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Controversia sobre la Divinidad de Jesús: el Arrianismo – El Siglo

Autor: El Siglo

Logos

Arrio fue un teólogo y sacerdote de la iglesia de Baucalis, de Alejandría, Egipto. Nació en Ptolomaida (que actualmente es Libia, África del Norte), en el año 256. Murió en Constantinopla (que actualmente es Estambul, Turquía), en el año 336. Fue discípulo del sacerdote y teólogo Luciano de Antioquía, que creía que Jesús era semi  divino y semi humano. Arrio predicó una doctrina según la cual Jesús no era divino. Esa doctrina fue llamada arrianismo.

Arrio argumentó que un ser divino era autosuficiente y eterno. Era autosuficiente porque su ser no dependía  de ningún otro ser, sino de él mismo. Era un ser creador no creado. Era eterno porque no había  tenido un principio en el tiempo. Jesús no era un ser divino porque no era autosuficiente ni eterno. No era autosuficiente porque había sido creado por Dios, es decir, su ser dependía de otro ser, y no de él mismo. No era un creador no creado. No era eterno porque había tenido un principio en el tiempo, es decir, su ser había comenzado cuando fue creado. Por no ser divino, Jesús no tenía la misma substancia que Dios, es decir, entre ellos no había consubstancialidad.

El Espíritu Santo tampoco era divino. Era un ser creado por Dios con el concurso de Jesús. No tenía la misma sustancia que Dios y que Jesús; y era servidor de ellos. Finalmente, entonces, Dios, Jesús y el Espíritu Santo eran seres distintos, cada uno de los cuales tenía su propia sustancia, y no constituían una unidad. No es el caso que Arrio no glorificara, venerara o adorara a Jesús, sino que creía que no era divino y que, por ello, era inferior a Dios mismo.

La doctrina de Arrio atentó contra una creencia esencial del cristianismo que profesaban las iglesias de Oriente y de Occidente, llamado cristianismo ortodoxo. Era la creencia en la divinidad de Jesús y en la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los tres constituían una unidad, tenían la misma sustancia y  eran eternos. El Evangelio de Mateo relata que Jesús, con la potestad que le había sido dada “en el cielo y en la tierra”, ordenó a sus discípulos ir “a todas las naciones” y bautizar a todos “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Ordenó bautizar en nombre de los tres, como si los tres hubieran sido igualmente divinos, y por ello hubieran sido consustanciales y eternos.

Alejandro, obispo de Alejandría, intentó convencer a Arrio de que su doctrina era errónea; pero fracasó. En el año 321 lo excomulgó; y convocó a un sínodo, que ratificó la excomunión.  El arrianismo no se detuvo; y desde Alejandría se propagó hacia Oriente y Occidente. El cristianismo ortodoxo, urgido por la creciente aceptación de la doctrina arriana, emprendió el ataque contra ella. Uno de los primeros y brillantes atacantes fue Atanasio de Alejandría, discípulo y sucesor de Alejandro

En el año 325 se celebró, en la ciudad de Nicea, en Bitinia, Asia Menor, un concilio, convocado  por Constantino, llamado El Grande, emperador del imperio romano. Constantino convocó el concilio por recomendación del obispo Osio de Córdova, influyente consejero del emperador. Constantino, por consejo de Osio, había decretado la manumissio in ecclesia, que confería a la autoridad eclesiástica la facultad de liberar legalmente esclavos en la iglesia.

Fueron invitados, al concilio, 1,800 obispos; pero concurrieron solo 318.  Estos obispos debían resolver la controversia sobre la naturaleza divina o no divina de Jesús, que había provocado Arrio. Resolver la disputa podía consistir en aprobar o no aprobar y hasta condenar, el arrianismo.

El obispo Alejandro y Atanasio defendieron la divinidad de Jesús: era engendrado por Dios mismo y había estado en Dios eternamente y, por consiguiente, no tenía principio en el tiempo. Jesús tenía una doble naturaleza: humana y divina; y era realmente Dios. Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia defendieron lo opuesto: Jesús no era divino; y había sido creado y, por consiguiente, tenía un principio en el tiempo.

Una notable mayoría de obispos no aprobó el arrianismo; condenó a Arrio por herejía y emitió una declaración de fe, según la cual el Hijo era homoousion, es decir, igual en sustancia, al Padre.  Jesús era todo lo que Dios era. Eusebio se opuso a la declaración. Finalmente la firmó, aunque no firmó la condena de Arrio por herejía. Constantino ordenó desterrar a Arrio y a Eusebio.

