiento del INCAA y la arremetida contra otros espacios de la cultura es ideológico, simbólico, alimento imaginario en tiempos de vacas flacas y carísimas, de un programa económico que no arranca y nos licúa a todos. Pero que funciona al menos parcialmente (habrá que ver qué pasa si ya no quedan vacas) porque habitamos tiempos de sobreideologización de lo político, de “exceso de superestructura”. Tiempos que no inventó Javier Milei, aunque los navega de manera experta, lanzando reducciones hipersimplificadas de la realidad (en el mejor de los casos) y esperando que sus gritos convenzan de sus propias falacias ad hominem (o ad institutio, en este caso). La deformación sensacionalista de la información, los argumentos incendiarios, las “domadas”, funcionan muy bien en el ecosistema algorítmico de las redes sociales.

La angustia paralizante que aqueja al cine tiene que ver con que no encuentran interlocutor: los argumentos aquí esgrimidos son desestimados sin más por quienes los consideran relatos de “comunistas empobrecedores”, no hay debate posible, al menos en el sentido que se le daba al debate público en el siglo XX, las reglas del mundo cambiaron. Cualquier acción es interpretada del otro lado como una casta que defiende su “carguito”: la defensa del sector, señaló la semana pasada el crítico Oscar Cuervo, es percibido como “casta”; “toda defensa sectorial (los actores o críticos demostrando que no hay ‘curros’) no alcanza si no se integra a una contraofensiva estratégica que abarque a trabajadores, organizaciones sociales, científicos, universitarios, feministas”. 

El cine conoce este estado de cosas, huele su pérdida de favor público, y atraviesa un momento de absoluta desazón mientras intenta organizar un atisbo de resistencia. El sector intentó romper esa parálisis, salió a la calle, realizadores, actores, críticos, estudiantes, reunidos frente al Gaumont, intentando visibilizar su lucha, discutir entre ellos vías de salida: en un país donde a cada hora hay una noticia más insólita y desconcertante que tapa la anterior (abrumar es parte de la estrategia), la Policía reprimió porque ocupaban parte de la calle, e incluso un hombre decidió atropellar a los manifestantes, enviando a uno de ellos al hospital con fractura expuesta… pero no pasó demasiado. En las redes sociales, incluso, no faltaron los aplausos para el accionar del conductor.

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