- Autor, Matías Zibell
- Título del autor, BBC News Mundo
- Twitter, @mundozibell
Todos entran al Estadio Mario Alberto Kempes por el museo y luego ingresan al campo de juego, los más fanáticos besan el césped y los más detallistas preguntan cuál fue el arco donde marcó Krankl (uno llegó a tocar el violín debajo de ese travesaño): para los austríacos esta cancha es “suelo sagrado”.
Todo empezó el 21 de junio de 1978 en Córdoba, Argentina, a unos 715 kilómetros de Buenos Aires, cuando por la segunda ronda del Mundial de Fútbol se enfrentaron Alemania y Austria.
Ese día, Gustavo Farías salía del colegio secundario a las 13.20 y tenía entradas para ver el partido que empezaba a las 13.45, pero el estadio se encuentra en la periferia de la ciudad. Su madre no consintió que se fuera antes de la escuela y le prohibió ir a la cancha.
“En esos años se decía que un mundial en Argentina se iba a jugar cada 100 años, y yo le dije a mi madre que colegio había todos los días, pero aun así no me dejó ir. Cuando me enteré después de todo lo que pasó ese día pensé que me había perdido un partido cargado de historia”.
En el estadio, en ese momento, Federico Scherzer -junto con su familia y los trabajadores de su empresa- estaban repartiendo 10.000 banderitas de Austria entre los casi 40.000 espectadores. Aún no lo sabía, pero esa actividad lo uniría a la tierra de su padre por más de 45 años.
Una de esas banderitas pudo haber terminado en las manos de Franz Strejcek, un joven austríaco de 18 años que había ahorrado dinero por meses junto con uno de sus amigos para volar desde Viena a Fráncfort, de ahí a Sao Paulo y finalmente a Buenos Aires, para subir hasta la provincia de Córdoba en auto.
“El estadio estaba lleno. No había muchos seguidores de Austria porque no era barato ir a Argentina, pero los argentinos iban más por los austríacos que por los alemanes. Hoy pasa lo mismo, el país chico es más querido que el país grande”, le cuenta a BBC Mundo desde Viena.
El “país chico” no tenía nada que perder, ya estaba fuera del mundial. Pero Alemania tenía chances matemáticas de llegar a la final o, al menos, al partido del tercer puesto, que era lo menos que se le podía pedir al campeón reinante.
El partido se recuerda en Austria como Das Wunder von Córdoba (el milagro de Córdoba) y en Alemania como Die Schmach von Córdoba (la desgracia de Córdoba).
El partido
El Mundial de Fútbol de 1978, jugado en Argentina, fue el último que se disputó con 16 equipos dividios en cuatro zonas.
Los dos primeros de cada zona pasaban a dos grupos de cuatro equipos cuyos ganadores jugaban la final del torneo, mientras que los segundos se conformaban con el partido por el tercer puesto.
Austria había perdido los dos partidos del grupo (frente a Holanda e Italia) y no se jugaba nada contra Alemania, pero la República Federal Alemana (faltaban 11 años para la caída del Muro de Berlín) -con dos empates previos- necesitaba golear a los austríacos y esperar un empate entre holandeses e italianos para tener la oportunidad de defender el título obtenido en 1974.
El partido no pudo haber empezado mejor para los germanos: Karl-Heinz Rummenigge marcó el primer gol en el primer tiempo. Pero en la segunda mitad, un gol en propia puerta del alemán Berti Vogts y un tanto del austríaco Hans Krankl cambiaron el rumbo del encuentro.
Cuando Bernd Hölzenbein logró el empate, Alemania podía soñar al menos con el partido por el tercer puesto. Sin embargo, faltando tres minutos para el final, Krankl marcó el definitivo 3 a 2.
En ese momento, el relator austríaco Edi Finger perdió todos los papeles y empezó a gritar “¡Tor! ¡Tor! ¡Tor! ¡I wer’ narrisch!” (“Gol, gol, gol, me vuelvo loco”).
“Él gritó el gol de una forma que, para los estándares latinoamericanos sería normal, pero para los austríacos fue algo asombroso, a tal punto que el relator se convirtió en una suerte de héroe del partido”, recuerda la periodista e historiadora austríaca Cornelia Mayrbäurl.
Fue la primera victoria en un partido oficial para Austria sobre Alemania desde 1931, la década del Wunderteam, el equipo maravilla austríaco que tenía al gran capitán Matthias Sindelar.
Para colmo, ocho años después de ese partido, la Alemania nazi anexionaría Austria en los inicios de su expansión por Europa.
“La rivalidad entre Austria y Alemania es muy grande y supera lo deportivo, tenemos una historia complicada, como historiadora te puedo asegurar eso”, le dice Mayrbäurl a BBC Mundo desde Viena.
La rivalidad
“Alemania es el vecino grande y rico -explica Mayrbäurl- y muchos austríacos sienten que los alemanes nos ven como esa gente bonita y graciosa que habla una versión rara del alemán; son geniales pero nosotros nos sentimos un poco menospreciados por ellos”.
