La decimosexta edición de la Caixabank Media Maratón de Segovia está marcada por el sol, pero se rompe en la sombra. En una ciudad llena de recovecos, los atletas separan el grano de la paja en la gran recta, la subida por Santo Domingo de Guzmán desde la Fuencisla al Acueducto, con esa pendiente que a cada zancada se hace menos ligera y fuerza las revoluciones a esos elegidos que corren en la frontera de los tres minutos por kilómetro. El grupo de cinco que incluía a los ganadores de las dos últimas ediciones salta en pedazos y Aimad Bouziane afila el cuchillo para repetir su trofeo de 2023. Youness Aithadi le aguantará unos minutos más, pero también dirá basta. A ese punto llegó ya con la medalla colgada Katherine Tisalema, que dio una exhibición para, también, repetir corona. Por detrás quedaron los mortales –los 1.287 que cruzaron la meta, un número clavado al del año pasado– y el colorido público que acompaña esos 21 kilómetros llenos de cuestas y monumentos.
Fue una edición reivindicativa de una prueba que pudo no ver la luz tras perder en 2023 un 32,3% de los corredores. Primero, por la élite, que demostró una gran fidelidad hacia el evento. «Mucho rival, mucho calor, es un circuito muy duro», resumió Bouziane. «Esta carrera significa mucho para mí. El paisaje de Segovia es muy bonito y la gente es muy amable». Aithadi llegó a 31 segundos; el abulense Luis Miguel Sánchez, un clásico de la prueba, completó el podio apenas a 57 segundos del ganador.
El amor no correspondido lo vivió Tomasa, ganador en 2022, un día que marcó a alguien que se tuvo que conformar con un quinto puesto que sabe a poco. «A media carrera han empezado los cambios y hoy no he tenido la fuerza que tuve hace dos años. Me ha empezado a doler el pecho y he intentado llegar a meta como he podido». Así que ahora tiene una cuenta pendiente. «Es una pena. Me hubiese gustado luchar porque la ciudad y la gente lo merecen. Pero volveremos a intentar ganar. A la familia le encanta Segovia». Lo dice a un empleado de la construcción que se pegó siete horas de viaje el sábado con su familia y lo hizo ayer de vuelta. «Los que no vivimos de esto tenemos que trabajar el lunes. Estoy súper contento de haber venido, pero me voy enfadado, tengo que volver a hacerlo mejor».
Por detrás de la élite marchó un segundo grupo de segovianos que también se disgregó en Santo Domingo. Era la estrategia de Enrique de Diego: dejar marchar a los galgos y bajar un punto el motor para no sobrecalentarlo por el calor. Una estrategia que le funcionó, pues llegó apenas a 14 segundos de Tomasa y fue sexto, el primer local (1:12:59). «Es un día muy especial en el que los segovianos celebramos el atletismo». Un especialista en duatlón que llevaba ocho años sin correr la media y que este año ha podido prepararla a conciencia. «Había que correr con mucha cabeza, la gestión de los esfuerzos iba a marcar la carrera. Ir hasta el kilómetro 12 o 13 un diez por ciento más lento de lo que podrías ir».
Tisalema, ecuatoriana afincada en Madrid, no se guardó nada: no sabía el abismo de 15 minutos que le separaba de la segunda. «El recorrido es muy llamativo; en cada kilómetro, uno va observando lo que representa Segovia». Lo dice alguien que cuando vio por primera vez el Alcázar tuvo que parar de correr de asombro. «Me gusta porque sale del Acueducto. Lo primero que hago es tomarme una foto. Y el próximo año pienso venir de nuevo», amenaza. Un gel, unas sales y mucha agua en los avituallamientos valieron para un tiempo de 1:19:47. La madrileña Blanca Muñoz de Pablos, segunda con 1:34:10, tuvo el mérito de bajar cuatro minutos su tiempo de 2022 en un año en el que el calor sumó minutos a los cronos. El podio lo completó Katia Matias (1:36:02). Fueron la punta del iceberg: solo 160 de los 1.287 corredores que cruzaron la meta fueron mujeres, apenas, un 12,4%.
La prueba frena la caída del año anterior con el mismo número de atletas cruzando la meta: 1.287, solamente 160 mujeres
La ecuatoriana no tuvo rival y la masculina se decidió en un grupo de cinco en el que corría Xavi Tomasa, ganador en 2022
Un tren que tardó minuto y medio en vaciar la salida cuando sonó la pistola. El último en salir fue Julio Albornos, una pequeña trampa con causa. Por cada atleta que adelantara, lograba un euro para la lucha contra el cáncer, un proyecto de la Universidad de Granada. Su periplo fue rentable, pues quedó el 447º: fueron 840 euros para el bote. Hubo quien salió con la botella de agua en la mano, familiares que pintaban pancartas en la plaza de San Lorenzo. La manga corta fue hegemónica, pero hubo quien tiró de larga, también en las mallas. O disfraces, desde el saco de Avigase que hacia pasos de baile a una tortuga poco transpirable. Todos tienen su hinchada, pero pocos como Pedro Luis Gómez, que volvió a desafiar al tiempo terminando noveno, subido en la experiencia, cazando cadáveres.
Alguien memorable, como el brazo derecho de Marco Antonio López, un corredor de Íscar que sufrió un ictus con año y medio y sigue corriendo cuatro décadas después. Y no es lento: 1:27:25, el 57º. «Le he echado muchas horas. Por desgracia puedo echárselas porque estoy desempleado». Alérgico a la competición –no peleó el puesto en su entrada a meta–, corre por salud, aunque su brazo baile, algo que pasea desde su primera media, en Medina del Campo. «Sé que corro muy antiestético, todo el mundo se me quedaba mirando y no sabía por qué. Porque en mi cabeza corro normal. Es posición natural, me cuesta más estar pendiente de bajarle». Aquel día hizo 1h40. Años después, su mejora es ejemplar. Mientras él estiraba, una camilla se llevaba a la primera víctima del calor. Pero cruzó la meta, eso no podía faltar.
