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La guerra de Gaza, asunto interno | Política Exterior

Autor: Politica Exterior

La guerra de Gaza está teniendo repercusiones en las políticas internas de diversos países, a comenzar por Estados Unidos, donde contribuye al apuro de Biden.

“Toda la política es local” es un principio muy asentado en EEUU que se suele atribuir al que fuera speaker de la Cámara de Representantes, Tip O’Neill. Pero lo de fuera también influye en lo de dentro. Incluso antes de la hiperglobalización, que no es solo de bienes, también de sensibilidades. Lo estamos viendo ante la guerra entre Hamás e Israel, que, más allá de las acciones y consecuencias geopolíticas, está afectando seriamente a la política interna en no pocos países, sobre todo al centro izquierda y a la izquierda, desde la estadounidense a la británica, y la española, pasando por casi todo el mundo árabe y buena parte del musulmán. De momento, sirve más a Trump que a Biden.

En las recientes primarias demócratas en Michigan, aunque las ganara sin problemas Joe Biden, el voto de los uncommitted (no comprometidos) o “sin preferencia”, ha sido significativo, 13,3% o unas 101.000 papeletas de gente que ha querido ir a las urnas para manifestar su oposición a la política de la actual Administración demócrata, en un Estado que Biden le ganó a Tump en 2020 por 150.000 votos. El movimiento ha sido promovido por árabes estadounidenses (unos 300.000 en ese Estado) e independientes, en protesta por el apoyo casi incondicional del presidente a Israel, en armas, en vetos a resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU, y otros aspectos. Michigan es uno de los Estados cruciales que Biden, si finalmente no se retira, tiene que asegurarse en noviembre para tener posibilidades de ganar a Trump. También está perdiendo apoyo entre los musulmanes, que constituyen una parte importante del electorado negro, dividido ante Biden. El apoyo de éste a Israel en esta guerra está alienando asimismo el voto de muchos jóvenes, que ya se estaban distanciando de él pese a haber sido esenciales para su victoria en 2020.

Biden se ha esforzado, junto a otros países –EEUU solo ya no basta– para impulsar no ya un plan de paz sino un alto el fuego. Desde el principio ha chocado con la obstinación de Netanyahu, al que apoya militarmente, y con la de Hamás. ¿Quién es verdaderamente superpotencia si se entiende por este término una mayor libertad para actuar de forma unilateral? A la vez, Biden tiene que buscar el apoyo de los judíos estadounidenses, divididos. Ante Israel y el conflicto olvidado con los palestinos, Biden no se había distanciado de la política de Trump. Su crítica, en esta guerra, se ha limitado a dirigirse contra los crecientes asentamientos en los Territorios Ocupados. Tras el 7 de octubre, los estadounidenses de origen árabe y los votantes progresistas se mantuvieron bastante al margen, mientras los judíos republicanos elogiaron la respuesta proisraelí de Biden. Estos últimos se le han vuelto en contra por los asentamientos. Biden ha reaccionado con el envío de ayuda humanitaria a Gaza desde el aire. Haga lo que haga, Biden perderá apoyos, que, como desea Trump (callado ante todo esto), se irán más a la abstención que a los republicanos. “No win situation”, lo definen algunos analistas en EEUU.

Un aliado prácticamente incondicional de EEUU como es el Reino Unido, también se está viendo afectado en su fuero interno. No es el primer ministro conservador Rishi Sunak, que tiene claro su apoyo a Netanyahu, sino el líder laborista Keir Starmer, al que las encuestas sitúan como claro favorito para suceder al anterior tras las próximas elecciones, en un año o menos. El laborismo cuenta con un apoyo tradicional entre los británicos musulmanes. En el pasado, con Jeremy Corbyn al frente, tuvo que lidiar con una ola de antisemitismo en sus filas que aún persiste. Recientemente Starmer retiró, por ello, su apoyo a dos candidatos laborista. En la reciente elección parcial de Rochdale, George Galloway, candidato del pequeño Partido de los Trabajadores de Gran Bretaña, ganó con un discurso radical y absolutamente pro-palestino. La guerra está siendo una de las cuestiones que más están dividiendo a los laboristas en los últimos años, a los diputados y a los votantes. Ha crecido la crítica interna a Starmer por no ir suficientemente lejos en su condena de los excesos del contrataque israelí en Gaza, tras el ataque de Hamás del 7 de octubre y no secundar un alto el fuego inmediato. En 2019, un 80% de los musulmanes votaron a candidatos del Partido Laborista. En 2010, solo el 37%. ¿Puede Starmer capear el temporal sin renunciar a su decidido apoyo a Israel? Hay candidatos laboristas preocupados, que piden que su partido apoye al menos un alto el fuego inmediato. Especialmente en Escocia donde el Partido Nacionalista Escocés pidió en la Cámara de los Comunes un alto el fuego, en un debate tan caótico que el speaker, Lindsay Hoyle, tuvo que disculparse por su propio comportamiento.

