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Una cena difícil de olvidar

Autor: Walter Kim

¿Puedes recordar qué comiste ayer? Quizás fue una rodaja de pan en el desayuno o un sándwich en el almuerzo; sea lo que sea que hayas comido, seguramente ese alimento solo sirvió como una pausa para cambiar a la siguiente actividad de tu rutina. Mientras que la mayoría de las comidas representan una obligación rutinaria para llenar nuestro estómago, algunas comidas nos hacen reducir la velocidad y alimentan nuestras almas.

El recuerdo de una comida del 20 de noviembre de 1993 sigue alimentando mi alma hasta hoy. Era una noche fresca en la que lloviznaba, típica para esa época del año en Vancouver. Al final de un día cuidadosamente planeado para mejorar mis probabilidades de éxito, le propuse matrimonio a mi novia Toni. Después de que aceptara, celebramos con un delicioso plato de salmón. La comida nos dio la oportunidad de recordar cómo y por qué nos enamoramos. Fue un momento para tomar decisiones y compartir promesas.

En la intimidad de una velada con amigos queridos, Jesús organizó una comida de significado eterno. El relato de Marcos sobre la Cena del Señor sitúa la escena «el primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba a sacrificar el cordero de la Pascua» (Marcos 14:12). La cena pascual conmemoraba la gran liberación de Israel de su esclavitud en Egipto. Con el tiempo, esta fiesta de conmemoración se convirtió en una de anticipación, despertando en el pueblo un anhelo por la liberación de la opresión romana. El acto de sacrificar el cordero pascual se realizaba cada año en el templo, pero su significado pronto se presentaría de una forma nueva durante la Cena del Señor.

La narración, sin embargo, pasa de la anticipación a la ansiedad. Jesús interrumpió la conversación de la cena diciendo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar» (v. 18). Cualquier conversación agradable que se haya estado compartiendo a la mesa se habría detenido de golpe. Con esta cruda proclamación, la paz que simbolizaba una cena juntos quedó subvertida. Las comidas en comunión proporcionaban un tiempo y un lugar donde se ratificaban pactos, se profundizaban amistades, y donde incluso los enemigos podían dejar a un lado sus armas. Si cualquier forma de traición es mala, una traición en el contexto de semejante hospitalidad habría sido espantosa.

Mientras los discípulos procesaban sus palabras, «Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos, diciéndoles: “Tomen; esto es mi cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias, se la pasó a ellos y todos bebieron de ella. “Esto es mi sangre del pacto que es derramada por muchos”, dijo» (vv. 22-24).

Normalmente, la bendición y la partición del pan habrían dado paso al siguiente plato de la cena; sería algo similar a dar las gracias y pasar el pan de pita. Sin embargo, las palabras de Cristo en el contexto de esta cena de Pascua, llena de anticipación sobre la redención y ansiedad personal, ritualizaron algo esencial sobre Dios, tanto para los discípulos sentados a la mesa, como para todos los que vinieron después de ellos. El fruto de la salvación se produjo en ese horrible madero, la vieja y áspera cruz donde sería colgado el cuerpo maltratado de Cristo. Y así, nosotros proclamamos «la muerte del Señor hasta que él venga» (1 Corintios 11:26).

Ciertamente, Jesús acalló el viento y las olas, y llamó a Lázaro de la tumba. Cuando regrese, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es Señor (Filipenses 2:10-11). Tales visiones del poder divino infunden asombro y adoración. Pero Jesús se dio a sí mismo como un Salvador quebrantado y maltratado, a quien recordamos en la hospitalidad de la cena, y que fue vulnerable a la traición incluso en medio de la bendición. Podemos acudir a Él con sinceridad y sin miedo a nuestras propias heridas. Por sus heridas fuimos sanados, y por su sangre somos hechos plenos. En la Cena del Señor, cada vez que tomamos el pan y bebemos de la copa, nos detenemos para saborear el regalo divino del gozo que recibimos a través del sufrimiento de nuestro Salvador.

Walter Kim es el presidente de la National Association of Evangelicals. Anteriormente fue pastor y capellán universitario.

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