Después del Concilio de Nicea podía presumirse que el arrianismo comenzaría a extinguirse; pero los arrianos persistieron en predicar su doctrina. Algunos la predicaron de manera más desafiante: el Hijo era  anomoios, es decir, diferente, del Padre. Constantino mismo adoptó una doctrina semi arriana, según la cual la sustancia de Dios y de Jesús era similar; pero no igual.  En el año 329 Eusebio y Constantino se reconciliaron.  Eusebio adquirió poder político y continuó confiadamente con su prédica arriana en el imperio oriental.  

En el año 336 Constantino, persuadido por su hermana Constanza, perdonó a Arrio, y lo invitó a Constantinopla, y ordenó a Alejandro, obispo de esa ciudad, que le administrara la comunión. Arrio murió un día antes de que se consumara ese acto sacramental. Luego de la muerte de Arrio, Constantino favoreció más a los arrianos que a los no arrianos; y en el año 337, en sus últimos días de vida, fue bautizado por Eusebio, quien, desde el año 338 hasta su muerte, fue obispo de Constantinopla.

En el año 341 un concilio celebrado en Antioquia, presidido por Eusebio, privó a Atanasio de su obispado en Alejandría; y emitió una declaración arriana. En ella no se empleaba la palabra homoousion, que aludía a la igualdad de substancia del Hijo y del Padre. Los obispos ortodoxos de Occidente la reprobaron. Entonces, en el año 343, Constancio II, emperador romano de Oriente, y Constante, emperador de Occidente, ambos hijos de Constantino El Grande, convinieron en convocar a un concilio, en Sárdica,

Este concilio le restituyó el obispado a Atanasio y destituyó a varios obispos arrianos; pero a partir del año 350, cuando, a causa de la muerte de Constante, el único emperador fue Constancio, el arrianismo resurgió; y logró triunfos doctrinarios en el concilio de Seleucia, en el año 358, y en el concilio de Rímini, en el año 359. Eusebio Jerónimo de Estridón, notable exégeta y traductor de la Biblia, comentó al Concilio de Rímini, en estos términos: “El mundo completo se estremeció y se maravilló de encontrarse arriano.”

El papa Liberio, que no era arriano, y que había sido perseguido por Constancio, admitió el retorno, a la iglesia, de arrianos o semi arrianos. Un facción con tendencia arriana, dirigida por el obispo Acacio de Cesarea, evitó emplear la palabra homoousion, o igualdad, es  decir, igualdad de sustancia del Hijo y del Padre. La evitó porque no se encontraba en las Sagradas Escrituras.  Las sectas arrianas se unieron; y los arrianos predicaron el cristianismo en Germania, Hispania, África e Italia.

Los cristianos ortodoxos persistieron en la defensa de la declaración de fe del Concilio de Nicea, y en el ataque a los arrianos; y contribuyeron a detener la propagación y la influencia del arrianismo. En esa defensa y ese ataque destacó el obispo y teólogo Aurelio Ambrosio de Milán.

En el año 379 el emperador Teodosio I, llamado El Grande, emitió´ un edicto que declaró  herejes a los arrianos. El Concilio de Constantinopla, en el año 381, convocado por Teodosio, condenó el arrianismo y casi lo extinguió en el imperio romano. Finalmente, la doctrina de la divinidad de Jesús y de la Santísima Trinidad logró predominar.

La controversia que suscitó el arrianismo es una de las más importantes en la historia de la cristiandad, porque fue controversia sobre una cuestión esencial: la creencia en la divinidad o no divinidad de Jesús. Parece inconcebible un cristianismo que no cree en la  divinidad de Jesús, como inconcebible parece un judaísmo que no cree en que Jehová dictó a Moisés las palabras del pacto. El triunfo del arrianismo  hubiera sido realmente, entonces, triunfo de un no cristianismo.

Post scriptum. Actualmente hay por lo menos dos religiones cristianas que comparten una doctrina similar al arrianismo, o compatible con ella. Según la doctrina de una de ellas, Jesús es hijo de Dios; pero él mismo no es Dios, sino es el arcángel Miguel, el “gran capitán”, comandante de las legiones celestiales. Según la doctrina de la otra religión, Dios y Jesús tienen, cada uno, su propia sustancia y, por consiguiente, no son un único ser.

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