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Sara Barquinero: “Las conspiraciones cumplen la función social que tuvo la religión, ordenar el mundo” – Zenda

Autor: Zenda

Escribir, para la mayoría de los que se dedican a este oficio, es una empresa considerable, un esfuerzo titánico, una auténtica pesadilla en muchas ocasiones. Estoy pensando en una novela de doscientas o trescientas páginas. No me imagino lo que debe de ser alumbrar una de ochocientas. ¿Cuántas palabras son esas en un documento de Word? ¿250.000? Puede que más. Sara Barquinero lo ha conseguido, después de unos cuantos años de intentarlo. Además, todo el mundo —los que la han leído, los que no lo han hecho y los que no tienen ninguna intención de hacerlo— dice a los cuatro vientos que su novela es estupenda. Según Pierre Lemaitre, «una novela sirve para entender una época, o de lo contrario es un objeto inútil». No sé si Los Escorpiones (Lumen) cumple con esa premisa, pero ante la cantidad de elogios y del entusiasta recibimiento queda claro que su generación necesitaba esta novela, una de ochocientas páginas con mucho Orfidal y mucho videojuego, para explicarse.

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—»Una novela colosal», «un derroche literario», «un libro muy bien escrito y valiente»… No se puede quejar por las críticas.

—Estoy muy contenta. Es mucho más de lo que me podía imaginar.

—Mucha gente habla maravillas de La broma infinita pero no la ha leído. ¿Tiene miedo a que pase lo mismo con su obra?

—Sí, totalmente de acuerdo. Creo que puede haber mucha gente que hable bien de mi novela y no la haya leído, y también gente que hable mal y tampoco lo haya hecho. (Risas) Es muy común que la gente pretenda leer novelas, pero si encima tienen ochocientas páginas…

—¿Está la opinión más dirigida ahora con las redes sociales?

Ahora existe una presión global, popular, con las redes sociales, pero hay una infinidad de opciones

—No, yo creo que no. La gente se echa las manos a la cabeza porque dice que ahora el pensamiento está más controlado. Pero si hacemos la comparación con hace años, cuando solo había tres, cuatro periódicos… Ahora existe una presión global, popular, con las redes sociales, pero hay una infinidad de opciones.

—Volvemos a lo de las ochocientas páginas. No se lo pone fácil a sus lectores: una novela larguísima con letra pequeña, un buen número de tramas, un montón de personajes, saltos en el tiempo, conexiones que no están demasiado claras entre los relatos… Les exige mucha atención a sus lectores. ¿La literatura tiene que ser incómoda?

—No creo que la literatura tenga que ser de ninguna manera, pero no está mal que la literatura nos incomode, que nos exija, que sea un desafío. Yo diría que se trata de una ficción literaria estándar.

—¿Podemos entender Los Escorpiones como una novela de ciencia ficción? ¿Política? ¿Distópica? ¿O es solo un juego literario?

—Aunque sea un spoiler, el final de la obra hace que no sea una novela de ciencia ficción. Yo diría que es ficción literaria estándar.

—En Los Escorpiones resuenan las conspiraciones, ¿por qué nos atraen tanto?

Nos hemos encontrado con cierto vacío teórico, que algunas personas han decidido llenar con ideologías sencillas, como son las teorías de la conspiración

—Ante la gran crítica posmoderna a todo relato que tenga sentido por sí mismo y toda institución, nos hemos encontrado con cierto vacío teórico, que algunas personas han decidido llenar con ideologías sencillas, como son las teorías de la conspiración. Tampoco creo que todo el mundo haya hecho eso. También hay mucha gente valiosa pensando cuál es el sentido de la existencia o buscando darle un orden a su vida. Yo me he quedado con lo peor, con lo más feo, con lo más obvio, pero no es la única vía que existe.

—Decía Borges que las filosofías y las religiones son ramas de la literatura fantástica. ¿Son las conspiraciones una alternativa a las religiones?

—No creo que sean una alternativa real, pero sí que cumplen la función social que en otros momentos pudo cumplir la religión: la de ordenar el mundo.

—Dice en el epílogo que su obra hace un pequeño homenaje al Manifiesto conspiracionista, publicado en España por la editorial Pepitas de Calabaza. Hay una frase de esa obra que dice: «Nuestro desacuerdo con los defensores del orden existente no es por la interpretación del mundo, sino por el mundo mismo». Parece escrita por alguien de su generación, por un personaje de su novela.

