Este municipio murciano es una de las cinco ciudades santas del cristianismo, junto a Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana
Este municipio murciano es una de las cinco ciudades santas del cristianismo, junto a Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana
En el corazón de la Región de Murcia, entre montañas y caminos antiguos, encontramos Caravaca de la Cruz, un destino muy especial, sobre todo ahora, cuando quedan todavía tres meses de Año Jubilar. Este municipio murciano es una de las cinco ciudades santas del cristianismo, junto a Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana, estas dos últimas también en España. Cada siete años celebra el ‘Jubileo Pepetuo’, una indulgencia papal que permite a los católicos limpiar todos los pecados, un privilegio que tiene lugar en este 2024.
Más allá de cuestiones religiosas, nos encontramos con un lugar cargado de historia, arte, tradiciones y naturaleza. Poblado desde el Paleolítico, hay constancia de yacimientos neolíticos, argáricos, íberos y romanos. El núcleo urbano, tal y como lo conocemos, empieza a formarse en la Edad Media, en torno al Cerro del Castillo. Es precisamente en esta época cuando llega a Caravaca un lignum crucis auténtico, un trozo de los maderos con los que crucificaron a Jesucristo, una reliquia que ha convertido esta población en leyenda.
Una milagrosa aparición
Las historias y milagros de la Cruz forman parte de la cultura local y se han ido transmitiéndose de generación en generación. Nos remontamos a 1231, con Fernando III El Santo, como rey de Castilla y León, y Jaime l, en Aragón. Murcia era territorio musulmán y cuenta la leyenda que el rey moro Abú Zeid se convirtió al cristianismo cuando contempló cómo dos ángeles transportaron el ‘lignum crucis’ para que un sacerdote preso pudiera oficiar una misa.
La reliquia está guardada en el Santuario de la Santísima y Vera Cruz, construido entre 1617 y 1703. De estilo barroco y renacentista, destaca sobre todo la portada de mármol rojo de Cehegín en la que se hace toda una exaltación de la Santa Cruz. Como curiosidad, decir que la basílica fue utilizada en 1939, nada más acabar la Guerra Civil, como campo de concentración de prisioneros republicanos por el régimen de Franco.
Un castillo que domina el paisaje de Caravaca de la Cruz
El santuario donde se guarda la reliquia no es la única joya arquitectónica del lugar. Desde lo alto de una colina, un castillo árabe del siglo XI domina el paisaje. Originalmente fue una fortaleza defensiva durante la época de la Reconquista y, posteriormente, fue ampliado para proteger el santuario cristiano. La fortaleza fue primero de la Orden del Temple y, después, de la de Santiago.
Caminar hasta el castillo es como retroceder en el tiempo, ya que las murallas de piedra ofrecen unas vistas inigualables de la ciudad y el paisaje montañoso circundante. Las calles empedradas que suben hasta el santuario son un testimonio de su pasado medieval, y mientras paseas por ellas, es fácil imaginar la vida en tiempos de cruzadas, reyes y monjes.
Descubre Caravaca de la Cruz, en Murcia, una de las cinco ciudades santas del cristianismo
Las fiestas de los caballos del vino
Uno de los momentos más vibrantes del año en este pueblo tiene lugar a principios de mayo, cuando se celebran las Fiestas de los Caballos del Vino, declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Su origen está basado en un hecho histórico del siglo XIII, cuando la población cristiana fue asediada por las tropas musulmanas. Sin apenas alimentos y con los aljibes contaminados, la población empezó a enfermar. Unos templarios salieron en busca de agua y comida, pero solo encontraron vino en la bodega de una casa. Lo cargaron en los caballos y consiguieron sortear el enorme cerco musulmán que les impedía el paso. Posteriormente, el vino fue bendecido con la Cruz de Caravaca y, milagrosamente, los enfermos sanaron al beberlo.
Hoy en día, esta historia se conmemora con una espectacular carrera de caballos engalanados con mantos bordados a mano, en la que jinetes y caballos suben a toda velocidad hasta la cima del castillo. Es un evento lleno de color y belleza, en el que los locales y visitantes se unen para celebrar una de las tradiciones más antiguas de la región.
Naturaleza y rutas para explorar en Caravaca de la Cruz
Si bien la historia y la espiritualidad son razones poderosas para visitar este pueblo, también hay mucho que ofrecer a los amantes de la naturaleza. Rodeado por montañas y cañones, el entorno es perfecto para realizar actividades al aire libre. Las rutas de senderismo y ciclismo que se extienden por los alrededores permiten descubrir paisajes espectaculares, con vistas panorámicas que se abren paso entre las sierras murcianas.
Una de las rutas más populares es la que lleva hasta el Parque Natural de las Sierras de Caravaca y Villafuerte, donde la biodiversidad y los paisajes agrestes sorprenden a cada paso. Aquí es posible encontrar especies autóctonas de flora y fauna, además de pequeños manantiales y fuentes que brotan de las montañas.
Uno de los parajes más bonitos para visitar en otoño, con su manto mágico multicolor, son las Fuentes del Marqués, a apenas 2 kilómetros del casco urbano. Todo el parque está surcado por pistas y caminos que facilitan la visita, alguno de los cuales sirve de puerta a otras pistas forestales que se internan en los barrancos de la Sierra del Gavilán, como el Barranco del Nevazo o el Barranco del Agua.
Gastronomía de raíces ancestrales
La visita a este pueblo no estaría completa sin degustar su rica gastronomía, ligada a productos agrícolas y ganaderos de la zona. Al estar ubicado en una región de transición entre el Levante y la Meseta, su cocina combina lo mejor de ambas tradiciones culinarias. Entre los platos más típicos, destacan los guisos de cordero, el gazpacho jumillano y las migas ruleras, un plato humilde que se prepara a base de harina, ajo y embutidos locales. También los arroces en todas sus variantes, con conejo, pollo, garbanzos, caracoles, níscalos, bacalao…
Además, no puedes dejar de probar los dulces conventuales, elaborados por las monjas del lugar. Estos manjares, como los alfajores, las yemas de Caravaca y los rollicos de anís, han sido preparados durante siglos siguiendo recetas ancestrales que han pasado de generación en generación.