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El prodigio: el eterno debate entre la ciencia y la religión

Autor: La Mente es Maravillosa

En la película “El prodigio” se nos muestra un fenómeno que fue real. Las “ayunadoras” eran niñas de la época victoriana que adquirieron fama y notoriedad por estar (supuestamente) meses, e inclusos años, sin comer. ¿Qué había detrás de este hecho?

El prodigio: el eterno debate entre la ciencia y la religión

Quien crea que la película de Netflix El prodigio tiene como único objetivo limitarse a relatarnos una historia acaecida en 1862 se equivoca. Hay historias, mensajes y conceptos que son cíclicos, que se repiten y que están incrustados en la esencia de nuestra humanidad. Nos referimos a ese eterno enfrentamiento entre el fanatismo y la ciencia, entre la fe y la razón.

Esta producción dirigida por Sebastián Lelio y protagonizada por una eficaz Florence Pugh nos cuenta la historia de la enfermera Lib Wright, quien tiene como cometido acudir a un pequeño pueblo de Irlanda para observar a una niña que, supuestamente, lleva cuatro meses sin comer. A pesar de ese ayuno permanente, la preadolescente parece gozar de buena salud.

El prodigio está basada en la novela de la escritora Emma Donoghue (The Wonder, 2016). Así, aunque es cierto que ni la historia ni los personajes de Lib Wright y Anna O’Donnell existieron de verdad, el fenómeno de las muchachas que “vivían sin comer” fue un hecho auténtico y está bien documentado.

Esta película nos trae un relato, una metáfora de ferviente actualidad en la que queda impresa un importante mensaje. Vivimos en un mundo en el que, a veces, la verdad no es relevante ni se la tiene en cuenta. Importa lo que cada cual desee creer, aunque con ello se derive en la conspiración, el fanatismo y la mentira.

En el siglo XIX hubo muchas jóvenes que, empujadas por la cerrazón de la fe, dejaron supuestamente de comer hasta el punto de ser vistas por parte de la sociedad como criaturas divinas.

El prodigio

Anna O’Donnell es una niña que, atrapada en el fanatismo de la religión y el peso de un trauma, deja de alimentarse.

El prodigio y la historia de las ayunadoras

El prodigio empieza como una invitación. Se guía al espectador desde nuestra actualidad hasta un escenario pretérito, indicándole que “sin historias, no somos nada”. Esa pequeña pincelada es clave para captar la esencia de esta producción que, como hemos señalado, no busca únicamente traernos una singular experiencia acaecida en una Irlanda del siglo XIX.

Toda historia tiene como propósito invitarnos a una reflexión, y por ello es necesario ver esta película desde una óptica más amplia, sensible y crítica. Con ese fin es necesario caminar de la mano de la enfermera Lib Wright, quien junto a una monja, tienen como responsabilidad comprender cómo una niña está logrando sobrevivir sin comer.

Es importante destacar también el escenario psicosocial que rodea a la joven Anna O’Donnell. Tanto la familia, como los vecinos del pueblo, la iglesia y hasta los propios médicos ven con admiración y devoción dicho fenómeno. La niña es santa, la niña se alimenta de maná del cielo y no cabe otra explicación más que la divina. En medio de esa situación, la enfermera Wright es testigo del lento, pero inevitable declive físico de la pequeña.

La historia de las niñas que no querían comer

Las ayunadoras (fasting girls) existieron y fue en este contexto en el que unas niñas se negaban a comer cuando apareció por primera vez el término de la anorexia. Fue entre 1810 y 1870 cuando surgieron nombres como los de Ann Moore y Sarah Jacob. Chicas que, llevadas por el fanatismo religioso, decían no necesitar alimento porque habían sido elegidas por Dios.

Estas muchachas adquirieron bastante notoriedad, hasta el punto de ser común ir a visitarlas y dejar regalos (a veces, importantes donaciones económicas). Era obvio que a las familias las alimentaban cuando no había testigos delante. Sin embargo, hubo casos realmente dramáticos. La pequeña Sarah Jacob acabó falleciendo de inanición mientras una enfermera la vigilaba y estudiaba su caso.

Los últimos casos fueron descritos al final del siglo XIX, momento en que la perspectiva científica empezó a imponerse a la religión y a la fe. Aunque en determinadas regiones del Reino Unido más rural, las ayunadoras seguían captando acólitos y ciegos devotos que se reafirmaban en su verdad. Esa en la que dar veracidad a unas niñas santas capaces de estar años sin comer gracias al poder de lo divino. Al “maná”.

El prodigio es una historia sobre un trauma escondido y el uso de la religión y el fanatismo para purgar un supuesto pecado.

El prodigio

La religión actúa a veces como una herramienta para el tormento y el castigo por los supuestos pecados cometidos de cada uno, aunque se sea solo un niño.

Fraudes, fanatismos y la fragilidad de la verdad

No queremos desvelar los interesantes entresijos finales con los que culmina la película de El prodigio. Ahora bien, podemos señalar que esta producción nos habla de un trauma psicológico y de cómo la religión actúa de castigo para purgar lo que se entiende como un pecado. La enfermera Lib Wright se convierte en esa figura encargada de desafiar los dogmas, de traer la luz a la sinrazón.

Sin embargo, cuando la protagonista trae por fin la verdad, nadie quiere escucharla. Porque pesa más el relato de la fe, porque impera el fanatismo y nadie desea romper ese tejido de lo mágico y lo milagroso que lleva años instaurado en dichos parajes. También en esas mentes que tachan de hereje a quien defiende la ciencia, enrocándose en su dogma hasta el punto de dejar morir a una niña inocente.

En esa Irlanda del siglo XIX no existían las redes sociales como en la actualidad, pero la desinformación se extendía también como un virus, como el manto de niebla que todo lo opaca mediante argumentaciones absurdas y conspiratorias.

La verdad, sin importar la época o la circunstancia, suele estar eternamente vulnerada y se pone en tela de juicio bajo las más variadas hogueras. A veces por la religión, otras por sutiles intereses y casi siempre por la ignorancia.

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