El pensamiento conspiranoico es muy rebelde —contra todo, en apariencia—, pero luego acaba enunciando cosas muy sencillas

—Ese libro —sin ánimo de criticar al libro abiertamente— me parece que expresa muy bien el atractivo del pensamiento conspiranoico: esas frases con las cuales todos podemos estar de acuerdo, o con las que queremos estar de acuerdo, como la sospecha de la realidad. No se trata de cuál es el consenso del mundo, sino de la misma noción del mundo a la que queremos atacar. Ese tipo de formulaciones, que son muy comunes, nos pueden resultar atractivas porque ciertas filosofías políticas que nos gustan, en ocasiones, se han movido en ese engranaje de oscuridad. Lo que propone este libro, o lo que hace cualquier conspiración, es una imagen total del mundo que no dista tanto de lo que intenta criticar. En filosofía, cuando la posmodernidad vino a revolverlo todo, una de las cosas que se criticaban era la constitución ontológica del mundo: pensar que Dios ha creado el mundo como si fuera un señor o que el fundamento del mundo es uno y de ahí derivan el resto de las cosas. El pensamiento conspiranoico es muy rebelde —contra todo, en apariencia—, pero luego acaba enunciando cosas muy sencillas. Esto es lo que Nietzsche llamaría una transvaloración de valores, en lugar de cambiar la noción misma de valor… Quizás me he puesto muy oscura…

—Los Illuminati, los masones, las Logias y ahora los Escorpiones. Las sociedades secretas funcionan muy bien en la literatura, y también en el cine.

—Sí. Yo creo que hay dos tipos de personas: a las que les causa una inquietud saludable pensar que hay gente loca y rara metida en una logia o en una cosa oscura y que ellos están fuera; y luego hay otras muchas, entre las que puedo estar, que vemos un atractivo muy perverso en ser especiales y ser nosotras las que estamos en ese otro lado oscuro. Por eso creo que las conspiraciones funcionan tan bien.

—Entiendo que le encantaría ser admitida en el Club Bilderberg, ¿no?

Mi instinto natural hace que me atraiga gente como los masones

—(Risas). Deconstruyéndome a mí misma… No, no quiero estar en ningún club. Pero mi instinto natural hace que me atraiga gente como los masones. Si cuando era joven hubiera sabido de una logia masónica en Zaragoza, me habría acercado a conocerla. He tenido que deconstruirme en ese aspecto.

—¿Por qué hay tanto Orfidal en su novela?

—El Orfidal expresa bien ese deseo extraño que tiene nuestra sociedad por parar pero a la vez no hacerlo del todo. Hay gente que necesita de verdad tomarlo. No me meto con la labor de cualquier médico o psicólogo que pueda recetarlo, pero he visto a mi alrededor, por desgracia —y yo misma tuve una época en la que abusé de este medicamento—, que es una solución muy sencilla. Llega la angustia, te tomas un Orfidal y te calmas. Pero esto no te deja tener una reflexión profunda que te permita pensar por qué estoy angustiado; lo que te permite es dormir, parar, asistir a una reunión que te da angustia para estar callado y que simplemente pase ese momento. Esto me parece un síntoma muy de mi época. Supongo que otras épocas habrán tenido los suyos.

—Cuando dice en el epílogo que no recomienda a ningún lector entrar en Sanctioned Suicide —el controvertido foro de internet por su debate abierto y su supuesta promoción del suicidio—, en mi caso se estimula mi curiosidad por ese lugar. ¿Qué ha visto allí?

Si alguien tiene pensamientos oscuros, no es una buena idea que entre en el foro Sanctioned Suicide

—El foro está ahí para cualquiera que quiera entrar, aunque ha cambiado mucho. Antes era más salvaje. Ahora está como más controlado y es un poco más triste. Es como cuando aparece un vídeo en una red social y te advierten de que no es apropiado; tú lo abres y ves, por ejemplo, a un niño muriendo de hambre… Sí que es cierto que la prohibición de verlo, o la recomendación de no hacerlo, te dan más ganas de pinchar en el contenido. Lo que sí que tengo claro es que si alguien tiene pensamientos oscuros, no es una buena idea que entre en el foro Sanctioned Suicide.

—¿Cuánto tiempo ha dedicado a navegar en la deep web y qué se ha encontrado?

—Más o menos, todo lo que me encontré está en la novela tal cual. La deep web no es en realidad algo tan malo. Es como cuando eres un niño pequeño y te dicen que tengas cuidado con las malas calles. Tú piensas qué es lo que puede haber en esas malas calles, y luego resulta que no hay nada: a lo mejor una prostituta exhibiendo sus servicios, una persona que crees que te puede pasar un poco de hachís… En la deep web te puedes meter en lugares horribles, pero yo creo que fundamentalmente en España se utiliza para comprar y vender drogas.

—Por cierto, ¿Los Escorpiones es una novela o son varias novelas juntas en un mismo libro? No lo tengo muy claro.