En un partido del Eurobasket 2025, disputado en Riga por no poderse celebrar en Israel, el equipo de baloncesto femenino irlandés –sin cinco jugadoras que boicotearon el encuentro– se negó a estrechar la mano del israelí o a formar fila en la cancha para escuchar los himnos nacionales, en protesta por el cariz de la operación israelí en Gaza. Algunos jugadores israelíes habían acusado previamente al equipo contrario de antisemitismo. En Francia, país con más de cinco millones de musulmanes y un turbio pasado antisemita, las manifestaciones contra los excesos israelíes estuvieron durante un tiempo prohibidas y reprimidas por el Ejecutivo de Macron, que tardó en pedir a Israel que dejara de matar “a mujeres y bebés”, y en apostar de nuevo plenamente por la solución de dos Estados, a la vez que ha enarbolado la bandera de la lucha contra la financiación de Hamás. Los judíos franceses están divididos entre derecha e izquierda, e incluso en el seno de estos últimos entre antisionistas y los que dan más importancia a la lucha contra el antisemitismo. La derecha extrema ha sido cautelosa. Le Pen, en su proceso de “normalización”, ha buscado quitarse la pátina antisemita que tenía su padre y que ha marcado a su partido, mientras la izquierda de Jean Luc Mélenchon también ha mostrado una cierta prudencia.  En cuanto a Alemania, está atada de manos por su propia terrible historia. A diferencia de lo ocurrido con la guerra de Ucrania, Ursula von Der Leyen ha reaccionado ante el ataque de Hamás y la respuesta israelí más como alemana que como presidenta de la Comisión Europea, en una UE plagada de diferentes sensibilidades, historias e intereses.

Con su desproporcionado contrataque, tras la ola en su favor que provocó la matanza por parte de Hamás, Israel ha perdido apoyo en la opinión pública en buena parte del mundo. La diferencia entre septiembre y diciembre pasados, entre los que veían el país bajo un ángulo positivo y los que tenían una opinión negativa, se ha reducido de media 18,5, según una encuesta en 43 países. En todos ha bajado salvo en uno. China, Suráfrica y Brasil han pasado de una visión positiva a una negativa. Y en los que ya la tenían, como Japón, Corea del Sur y el Reino Unido, se ha agravado. Este deterioro se ha visto acompañado de un mayor recelo hacia Estados Unidos en buena parte del mundo, especialmente en el mundo árabe. Los gobiernos de algunos de estos países que habían dado pasos de acercamiento a Israel, ante la presión de sus opiniones públicas –aunque no sean democracias liberales– se han visto forzados a congelar o incluso a dar marcha atrás en su acercamiento a Israel. Desde luego para volver a apoyar no a Hamás sino a la causa palestina, resucitada. En algunos casos para reactivar un proceso de paz que lleve a dos Estados.

En España, el presidente del Gobierno apoya el reconocimiento de un Estado palestino, a su debido tiempo. También puede influir el estado de la opinión pública. Según una encuesta de Metroscopia al poco de estallar la guerra, si nueve de cada diez españoles pensaban que el ataque de Hamás era injustificable, un 55% pensaba que la reacción de Israel era excesiva, un 70% entre los votantes de izquierdas, porcentaje que prácticamente se invertía entre los de derechas.

Tampoco se puede olvidar las repercusiones que pueda tener lo que está ocurriendo en Gaza sobre el terrorismo yihadista en España, Francia y otros países. 20 años después del fatídico 11 de marzo, la amenaza yihadista es considerable, según estima Fernando Reinares, del Real Instituto Elcano. Un informe de este centro, de Álvaro Vicente, considera que, aunque no replica totalmente el escenario sirio, que impulsó el yihadismo violento, la guerra de Gaza “tiene potencial para incrementar los niveles de radicalización yihadista a nivel global”. Aunque parece, de momento, generar menos oportunidades para una movilización a gran escala y claramente violenta, como en el caso sirio. En medio de esta guerra sobre el terreno, los espacios virtuales han cobrado una nueva centralidad para estos movimientos.

La guerra de Gaza es más amplia que la Franja. Reverbera en todo el Levante y mucho más allá. No deja indiferente a casi nadie, y puede tener consecuencias inesperadas. O esperables. Para empezar, puede ser un factor decisivo para decidir quién y cómo gobierna el país aún más poderoso del mundo en los próximos años, y más protector de Israel. Lo de dentro y lo de fuera están cada vez más relacionados. Por muchos muros que se erijan, esa es la realidad. La política exterior también es local, y la local, exterior.

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores y Globales.

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