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Calvas y canas: la salvación de la derecha, por Josep Martí Blanch

Autor: Josep Marti Blanch

Es esencial que los jóvenes que votan a Vox convenzan a sus padres y abuelos. Así reza una campaña en redes del partido de Santiago Abascal. El mensaje es invisible para los adultos, pues los algoritmos digitales construyen nichos generacionales estancos. Da igual. No es a ellos a quien va dirigido. El llamamiento al activismo intrafamiliar de Vox apunta a la franja que va de los 18 a los 25 años. La adolescencia tardía y la primera juventud son su principal cantera. Un 30% del voto, según algunas encuestas. Los voxeros lideran también la intención de voto hasta los 44 años. Canas, calvas y arrugas son, si esas proyecciones son ciertas, el ejército de salvación de PP y PSOE.

Aparquemos de momento a los jóvenes. Extremadura votará el 21 de diciembre. Y en la Comunitat Valenciana, tras la dimisión de Carlos Mazón, se dirimirá en los próximos días si se inviste a un nuevo presidente sin pasar por las urnas o si se conmina a los ciudadanos a regresar al colegio electoral.

Exámenes sobrevenidos para el poder regional del PP y para Alberto Núñez Feijóo. Y como en un déjà vu de los comicios autonómicos y después generales de 2023, el verde de Vox se mantiene omnipresente.

Extremadura entraña menor riesgo que Valencia. El llamado de su presidenta, Maria Guardiola, a las urnas responde al intento de sacarse de encima el tutelaje de la derecha radical con una mayoría absoluta. Pero como quiera que los socialistas han tirado las elecciones en esta comunidad, apostando por el procesado Miguel Ángel Gallardo, el peor escenario al que se enfrenta el PP es aquel del que ya disfruta: un Gobierno que no pueda andar sin la bendición de Santiago Abascal. Y eso es lo que dicen las encuestas hasta ahora.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, ofrece una rueda de prensa tras reunirse con el Rey, en el marco de la nueva ronda de consultas con los representantes designados por los grupos con representación parlamentaria tras ser rechazada la investidura del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este lunes en el Congreso de los Diputados en Madrid. Foto Emilia gutierrez 02/10/2023

Santiago Abascal

Emilia Gutiérrez

La Comunitat Valenciana es diferente. El capital simbólico de la Comunitat es más alto. Y las elecciones son mucho más arriesgadas. Habría partido y la derecha podría perder el mando. Y eso sí que no. Por eso, la primera opción para el PP ha de ser forzosamente rendir honores a Vox y suplicarle apoyo para investir nuevo presidente sin pasar por las urnas. ¿La factura? El importe es el mismo que ya abonó Mazón. Renegar de la agenda 2030, de la ideología de género, del catalán y apuntalar la idea de que en Alicante, Valencia y Castellón no cabe un solo norteafricano más. No escribimos inmigrantes porque en Vox son todavía motivo de discusión los hispanoamericanos: no saben si contabilizarlos como tales o, copiando a Isabel Díaz Ayuso, como españoles que regresan a casa después de 500 años.

Diputados de Vox expresan en privado lo que les pide el cuerpo: elecciones en la Comunitat. Conscientes de que su voz no tiene valor alguno en una organización política de jerarquía militar, confían que la decisión del mando sea la acertada: recoger los frutos que le prometen las encuestas ahora o evitar el riesgo de, aún ganando diputados en las Corts, facilitar un retorno de la izquierda al Gobierno valenciano y activar para futuros comicios el voto útil en favor de los populares.

Vox hará lo que cualquier formación política. Decidir lo que crea mejor para sus intereses y vestir la mona con el disfraz de la responsabilidad para con los valencianos. Si eres un partido, actúas como un partido. De la extrema izquierda a la extrema derecha, pasando por todos los acentos.

Retomamos aquí a los jóvenes y a la permanente renovación del censo electoral. Cree Vox que es sólo cuestión de tiempo que el PP acabe por morder el polvo en la pelea por el voto derechista. El partido de Abascal quiere ser las piernas, no el bastón del conservadurismo. Ese es su interés. Y a ello obedece su estrategia. Por eso se marchó de los gobiernos autonómicos en los que primeramente había decidido participar y, por eso, en cada intervención sus líderes atizan a Sánchez, pero con igual intensidad a Feijóo.

Estos días se advierten fácilmente las ventajas competitivas con las que cuenta su estrategia para alcanzar objetivo tan ambicioso: Abascal no tiene, ni tendrá –de momento– contrapoderes regionales con los que deba colegiar o negociar decisión alguna.

El no formar parte de ningún gobierno también suma. Libera del trago amargo de la contradicción y la complejidad asociadas a toda responsabilidad ejecutiva y que tanta desafección producen cuando has prometido el oro y el moro.

De resultas de estas ventajas, resulta un discurso aparentemente rocoso y teatralmente coherente que permite ensacar décima tras décima de crecimiento en las encuestas. La España que votó en 2023 es la del 2025 y será la del 2026. El PP obligado a caminar del brazo de quien quiere robarle la cartera. Un cuadro invariable gracias a las canas, las calvas y las arrugas.

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