—Para mí el impulso que tienen es unitario. Creo que las cuatro primeras novelas se pueden llegar a leer por separado y se pueden disfrutar de esa forma, pero todas tienen una fuera que solo se completa leyendo las demás. Y ese fue siempre mi impulso a la hora de componer la novela. Quería que las historias tuvieran cierta autonomía, pero hubiera un sentido en el conjunto.

—¿No pensó en sacar el episodio italiano, Bajo Astral, como una novela aparte de Los Escorpiones?

Pienso que la novela italiana se podría leer sola bastante bien, y que quedaría como una historia misteriosa de lo que está pasando en Italia en esa época

—No. (Piensa) Pienso que la novela italiana se podría leer sola bastante bien, y que quedaría como una historia misteriosa de lo que está pasando en Italia en esa época. Pero contiene muchos elementos que ayudan a que los protagonistas de las otras partes encuentren sentido a la teoría de la conspiración y se encuentren entre ellos. Se podría haber sacado de forma independiente y luego completarla con la publicación del resto en otro volumen, pero me pareció innecesario. Me pasó lo mismo con la parte de la Universidad de Nueva Orleans. Todavía estuve más tentada de sacarla fuera. Lo hablé mucho con mi editora y ella insistió en que se quedase dentro.

—Sí. Con ese relato me ocurre lo mismo que con el episodio italiano. Es la parte más diferente, el estilo es otro, la voz del narrador también.

—Yo intenté que cada novela tuviera un estilo bastante diferente. Lo que hacía era dejar un tiempo entre novela y novela para que mi cabeza reposara, y leía autores muy dispares entre sí. En realidad, la parte de Nueva Orleans choca más porque es un narrador muy masculino. Creo que todas las novelas que forman Los Escorpiones son distintas entre sí.

—En general, la novela no destaca por tener una voz muy femenina.

—Quizás la parte más femenina es la italiana. Al final, como casi todo el mundo, he leído más novelas escritas por hombres que por mujeres.

—¿La parte italiana es un guiño a Eyes Wide Shut?

—Para mí, las referencias fundamentales a la hora de hacer la parte italiana fueron Eyes Wide Shut y también la parte dentro de En busca del tiempo perdido que se llama «Un amor de Swann». De hecho, los nombres de casi todos los personajes secundarios están sacados de ahí. También me influyeron los textos y las crónicas de Gabriele D’Annunzio.

—¿Su novela se debe leer de forma lineal o hay que hacer una rayuela?

—Yo creo que funciona mejor la idea de forma lineal, pero también pienso que se pueden tomar decisiones diferentes. De hecho, no tuve muy claro en qué orden colocar la parte uno y la parte dos.

—Cuando Elizabeth Duval, en la faja de su libro, cita referencias de la novela menciona a Don DeLillo, Mariana Enríquez y Michel Houellebecq. Yo a esos no los vi, pero sí a Chuck Palahniuk y, sobre todo, a Thomas Pynchon, de quien hay una cita al principio de la última parte de su obra.

Palahniuk, aunque llevo mucho tiempo sin leerlo, era mi escritor favorito cuando tenía diecisiete años

—Esas referencias que dices también me parecen bien. A Houellebecq, por ejemplo, que creo que está en esa faja, no le veo tanto. No digo que no me guste, pero creo que no es mi estilo. Mariana quizás se puede asemejar por los temas, pero tampoco tengo una prosa muy similar a ella. Respecto a Palahniuk, aunque llevo mucho tiempo sin leerlo, era mi escritor favorito cuando tenía diecisiete años. Por Pynchon me preguntaron ayer en otra entrevista; en realidad creo que tengo una deuda con él, porque no lo he leído tanto.

—Pynchon casa mucho con su novela, porque él es una conspiración en sí mismo. También El arco iris de gravedad y Los Escorpiones tienen algo en común, provocan desasosiego. 

—Sí. Pero —esto lo digo como un defecto mío— pienso que las dos novelas son diferentes, porque El arco iris de gravedad es mucho más exigente para el lector. En mi libro tú lees una página tras otra y todo tiene un sentido lineal. En la obra de Pynchon hay párrafos en los cuales yo me perdía, no sabía qué estaba sucediendo. Yo no soy tan oscura. Pero la idea de composición puede que esté ahí.

—Después de Los Escorpiones, ¿se va a tomar una temporada sabática o ya hay otra novela en marcha?

—Pues mira, como escribir Los Escorpiones me permitía poca libertad, porque todas las historias estaban entrelazadas, tenía preparada una novela de descanso, que tengo más o menos hecha y que es totalmente diferente. Lo que pasa es que no sé si merece la pena. Este verano voy a comprobarlo. Entonces, si merece la pena la publicaré, y si no, tendré que esperar otros cinco o seis años.

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