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Biden está rompiendo la regla número uno de la campaña y puede que funcione

Autor: Clarin

¿Deberían existir los multibillonarios?

¿Debería incluso haber multimillonarios?

Según al menos un análisis reciente, la economía va camino de acuñar a su primer billonario —es decir, una persona cuya fortuna asciende a un billón, que se expresa por la unidad seguida de doce ceros— en una década.

Estas asombrosas acumulaciones de riqueza son posibles en gran parte por el hecho de que la presión fiscal federal de Estados Unidos es, en comparación, muy baja.

Tras un largo periodo en el que parecía venerarse al uno por ciento, o al uno por ciento del uno por ciento del uno por ciento, el sentimiento estadounidense se está volviendo en contra de este desequilibrio.

Ahora el presidente Biden, que está por debajo en muchas encuestas y con una economía fuerte en términos objetivos pero impopular en términos políticos, espera impulsar su candidatura a la reelección con una idea política que antes habría sido casi impensable:

al menos para esta parte de la población, Biden promete, casi con júbilo, subir los impuestos.

Riesgo

Incluso para un presidente popular, esto parecería un gran riesgo.

Para un demócrata con bajos índices de aprobación y precarios resultados en las encuestas sobre su gestión de la economía, es un impactante desafío al sentido común y, podríamos decir, casi una invitación a que sus críticos digan que es un liberal de los impuestos y el gasto.

Pero tanto en lo que respecta a la política como a las políticas públicas, Biden está tomando la decisión correcta.

Las ideas económicas que antes estaban muertas están ganando adeptos tanto en la izquierda como en la derecha.

El Departamento del Tesoro en Washington el 21 de agosto de 2021. El gobierno de Biden está presionando a los legisladores para que acepten su propuesta de invertir en reforzar el Servicio de Impuestos Internos para reducir la El Departamento del Tesoro en Washington el 21 de agosto de 2021. El gobierno de Biden está presionando a los legisladores para que acepten su propuesta de invertir en reforzar el Servicio de Impuestos Internos para reducir la “brecha fiscal”. (Stefani Reynolds/The New York Times

Ha llegado el momento de introducir cambios en el código fiscal y quizá más allá.

Durante al menos el último medio siglo, el aumento de impuestos ha sido el tercer eje de la política estadounidense.

Ronald Reagan se subió a la ola de la revuelta tributaria de finales de la década de 1970 para llegar al Despacho Oval.

Entonces yo vivía en California y era un niño, y recuerdo lo encarnizado que era el sentimiento contra los impuestos.

Howard Jarvis y sus seguidores, en su mayoría personas de la tercera edad que tenían propiedades, impulsaron la iniciativa electoral conocida como Proposición 13 porque, en sus palabras, estaban furiosos porque el aumento de sus impuestos ayudaría a educar a las familias de inmigrantes.

Los opositores de los impuestos ganaron por una proporción de casi dos a uno.

La revista Time puso a Jarvis en su portada y afirmó que la Proposición 13 era el “recorte más radical de los impuestos sobre la propiedad desde los días de la Depresión”.

El movimiento devastó escuelas y servicios sociales.

Pero fue oro político y se extendió por todo el país.

Durante su primer año en la presidencia, Reagan redujo la tasa más alta del impuesto sobre la renta de las personas naturales del 70 al 50 por ciento.

También recortó los impuestos para los estadounidenses con bajos ingresos, redujo la tasa máxima de las plusvalías del 28 al 20 por ciento y recortó los impuestos de las personas jurídicas.

Estas reducciones de impuestos provocaron déficits tan grandes que Reagan tuvo que revertir algunas de ellas durante el resto de su mandato, pero no es así como la historia recuerda su presidencia.

Al final de su segundo mandato, la tasa máxima para los personas naturales era de solo el 33 por ciento.

Los activistas antiimpuestos hicieron de la reducción de impuestos una prueba de fuego política.

En 1988, George H.W. Bush cobró fama cuando prometió:

“Lean mis labios: no habrá nuevos impuestos”.

Veinticinco años después, Barack Obama les aumentó los impuestos con moderación a los estadounidenses más ricos, pero guardó silencio al respecto y, en cambio, alardeó de recortes de impuestos a la clase media que, según dijo, dejaron a las familias de ingresos medios con una tasa impositiva más baja que en “casi cualquier otro periodo de los últimos 60 años”.