Para colmo, añade la periodista e historiadora, en 1978 Austria ni siquiera era miembro de la Comunidad Europea (el antecedente de la actual Unión Europea) y era considerada en el Viejo Continente como un país pequeño y neutral en cuya frontera -a unos 60 km de Viena- empezaba la Cortina de Hierro, los países aliados a la Unión Soviética.
“Entonces, para el orgullo austríaco, lo que pasó en Córdoba es realmente importante. Hay incluso una obra de teatro basada en el partido. Fue una suerte de David contra Goliath”, concluye.
“Fue auténticamente un David frente a Goliath. Ellos eran campeones del mundo y Austria no había logrado nunca nada muy grande. Creo que en 1954 fuimos terceros en la Copa del Mundo que se jugó en Suiza”, coincide Julian Rachlin, violinista y director de orquesta austríaco.
(Austria llegó al podio en Suiza tras haber derrotado 3 a 1 a Uruguay en el partido por el tercer puesto, pero en semifinales había perdido nada más y nada menos que con Alemania, por un abultado 6 a 1).
En plena gira, Rachlin le dedica unos minutos a BBC Mundo para contar que cuando era apenas un niño, justamente en el año 1978, sus padres y él se mudaron de Lituania a Austria, donde él se enamoró del fútbol gracias al Hans Krankl, el héroe de aquel partido en Córdoba.
El director de la Orquesta Sinfónica de Jerusalén no escapa a la pregunta de BBC Mundo si parte de esa rivalidad entre ambas naciones tiene raíces en la época de la anexión austríaca por parte de los nazis.
“Muchas cosas fueron destruidas por el Tercer Reich en Austria, no solo el fútbol; la medicina, el sistema bancario, la intelectualidad, la música, era una época dorada en este país. Y no digo esto como judío, porque mi religión es la música, y la música clásica todavía sigue pagando el precio por lo que pasó”.
Pero el violinista aclara que esa anexión fue muy bienvenida por la mayoría de los austríacos: “Yo soy músico y en Austria, por mucho tiempo, se decía que Beethoven era austríaco y Hitler era alemán, pero ya sabemos que Beethoven era alemán y Hitler era austríaco”.
Años atrás, el dúo satírico austríaco Stermann & Grissemann hizo un sketch televisivo del partido de Córdoba de 1978 como si Austria siguiera anexada a su poderoso vecino. ¿El resultado del partido entre 22 alemanes? 5 a 0 para Alemania.
El estadio
El estadio donde los austríacos lograron un milagro tiene muchos nombres. Al inicio se llamó el Estadio Polideportivo Ciudad de Córdoba y en 2010 se cambió a Mario Alberto Kempes, en homenaje a quien fuera el goleador, campeón y mejor jugador de ese torneo del 78, quien además es cordobés.
Pero en Córdoba se lo conoce coloquialmente como el Chateau Carreras, o simplemente “El Cható”, porque así se conocía a la zona periférica donde se construyó la cancha, porque una familia adinerada llamada Carreras había levantado un castillo (chateau en francés)
“El estadio se construyó con motivo del mundial 78. En ese mundial Argentina presentó seis estadios, tres de ellos se levantaron de cero, uno de ellos es éste, los otros fueron el de Mendoza y el de Mar del Plata. Se remodelaron los estadios de River Plate, Vélez Sarsfield y Rosario Central”, le dice desde Córdoba a BBC Mundo Gustavo Farías.
Farías, un periodista deportivo enamorado de la historia (amor que lo llevó a crear el museo del estadio), recuerda que Córdoba fue las sede con más partidos de ese Mundial (8) después del estadio de River (9) donde se jugó la final que consagró a Argentina.
“Para nosotros los cordobeses fue importante que Alemania, el campeón vigente, jugara aquí. Holanda, que era el otro equipo de moda, también vino para la segunda ronda y ambas selecciones protagonizaron lo que fue la revancha de la final del 74, un empate 2 a 2 que fue considerado el mejor partido del mundial”, cuenta el periodista.
Farías desconocía la rivalidad entre Alemania y Austria y la importancia que había tenido ese triunfo para los austríacos hasta que, en 2008, una periodista de ese país lo entrevistó sobre “el milagro de Córdoba” cuando él trabajaba en el diario La Voz del Interior. La periodista era Cornelia Mayrbäurl.
“Yo trabajé como periodista en Argentina entre 2002 y 2008, y ese último año se jugó la Eurocopa en Austria y Suiza, por eso recibí un llamado de un grupo de diarios austríacos para ir de Buenos Aires a Córdoba 30 años después del partido contra Alemania“, recuerda Mayrbäurl.
10 años después de la visita de Mayrbäurl a Farías, el 30 de agosto de 2018, se creó el museo del estadio. Los cuidadores del Chateau Carreras le anticiparon al periodista cordobés que muchos austríacos visitaban la cancha, pero él no estaba preparado para lo que vino después.
