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Carlo Ancelotti: el domador de egos

Autor: Angel Soto M.

La historia de Carlo Ancelotti no comienza en los banquillos, mucho menos en Madrid, ni en el Chelsea o Bayern Múnich. Comienza en el campo, en la trinchera de la batalla futbolística, como un líder en las sombras de un AC Milan que se gestaba bajo la visión de Arrigo Sacchi, su mentor. 

Ancelotti era su extensión en el campo, la voz táctica de un equipo de época en el que además de él también brillaban Franco Baresi, un joven Paolo Maldini, Alessandro Costacurta, Roberto Donadoni y Frank Rijkaard, Ruud Gullit y Marco van Basten, de los Países Bajos.

Carlo era el cerebro silencioso. Siempre le ha gustado ese papel de destacar sin ser notado, como los grandes directores que ceden el protagonismo a quienes aparecen frente a cámara, a los de la sonrisa hermosa, el peinado diferente o la voz hipnotizante. Ellos acaparan los reflectores, pero en el fondo elevan al verdadero arquitecto: Ancelotti, amo y señor de la gestión de talentos y, por encima de todo, de egos.

Paradójicamente, el gran Arrigo Sacchi nunca compartió el enfoque pragmático que su pupilo adoptaría como director técnico. Carlo no tardó en distanciarse de los dogmas de su maestro para ganar títulos, gestionar estrellas y adaptar su estilo a los equipos y momentos que le tocó vivir.

Sacchi fue un revolucionario. En la Italia de finales de los años 80, arrasó con su idea de presión alta, líneas compactas y juego de posesión. Su apuesta por el futbol colectivo implicaba que todos, sin importar jerarquías, formaban una unidad poderosa. Su visión fue la culminación del pressing organizado y del control total del juego, con circulación veloz del balón para desordenar al rival y encontrar espacios entre líneas.

Ancelotti, figura clave de aquel Milan subversivo, trasladó a su libreta táctica su principal virtud como futbolista: la inteligencia. Como técnico ha sido siempre más flexible y vertical. Sus equipos son sólidos, disciplinados y adaptables, pero quizá el rasgo que más lo diferencia de su mentor es su pragmatismo. Carletto apuesta por la creatividad individual y construye sistemas equilibrados, siempre atento tanto a las carencias propias como a las del rival.

Ancelotti llegó al AC Milan en 1987, ya como un jugador consolidado, con un toque exquisito, astucia en el campo y una lectura adelantada del juego. Fue el conector entre defensa y ataque, el líder silencioso que todo equipo campeón necesita. No es casualidad que en 1990 se consagrara como uno de los pilares de ese Milan colectivo, veloz en transiciones, intenso en la presión y equilibrado en todas sus líneas. Una armonía que Ancelotti más tarde repetiría como entrenador: equilibrio entre la exigencia de las estrellas y la disciplina táctica.

Más allá del pragmatismo, Ancelotti representa la serenidad en la tormenta. Sus equipos aparentemente no son avasalladores como los de Klopp o los de Guardiola, pero son igual de sólidos, poderosos y compiten como pocos. No deslumbran por intensidad, pero casi nunca se quiebran, excepto si se ven debilitados por las lesiones, como ocurrió el domingo en el 3-4 frente al FC Barcelona (cinco defensas lesionados).

Su carrera en los banquillos comenzó en 1995 con el Reggiana, apenas tres años después de colgar los botines. Luego llegaron el Parma, la Juventus y, finalmente, el regreso al club de su vida: el AC Milan, donde dirigió entre 2002 y 2009. Allí conquistó una Serie A, una Supercopa de Italia, dos Ligas de Campeones de Europa, dos Supercopas de Europa y un Mundial de Clubes (entonces Copa Intercontinental).

En 2009 dio el salto al Chelsea, que arrastraba una década de altibajos. Para entonces ya era reconocido por su capacidad de liderar planteles plagados de figuras. En la Premier se rodeó de referentes como Frank Lampard, Didier Drogba y John Terry. Más allá de la táctica, su mayor triunfo fue demostrar que se puede ganar sin ser autoritario en el vestuario. El Chelsea levantó la Premier League y la FA Cup en su primera temporada, pero también se convirtió en un equipo donde el entendimiento nacía de la confianza, no del miedo.

En el Real Madrid completó su transformación en domador de egos. A su llegada, heredó un equipo marcado por las tensiones internas del ciclo de su antecesor Jose Mourinho. Se encontró con Cristiano Ronaldo en su pico físico, con Karim Benzema, Toni Kroos y Luka Modrić, con Sergio Ramos, Iker Casillas y otras figuras de carácter fuerte. Comprendió que, en un equipo así, la clave no es solo la estrategia: es la gestión emocional, la psicología y el manejo fino del vestuario.

La Champions League de 2014 no solo le dio la tan ansiada “Décima” al Madrid: consolidó a Ancelotti como uno de los estrategas más exitosos del siglo XXI. Su pragmatismo nunca excluyó el espectáculo.

En el Bayern dirigió a Robert Lewandowski, Thomas Müller, Arjen Robben, Franck Ribéry o Jerome Boateng. Los condujo con mano firme, pero sin perder su sello: adaptarse al talento, no someterlo. Ancelotti no impone: convence. Su éxito radica en entender dinámicas, egos, fortalezas, y en saber cuándo soltar la rienda.

Ahora, con su llegada a la selección brasileña, Ancelotti afronta un reto distinto: no tiene un plantel plagado de luminarias como en sus grandes clubes. Brasil aún cuenta con figuras como Neymar (perseguido por las lesiones) o Vinícius Jr., pero ya no es la constelación que fue en décadas pasadas. ¿Habrá jogo bonito? Difícilmente.

Ancelotti seguramente apostará por una mezcla de solidez defensiva y momentos de desequilibrio ofensivo. No será un equipo de posesión constante, pero sí uno inteligente, que entienda cuándo acelerar, cuándo replegar y cómo competir en escenarios de presión máxima como una Copa del Mundo.

A sus 65 años, Carleto también persigue un sueño. Nunca ha dirigido una selección. Nunca ha estado en una Copa del Mundo desde el banquillo. Como jugador, las lesiones lo marginaron del Mundial de 1982; en 1986, en México, fue suplente durante todo el torneo, y en Italia 1990, aún con molestias, jugó dos partidos antes de la eliminación frente a Argentina en penales.

Ahora, de la mano de un país donde el futbol es casi religión, buscará levantar la única copa que le falta. Parece una entelequia, pero si alguien ha demostrado que se puede ganar sin tener los mejores nombres, ese es Ancelotti. En tiempos de discursos extremos, él representa la sensatez, la templanza y, sobre todo, la claridad en busca del propósito.

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