De ahí llegamos hasta Biden, quien está haciendo del aumento de impuestos por valor de 5 billones de dólares un elemento central de su campaña de reelección.

Durante su discurso sobre el Estado de la Unión de este mes, incluso se burló de los republicanos por estar a favor de los recortes.

Hacer que los ricos paguen su parte se equipara a hacer que las empresas codiciosas dejen de cobrarte comisiones basura y, dijo, encoger tus chocolates Snickers.

¿Qué explica el giro?

El presidente está siguiendo el dinero.

En la última década, y más aún desde la pandemia, la concentración de riqueza se ha disparado de manera asombrosa.

En 2020, Elon Musk tenía una fortuna por un valor de 25.000 millones de dólares y para fines de 2023 había aumentado diez veces más.

En 1990, había alrededor de 70 multimillonarios en Estados Unidos. Hoy hay casi 700.

¿Cuál es el propósito práctico por el que estimulamos la existencia de multibillonarios?

La tendencia hacia la desigualdad extrema ha alimentado una tremenda indignación populista, como la revuelta fiscal a la inversa.

Puede que fuera la izquierda de Bernie Sanders la que inició el meme “los multimillonarios son un fracaso político”, pero cada encuesta demuestra que entre dos terceras partes y tres cuartas partes de los estadounidenses quieren más impuestos a los ricos y las corporaciones.

Pero no todo es indignación.

Gran parte es sentido común.

Estados Unidos, uno de los países ricos con las tasas de impuestos más bajas, ha postergado la inversión en sus familias y niños.

Este mantenimiento diferido es costoso, ha hecho que nuestros sistemas de atención infantil, atención médica, permisos familiares y educación superior se encuentren entre los más caros y menos accesibles del mundo.

Hacer de estos ámbitos una prioridad es asequible y eficaz y ya hemos esperado demasiado tiempo.

Aumentar los impuestos de alta gama también puede ser bueno para las empresas.

En los años sesenta, George Romney, el padre de Mitt, solía rechazar los bonos de su trabajo como ejecutivo automovilístico, quizá en parte porque su tasa de impuestos marginal habría sido de alrededor del 90 por ciento.

Entonces, para las empresas tenía más sentido reinvertir el exceso de beneficios en sus negocios que en los paquetes salariales de sus directores ejecutivos.

Hoy, los sueldos de los directores ejecutivos de las empresas más grandes se han disparado, mientras que las empresas han invertido menos en investigación, instalaciones y otros activos de capital.

“Los impuestos y el gasto” no siempre fueron un epíteto.

Los republicanos de Reagan y los populistas de derecha de los años setenta utilizaron la etiqueta cada vez que pudieron.

“Podías estar hablando de los Mets contra los Dodgers”, recordaba Steve Israel, quien fue representante de Nueva York , “y los buenos operadores republicanos eran capaces de relacionarlo con el tema de impuestos y gastos”.

Pero el término, como Biden y su equipo saben muy bien, ya no provoca el mismo escozor, sobre todo si los impuestos están vinculados a una visión que haría la vida de los estadounidenses menos angustiosa y más estable.

El principal logro legislativo de Donald Trump, la Ley de Recortes de Impuestos y Empleos de 2017, que recortó más de un billón de dólares en impuestos (sobre todo para los ricos y las empresas), tiene importantes disposiciones que expirarán el próximo año.

Se producirá una batalla partidista.

El impulso hacendario de Biden para 2024 es una advertencia seria.

¿Podemos imaginar un cambio hacendario aún mayor que el que está haciendo Biden?

¿Podríamos superar la idea de que los impuestos son lo que el gobierno se lleva y acercarnos a la idea de que los impuestos son una muestra de patriotismo, una caja a la que todos contribuimos para construir algo de uso común: una escuela, una biblioteca, una carretera, una universidad, un hospital?

¿Y si los impuestos pudieran unirnos a todos?

No es una idea tan descabellada.

Como señala la politóloga Vanessa Williamson, tanto los estadounidenses liberales como los conservadores consideran que pagar impuestos es un deber moral.

Basta con pensar en el orgullo con el que la gente se refiere a sí misma como contribuyente.

Por supuesto, los impuestos son un bien cívico solo si las normas hacendarias se consideran justas.

Por eso, el riesgo calculado de Biden podría reportar muchos dividendos en noviembre.

c.2024 The New York Times Company

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