En una entrevista efectuada este domingo de Pascua, el biólogo y activista ateísta Richard Dawkins declaró ser un “cristiano cultural”, contrariamente a lo afirmado en el 2006, cuando dijo que el cristianismo era “la raíz de todos los males”. Sucede que, en los últimos años, Dawkins ha ido moderando su discurso anticristiano primigenio al punto de haberse declarado últimamente como “cristiano cultural”.
Asimismo, es reconfortante leer que un ateo tan mediático sea capaz de reconocer las bondades de vivir en una cultura configurada por el cristianismo. Sin embargo, lo más llamativo de esta declaración no fue esta en sí misma, sino el revuelo causado en medios y redes sociales por parte de quienes vieron en ello el inicio de una posible conversión y de quiénes los contradecían, alabando la (cómoda y políticamente correcta) posición de Dawkins.
Pues bien, lamentablemente ambos bandos en apariencia contrarios se complementan muy bien, al punto de reflejar perfectamente el Zeitgeist (“espíritu del tiempo”) predominante. Me explico. Dawkins sí se está convirtiendo, pero en un “cristiano cultural de este tiempo”; es decir, en alguien que sostiene un cristianismo líquido sin raíces y sin misión. Y los que alaban su posición, son los mismos que alaban cualquier posición de confort que no implique compromiso alguno, más allá de sus propias medidas. En efecto, Dawkins ha dicho en la entrevista que no cree «ni una palabra» de la fe cristiana pero que prefiere vivir en cualquier país cristiano, a diferencia de uno islámico, porque el cristianismo «es una religión fundamentalmente decente, en una manera en la que el islam no lo es».
Pero, ¿en dónde cimenta Dawkins su capacidad de determinar lo que es decente de lo que no lo es? Cualquier cristiano lo cimenta en Dios por medio de las Escrituras y la tradición al operar en este la Gracia y la razón. No obstante, para Dawkins y adláteres, lo que es decente o no, es determinado por la cultura, siempre y cuando esta no choque con sus propios intereses y deseos.
Por ello, este comodísimo “cristianismo cultural” produce posturas tales como las de aquellos que exigen en sus trabajos el cumplimiento de la no laboralidad durante la Semana Santa, pero que, en la vivencia de esta, hacen todo lo contrario a estar un poquito más cerca del Señor. Es en ese sentido, que me viene a la mente unas palabras de un santo contemporáneo cuando escribe:
…la fe me dice que Cristo ha vencido definitivamente y nos ha dado, como prenda de su conquista, un mandato, que es también un compromiso: luchar (…) si la lucha se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar el egoísmo y de servir a todos los hombres. Renunciar a esta contienda, con la excusa que sea, es declararse de antemano derrotado, aniquilado, sin fe, con el alma caída, desparramada en complacencias mezquinas.
“Es Cristo que pasa”, Punto 74. San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Por lo tanto, considero que, la aparente y hasta condescendiente declaración de Dawkins es más peligrosa que el ateísmo cáustico de sus primeros años, porque implica aceptar el vaciamiento de la esencia del cristianismo (un Dios que nos “primerea” al punto de querer que tengamos comunión con Él), para rellenarla con pura autorreferencialidad humana.
Que Dios nos libre de ello.
