Por Catalina Zabala
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Fierros, motores, luces, estallidos, planos cortos, golpes, giros, frenos, podios. En resumen, dopamina.
Olas del mar y autos deportivos. Los motores rugen. Planos cortos y frenéticos que intercalan a estas dos fuerzas tan diferentes entre sí. Así empieza F1 (2025): la naturaleza contra lo artificial. ¿Pero realmente son opuestos? ¿No pueden comulgar?
La historia de F1 se cuenta a través de contrastes y apela a lo sensorial. ¿Por qué? Porque a la hora de cautivar a un público que quizá no pertenece al imaginario de este mundo, tocan lo que nos hace miembros de esta especie, lo que nos permite empatizar. Esto puede ser a través de viajes al espacio, espadas, caballos o, como en este caso, autos de carreras.
La misión es explicar un deporte que encuentra su matriz en la máquina. La motivación de unos deportistas directamente ligados a ella, como si su destreza física no contara. El mundo de la Fórmula 1 solo es entendido del todo por quienes lo integran, y por sus adeptos. Porque los deportes tienen eso. La razón poco tiene que decir ahí.
F1 comienza escalando desde las ruinas. La escudería ficticia de APX necesita un nuevo piloto, y Ruben Cervantes —Javier Bardem— acude a la confianza: un veterano retirado y caído en el olvido. Sonny Hayes —Brad Pitt— llega para sacudir los cimientos de la estructura de una marca en descenso y sin claras señales de repuntar.
F1 (2025), Joseph Kosinski
Sin Brad Pitt no habría película. El personaje de Sonny Hayes se roba todos los focos existentes, y la trama gira en torno a su figura. Los guiños y las coincidencias entre la carrera de Pitt y su personaje en la película llaman la atención. Un hombre que brilló en su rubro en los noventa, que se convertía en ejemplo de muchos. Y que hoy, varias décadas después, mira hacia atrás con ojos de madurez, para terminar de sellar su carrera. El papel de Sonny Hayes parece haber sido pensado para la figura de quien lo encarna, y este lo hace a la perfección.
Entra en escena con “Whole Lotta Love”, de Led Zeppelin, y no es casual. La canción es un clásico que no muere como el personaje que está introduciendo. “You need coolin’, baby”, recita la canción. Advierte la fachada que mantendrá Hayes durante gran parte de la película. Es sensual, es despreocupada. Y así es Hayes. Y él entrena, a su manera. Como en los viejos tiempos.
Sonny hace y deshace a su manera y genera fricción. Así, la película enseguida se convierte en una guerra entre jóvenes y mayores. Entre la plenitud física de su compañero Joshua Pierce —Damson Idris— y la experiencia de Hayes. La fruta fresca y el vino añejado.
El veterano lleva consigo un aura de mago, que se materializa en su mazo de cartas. Unas que lleva a todos lados en sus bolsillos. Sus métodos son alternativos y escapan de la ajena comprensión: está más allá de las reglas, no las necesita. Distrae a sus adversarios, empeña ilusiones ópticas y juega con los puntos ciegos.
F1 (2025), Joseph Kosinski
La banda sonora estuvo a cargo de Hans Zimmer, un maestro cinematográfico en lo que a música se refiere. Y en ese caso, la música, de la mano del estruendo de su ecosistema, configuran ingredientes indispensables para contar esta historia y meter en su mundo a quien lo pisa por primera vez. La adrenalina se corta con un cuchillo, y la música contribuye.
A lo largo de las décadas, los formatos quedan obsoletos. ¿Qué pasa después? Buscan reinventarse. Y el cine, muchas veces, es la plataforma perfecta. La oportunidad de apelar a un público nuevo que quizás de otro modo no se acercaría. F1 abre sus puertas y enseña que, detrás de la excentricidad de su alta gama y una fachada artificial, es posible empatizar, vibrar, apasionarse. En un ecosistema formado por sponsors, apuestas y exceso de dinero, se puede encontrar también la cara humana.
