
20 de marzo de 2003, 5:35 de la mañana. Las bombas comienzan a impactar en Bagdad y el cielo parece una hoguera. Las televisiones en Estados Unidos emiten las imágenes con un rótulo impactante: “Shock and awe”, ‘Conmoción y pavor’. Es el nombre de la campaña de bombardeos que dio inicio a la invasión de Irak. Introducen así un término militar en la jerga mediática y política estadounidense. “Conmoción y pavor” es una estrategia militar, teorizada por Harlan Ullman en 1996, basada en “lograr un dominio rápido sobre un adversario mediante la imposición inicial de una fuerza y una potencia de fuego abrumadoras”.
La expresión llegó para quedarse. Y parece hecha a medida para el trumpismo, especialmente en este segundo mandato. La última demostración ha sido el despliegue ayer de 2.000 agentes de la Guardia Nacional para sofocar las protestas en Los Ángeles contra las políticas de deportaciones masivas sin que lo hubiera solicitado el gobernador de California, estado bastión de los demócratas. La propia gente cercana al republicano usaba la expresión para anunciar lo que se venía. “Cuando el presidente Trump asuma el cargo, habrá conmoción y pavor con sus órdenes ejecutivas”, decía el senador John Barrasso. No mentía.
Saturar a los medios
20 de enero de 2025. Trump está sentado frente a un pequeño escritorio en el escenario del Capitol One Arena de Washington D. C. Mira al público que le jalea, coge un rotulador y comienza a estampar su firma en las carpetas que le acercan a la mesa. Son sus primeras acciones de gobierno, sus primeras órdenes ejecutivas. En sus primeros cien días firmó 143; el récord lo ostentaba Franklin D. Roosvelt con 99. Esa noche Trump firmó la retirada del Acuerdo de París o de la OMS, el fin de la nacionalidad por nacimiento o el despliegue de tropas en la frontera sur, entre otra veintena de medidas. Ha declarado al menos ocho emergencias nacionales y hace grandes anuncios casi a diario. Una imposición inicial de fuerza.
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