Como en las parábolas bíblicas y en las hiperbólicas campañas de promoción de la estrella pop del momento, también en CaixaForum se reservan lo mejor para el final: ahí está, despidiendo al visitante, la estatua del dios A’a, exquisita pieza casi alienígena que enamoró a Henry Moore y arrebató a Pablo Picasso. Siglo XVII, madera tallada en Rurutu y onda expansiva de alcance internacional. “Es probablemente la obra más famosa del arte oceánico”, concede Julie Adams, comisaria sénior de Oceanía en el British Museum.
El reclamo, sin embargo, tiene truco, ya que lo que se puede ver hasta el 15 de febrero en Barcelona no es la obra original, sino una réplica creada expresamente para la ocasión. “Queríamos incluirla en la exposición, pero en 2018 el museo de Tahití la pidió en préstamo y para nosotros era más importante que regresara a casa que traerlo a España”, explica Adams mientras serpentea entre las vitrinas que alojan los más de 200 objetos de ‘Voces del Pacífico. Innovación y tradición’, exposición formada mayoritariamente por fondos del museo inglés y algunas piezas del Museo de América de Madrid y el Museu Etnològic i de Cultures del Món de Barcelona. Una zambullida en toda regla en los mares del Sur y un apasionante viaje a través de los tejidos, los bailes, las tallas y las guerras de los pueblos y culturas de Oceanía. “Tenemos textiles increíbles, como capas de plumas y fibras que llevaban los jefes en el siglo XVIII, de lugares como Hawái o Nueva Zelanda. Algunas tardaban uno o dos años en hacerse”, ilustra Adams.

Traje de novia realizado por la artista samoana Paula Chan-Cheuk / Sandra Román
En el mapa de navegación, escapadas a Nueva Guinea, Palaos, Rapa Nui, Aotearoa, Hawai, Nueva Caledonia, Buka, Nueva Zelanda y Samoa. De ahí llegan, surcando el océano, figuras ‘malangan’ de madera, tocados de danza de Nueva Bretaña, faldas de bailarinas de ‘hula’, remos ceremoniales, cascos de plumas de Kauai, tambores en cuyo interior se creía que estaban atrapadas las voces divinas o una exquisita y diminuta figura antropomórfica tallada en hueso de ballena. “Los isleños del Pacífico trabajaban -y siguen trabajando- con una enorme variedad de materiales: madera, piedra, concha, hueso de ballena y también fibras vegetales. Son tejedores extraordinarios, pero no usan telares ni máquinas: todo es tejido a mano”, recuerda la comisaria.
Tecnología punta
En este sentido, toda la exposición es un constante diálogo entre tradición e innovación, entre ritos ancestrales y tecnología casi punta. Un buen ejemplo es el de una joven tejedora maorí que vivía en Londres y quería aprender a tejer como sus antepasados. “Normalmente, las mujeres aprenden de sus madres y abuelas, pero ella estaba sola en Londres, así que aprendió por FaceTime: su madre en Nueva Zelanda le enseñaba a tejer a través de internet”, explica Adams junto a un vistoso manto contemporáneo que reproduce la técnica ancestral del ‘whatu’, una forma tradicional de tejer con los dedos. A su lado, una “mujer pájaro” de la neozelandesa Suzanne Tamaki da la réplica a la cometa maorí más antigua que se conserva en el British Museum.

La exposición reúne más de 200 piezas del British Museum / Sandra Román / EPC
Aún más impactante es la armadura de fibra de coco que los guerreros de las islas Kiribati utilizaban en sus combates ceremoniales. “Es probablemente la pieza más asombrosa de toda la exposición. Es la primera vez que se ha vuelto a montar desde que llegó al museo en 1820. Nuestro equipo de conservación dedicó cientos de horas para poder exhibirla”, presume Adams.
En el centro del espacio dedicado a las pulsiones bélicas, la peculiar armadura viene a subrayar que tan importante como la fiereza era la apariencia: deslumbrar al enemigo, arrollar con uno de esos garrotes de tamaño sobrehumano y herir con una de esas armas fabricadas con dientes del tiburón. “Lo mismo ocurre con los escudos. No se trata solo de protección práctica: están para lucirlos. Todo gira en torno al espectáculo”, apunta. Como muestra, la maqueta de una canoa bélica llegada de las Islas Salomón. “Decoraban las canoas con preciosas incrustaciones de conchas de nácar y muchos grabados. Su función iba más allá de lo puramente práctico”, añade la comisaria.

El maorí George Nuku posa antes su instalación / Sandra Román / EPC
La conexión con la modernidad la escenifica el maorí George Nuku, artista contemporáneo que cierra la exposición con una instalación realizada con botellas de plástico que es al mismo tiempo denuncia y celebración. “Para mí, la contaminación es sagrada. Es difícil de aceptar, pero si convertimos la basura en algo bello, quizás podamos establecer una nueva relación con este material omnipresente”, reflexiona Nuku, último eslabón de una muestra que huye de lecturas etnográficas para reformular la noción de tradición. “La definición de tradición es tomar lo que tienes a tu alrededor y, en el tiempo que te toca vivir, crear una nueva tradición a partir de ahí. No se trata de fotocopiar el pasado”, añade Nuku.
Otra cosa es el encaje que una muestra como esta pueda tener en una época marcada por la retórica de la descolonización y la restitución. “En el marco legal actual del British Museum no podemos repatriar las piezas, pero buscamos formas creativas de responder con sensibilidad -explica Adams-. Realizamos préstamos a largo plazo y cada semana recibimos visitantes del Pacífico. El año pasado fueron más de 370. Es increíble verlos reencontrarse con los objetos de sus antepasados”. De ahí que el dios polinesio A’a haya preferido quedarse en Hawái antes que viajar a Barcelona.
Suscríbete para seguir leyendo