La peregrinación
“Con el museo en marcha, he visto gente emocionada que se enloquece cuando llegan a este estadio”, dice Farías.
Esto lo repite Federico Scherzer, aquel descendiente de austríacos al que la embajada de ese país le pidió en 1978 que repartira banderitas en el estadio. Tras ese primer contacto, Scherzer se convirtió luego en el cónsul honorario de Austria en Córdoba por más de 40 años.
“Yo he recibido muchos visitantes austríacos -profesores, médicos, conferencistas- y todos me han pedido que los lleve a conocer el estadio. Algunos hasta entran y besan el pasto. Para ellos Córdoba es como la Meca para los musulmanes”, le dice a BBC Mundo desde la ciudad argentina.
Uno de los que ha visitado el estadio o, mejor dicho, que ha vuelto, es Franz Strejcek, quien regresó a comienzos de 2020, 42 años después de haber visto el partido en vivo y en directo desde sus gradas.
“Pude entrar al campo, al ‘suelo sagrado’. ¿Sabes que el estadio se llama Mario Alberto Kempes y que él jugó también en Austria? Para mí fue muy lindo volver”, cuenta este hombre que ha trabajado en la industria de los Seguros y, también, organizando conciertos.
(En su paso por el fútbol austríaco, Kempes jugó partidos contra Krankl y el mismo jugador argentino bautizó esos encuentros como “el duelo de las dos K”).
A fines de 2019, el que visitó el estadio fue Julian Rachlin, quien le pidió permiso a Gustavo Farías para tocar su violín en el arco donde marcó Hans Krankl y luego solicitó una pelota para hacer un gol.
“Yo creí en Viena y mi club era el Rapid Viena, y era mi club básicamente porque mi ídolo era Krankl y él jugaba ahí”.
(Curiosamente, en el Rapid Viena jugó también el padre del cónsulo austríaco Federico Scherzer y gracias a un excompañero de equipo llegaron las banderitas a Argentina para repartir en el estadio).
“Entonces, una vez que tuve claro que Krankl era mi héroe -continúa Rachlin- empecé a cortar cada artículo periodístico sobre su carrera y puse todo en una pared dedicada al jugador, y así supe de este partido en Córdoba que es parte de la historia futbolística de Austria”.
Cuando el violinista fue invitado por la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo a una gira como solista por Sudamérica, y supo que una de las sedes era Córdoba, se dijo que tenía que conocer estadio donde se consagró su ídolo, quien a esta altura es también su amigo.
Cuatro bancos y una plaza
El furor por lo ocurrido en el estadio argentino en 1978 llevó a que Viena tenga una Plaza Córdoba, o Cordobaplatz, que el cónsul Federico Scherzer visitó años atrás, aunque muchos de los que pasan por ahí desconocen el origen del nombre.
“Le pregunté a los vecinos si sabían por qué tenía ese nombre la plaza y no sabían. Entonces les explicamos con un funcionario de Viena la historia del partido”, le dice a BBC Mundo.
Pensando en esta plaza, Gustavo Farías le ofreció al cónsul y a la embajada de Austria en Buenos Aires la posibilidad de enviar antiguas bancas del estadio a Viena.
“En marzo de 2020 les ofrecimos tres asientos del estadio para que lo lleven a Austria. Yo ya sabía que existía una Cordobaplatz entonces pensé que les podía interesar. Y me pidieron cuatro, para ponerles el 1, el 9, el 7 y el 8. Incluso le regalamos también la entrada del partido enmarcada y el número de la cabina de radio donde transmitió Edi Finger”.
Los bancos fueron recibidos en la capital austríaca por el alcade, Michael Ludwig, quien decidió otro destino para el regalo.
“La idea original era ponerlos en la Plaza Córdoba pero el intendente, con muy buen criterio, dijo que era mejor que no estuvieran a la intemperie sino en un museo en Viena”, comenta Scherzer.
BBC Mundo pudo averiguar que todo fue destinado al museo Wein, pero ni los bancos ni la entrada ni el número de cabina están en exhibición.
En el museo del Chateau Carreras hay una vitrina exclusivamente dedicada a ese partido, entre camisetas de la selección argentina, autos de competición (el estadio ha sido sede de primeras etapas del rally de Córdoba) y una extensa memorabilia deportiva.
“Yo sueño que Viena y Córdoba se conviertan en ciudades hermanas a partir de este estadio y de la Cordobaplatz”, dice Gustavo Farías, quien con los años ha perdonado a su madre por no dejarlo ir al partido de Austria y Alemania.
Por suerte, confiesa, sí pudo ver el 6 a 0 de Alemania contra México, 15 días antes, la peor goleada sufrida por la selección azteca en un mundial, y eso que los mexicanos jugaron con dos arqueros, pero esa es otra historia…
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