La búsqueda inmersiva es evidente. Se intenta hacer vibrar a los fans de la Fórmula 1, pero también coquetear con quien mira desde afuera para hacerlo entrar. Se explican conceptos básicos clave, como qué sucede cuando se alza una bandera roja en plena carrera, y el funcionamiento de los pits, responsables de regalar momentos de tensión insoportable en las carreras que exhibe la película. En la producción, aparecen nombres como el del piloto Lewis Hamilton. Se trata de figuras de gran peso de la Fórmula 1, que intentan, por alguna razón, que miremos por la ventana de su casa. Que entendamos su funcionamiento.
Las carreras de la película se encargan de dejar sin aliento al espectador, que se mantiene alerta. Trabajo en equipo, acción, y ventaja. O la búsqueda de la misma. En varias ocasiones los planos ofrecen la perspectiva de la primera persona. Uno va como el piloto del auto y observa la pista. Si bien la película no tiene gran variedad de planos ni escenarios fuera de las pistas, la sede de APX y las habitaciones de hospital, los intentos constantes de inclusión del espectador le dan ese toque de originalidad que en otros aspectos quizás falte.
F1 (2025), Joseph Kosinski
Por esta misma línea de realismo e inmersión, aparecen los cameos, si es que se los puede llamar así. Porque en este caso no se trató de traer caras conocidas a la película, sino de llevar la película al mundo real. Varias escenas de las carreras fueron filmadas, justamente, en carreras reales. El podio de la escena final es un podio real. La ficticia APX nace en un nido de monstruos que son conocidos por todos, y lleva al espectador de la mano hacia un mundo que existe, para que lo pueda ver de cerca.
Y como es lógico, las grandes figuras de la Fórmula 1 aparecen entre los personajes. Max Verstappen, Lewis Hamilton y Charles Leclerc son algunos de los rostros que se exhiben en la pantalla. Y la línea de la ficción y la realidad se vuelve cada vez más delgada. APX se enfrenta a Ferrari, McLaren, Mercedes, Williams, Racing Bulls. Las míticas escuderías que sostuvieron al deporte a lo largo de su historia. Otras figuras de renombre aparecen incluso con diálogos y participaciones más preponderantes, como el director de Ferrari, Frédéric Vasseur, y Zak Brown, director de McLaren. Los hermanos Hemsworth como parte del público son apenas un detalle de todos los tragos de realidad que se vuelven palpables en F1.
Como en todo contexto en el que el dinero circula en enormes cantidades, aparece el poder y la lucha por conseguirlo. Y de la mano del poder, aparecen los valores. Cada integrante de este mundo se ve constantemente interpelado por sus principios morales más profundos y hasta dónde está dispuesto a sacrificarlos por el bien de una firma, por la obtención de un trofeo compartido. Sonny Hayes y Joshua Pierce. Ruben Cervantes y Peter Banning —Tobias Menzies—.
F1 (2025), Joseph Kosinski
Una vez que se pone la lupa en este mundo, se entiende que la pirámide jerárquica es interminable. Y que cada eslabón de su estructura va enfrentando a su manera —sea esta cuestionable o no— la resolución de los problemas a los que se enfrenta. Pero las cabezas ruedan y la sangre corre. Síntomas que siempre aparecen cuando se trata de poder. Y así, se ejemplifica cómo lo material no es lo que está en juego. O como dice Hayes en varias ocasiones, “el dinero no importa”. No lo hace por eso. Como en toda disciplina que se practique como el resultado de una pasión, la verdadera meta no es un objeto. Es una sensación.
La Fórmula 1 se vio criticada en varias ocasiones de su historia por perder el punto de lo deportivo. Por dejar a la destreza de sus corredores cada vez en un peor lugar, eclipsada por la máquina y la tecnología. ¿Y cómo se consigue esto? Con dinero. Así, el equipo con mayor poder adquisitivo es el que gana las carreras. El piloto es apenas la cara visible de un gran equipo que debe estar increíblemente coordinado para conseguir sus objetivos. Y eso es lo que hace a la Fórmula 1 tan especial, y lo que la película muestra a quien no estaba al tanto: lo que no se ve. Lo que sucede detrás de bastidores. Y cómo la carrera televisada es apenas la punta de un iceberg cada vez más poderoso.
Por Catalina Zabala
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