Las sentaba en sus rodillas y las apretaba hacia su cuerpo. Tambien les hacía introducir las manos en los pantalones con el pretexto de que cogieran caramelos o chucherías y no dejaba que se apartaran. Tres mujeres explican a EL PERIÓDICO los presuntos abusos sexuales que sufrieron siendo menores de edad por parte D., ayudante de tesorería en la Iglesia Evangélica Sumaria de Terrassa. Estas víctimas no han podido presentar denuncia contra este miembro de la comunidad porque ya ha fallecido y no tiene recorrido penal. Con ellas, ya son más de 15 víctimas que aseguran haber sido abusadas por cuatro personas vinculadas a esta entidad, aunque, por ahora, solo dos han llevado su caso ante la justicia. Otras están estudiando interponer una denuncia penal. En 2022, algunos afectados ya comunicaron al Consell Evangèlic de Catalunya los abusos sexuales que padecieron a cargo de miembros de la congregación. La comunidad evangélica está conmocionada.
“Siempre tenía chicles o chuches y te decía que cogieras. Cuando introducía la mano en el bolsillo, te la cogía para que no la pudieras sacar”
“Siendo menor de edad, cuando iba en coche me hacía sentar encima suyo para llevar el volante; también me hacía sentar sobre sus piernas y me apretaba hacia su cuerpo, en una sala de la iglesia, mientras contaba el dinero recaudado entre los feligreses. O sea, te hacía presión”, explica L. Esas escenas, como las de los caramelos, las vivió desde los 5 a los 8 años. “Entonces fue cuando me empecé a sentir incómoda y no quería acercarme a él. No sabía por qué, pero no quería”, recuerda.
“Para las obras de teatro nos hacían la ropa y nos llevaban a una habitación para probárnosla. Nos quedábamos en braguitas: yo siempre veía a ese hombre contando dinero sentado en una silla”
“Nos hacía sentar sobre sus piernas”
El ayudante de finanzas de la iglesia hizo lo mismo con J., prima de Josué Soler, uno de los jóvenes que ha presentado denuncia ante el juzgado. “Nos decía: ‘Vamos a aprender a conducir’. Ocurría los domingos, cuando no había tráfico en la zona de alrededor de la iglesia. Me hacía sentarme en sus piernas”, rememora esta segunda mujer, que tiene 36 años y es madre. “Cuando hacíamos obras de teatro o bailábamos –prosigue– nos hacían la ropa y nos llevaban a una habitación para probárnosla. Nos quedábamos en braguitas y en camiseta y siempre veía a ese hombre en el cuartito contando el dinero sentado en una silla”, asegura J., que entonces tenía alrededor de 10 años. A los 12, recuerda, un tío le regaló un piercing para el labio y se lo acabó quitando porque se cansó de oír comentarios: “Me decía que me lo habían hecho con una aguja y que seguramente me habían pegado el sida”.
Otra de las víctimas que ha querido hacer público su caso es Débora Cárceles, quien asegura que sufrió abusos cuando tenía 7 años en casa de este miembro de la congregación. “Hacía ver que era nuestro amigo, nos daba caramelos y golosinas y nos llevaba a su casa, ya que tenía una piscina”, explica a EL PERIÓDICO. De aquella época cuenta que, al salir del agua, no las dejaba desvestirse en un lugar privado y las ayudaba a quitarse el bañador.
Dados con posturas sexuales
En otras ocasiones, explica, la llevaba, junto a una amiga de la misma edad, de la iglesia a la vivienda y allí también las dejaba conducir sobre su regazo. La víctima explica que en el coche les enseñaba dados con posturas sexuales que tenía y en la casa les mostraba revistas pornográficas, además de hablar abiertamente de sexo: “De todo lo que hacía o no con su mujer”.
“Nos intimidaba y tenías miedo de lo que pudiera ocurrir”
Fue una de esas veces cuando el presunto agresor jugó al escondite con ellas y le hizo subir a una habitación de la casa, que tenía dos plantas, a contar hasta 100. La joven narra que cuando bajó al comedor vio al hombre cometiendo abusos sexuales “muy graves” con su amiga. También explica que eyaculó en las manos de las dos menores. Es más, les dijo que no se tocaran y que fuesen “rápido” a lavarse las manos, ya que podían quedarse embarazadas.
Después les preguntó si tenían la regla y les pidió que no contaran nada ni al pastor ni a nadie: “Nos intimidaba y teníamos miedo de lo que pudiera ocurrir”. La víctima explica que esa situación le generó mucha ansiedad, pues en la congregación les habían enseñado vídeos sobre el infierno y ella se culpabilizaba de esos abusos. Después de eso, cuenta que el mismo tipo hizo que se sentara encima de él en el sofá de su casa para restregarse. “Ellos se encargan de que no conozcas otra cosa”. Los abusos y el miedo que sintió con los mensajes sobre el infierno desde pequeña hicieron que la joven pasase muchos años sufriendo ataques de ansiedad. A los 19 años explotó y salió de la congregación.
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