Las artes escénicas no sólo imitan el mundo, centrándose en aspectos controvertidos o en los que merece la pena profundizar, sino que crean un mundo nuevo, vivo y en directo, que nos afecta y, por tanto, nos transforma. Ese potencial se multiplica cuando se trata de propuestas generadas desde los cuerpos y ahí la danza es la que suele llegar más lejos.
Este año 2025 se puede señalar en la danza contemporánea gallega por cruzar fronteras, buscando la poética en cuerpos diversos, con un grado de “discapacidad” para trascenderla, sin negarla, pero también sin regodearse en ella, sin aprovecharla, ni enfatizarla.
Me refiero a ‘CICATRIZ’ de Kirenia Danza, que se estrenó el pasado 28 de marzo en la Sala Germán Copini de la SGAE-Compostela.
Sabemos que se trata de la primera coproducción del Centro Coreográfico Galego de danza inclusiva. Sin embargo, desde mi punto de vista, lo maravilloso de esta ‘CICATRIZ’ es que no tematiza la discapacidad, sino que parece un espectáculo sobre la capacidad. La fantástica y, a la vez, muy real y verdadera capacidad de QUERER ES PODER, así lo sentí con mayúscula durante el espectáculo. Puede parecer fantasía, como muchos de los trescientos quereres enunciados en los trescientos versos de Antón Reixa, que Antela Cid canta en un eco infinito, similar a una oración secular para el ritual de exorcismo, a modo de danza, de esta cicatriz roja. Pero no lo es porque el baile está ahí, para que la fantasía cobre realidad. Así como el rojo no es sólo la sangre de la herida, sino también la pasión que nos eleva, metaforizada en el bello vestido de Kirenia, que semeja una diosa pina-bauschiana capaz de mover las jaulas en las que corremos el riesgo de quedar encerrados por el dolor, los accidentes, las discapacidades o incluso las etiquetas que nos cuelgan o nos colgamos. De este modo, Kirenia se erige en el personaje alegórico de la fuerza, el poder y la belleza, en el que se pueden transmutar la herida y los límites o barrotes de esas cárceles. La otra potencia proviene del contraste con el cuerpo de Antón Reixa y su presencia, en la tensión eléctrica de la danza. En el “subtexto”, debajo de la coreografía y de la discapacidad visible e implícita, hay algo que sólo resuena desde lejos, capturado en una contención expresiva que vigoriza el magnetismo de la pieza.
Hay muchos momentos en esta ‘CICATRIZ’ que se nos quedan grabados en la retina y que incluso cambian nuestra respiración y, por tanto, influyen sutilmente en nuestras emociones. Recuerdo el momento en que Kirenia flota, en movimientos amplios y fluidos, de gran vuelo y expansión, alrededor de la silla en la que Reixa permanece sentado. De repente, me encuentro respirando profundamente, como si estuviera ante uno de esos fenómenos o paisajes que nos llenan los pulmones y nos hacen crecer la columna, siempre encogida por la fuerza de la gravedad y el peso de las ocupaciones y las preocupaciones. A mi lado, otra espectadora, María Paredes, también se estiraba y ondulaba delicadamente. Lo bueno de ver un espectáculo es esa experiencia compartida en la que, de repente, no sólo estamos con nuestras sensaciones, emociones e impresiones, sino que también sentimos y nos alimentamos de quienes están a nuestro lado.
Recuerdo, en contraste, la entrada de Reixa y sus momentos de aparente estatismo, cargados de atención, que le daban movimiento en la quietud. El misterio que se puede desprender de ahí y el efecto de su presencia, en la interjección con el discurso que escuchamos, en esos ecos sobre el querer.
Recuerdo los momentos, siempre tan provocativos, de manipulaciones, cuando Kirenia manipula el cuerpo de Reixa, componiendo situaciones dinámicas y cuando él hace lo mismo con el de ella. Mover el cuerpo del otro, ya sea a distancia o en contacto directo, utilizando las manos u otras partes, genera siempre una intensificación de la atención, quizás porque el hecho relacional adquiere una dimensión más estrecha y material, más física e incluso animal. Así como nos atrae ver a una vaca empujando o moviendo a su ternero con su hocico, también llama nuestra atención cuando las personas juegan en esas distancias cortas y en una relación no mediada ni distante, cuerpo a cuerpo.
Es imposible no recordar los movimientos dentro de esa especie de jaulas, por su dimensión metafórica, que ya he señalado, pero también por el contraste entre su geometría de ángulos y líneas rectas, respecto a los cuerpos de Reixa y Kirenia. No sólo bailar dentro, sino también escapar y lanzarlas al espacio.
La conjunción entre la música atmosférica y a la vez pulsional, que nos conmueve, de Bruno Baw, las luces de Violeta Martínez y esas jaulas móviles de Suso Mareque, en el juego coreográfico entre Reixa y Kirenia, genera un goce siempre expectante. No se trata, pues, de una pieza contemplativa, además de belleza estética hay una corriente en ella que nos engancha y nos mantiene atentos.
En el medio, como en una trenza, están los versos de los anhelos y, al final, también en retrospectiva, los de las cicatrices. Y aunque todo esto está tocado por el maravilloso artificio de la poesía y la danza, al final, ¿quién no tiene cicatrices visibles u ocultas? Bueno, ahí también está el corazón de esta pieza, en esa conexión sublimada que podemos establecer. Porque, al igual que en la centenaria técnica japonesa del Kintsugi, el valor y la belleza de las cicatrices son cruciales para la vida y debemos aprender a bailar y a disfrutar con ellas.
P.S. – Otros artículos relacionados:
“Escenas do Cambio 2023. La fuerza y el afecto de lo frágil”. Publicado el 8 de mayo de 2023 (sobre ‘AFECTOS’ de Kirenia Danza y otros espectáculos).
“Danza y Emigrantas, según Kirenia Martínez Acosta”. Publicado el 24 de febrero de 2020.