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'Fallout', la excelente adaptación de un videojuego | Las Provincias

Autor: IKER CORTES

El apocalipsis y las distopías hacen extraños compañeros de viaje. Con estas pocas palabras se puede resumir ‘Fallout’, la ambiciosa serie que acaba de estrenar Prime Video de una sola tacada. La estrategia se antoja un tanto extraña, no solo porque en la ficción hay mucha tela que cortar, sino porque es un título de calado, al nivel de ‘The Boys’, otro de los grandes buques insignias de la plataforma, y un lanzamiento más tradicional, a razón de un capítulo por semana, habría propiciado una mayor conversación sobre una producción audiovisual que realmente lo merece. Quizá lo compense la publicidad que, sí o sí, deberán tragarse los espectadores que no paguen el suplemento de 1,99 euros.

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Pero vayamos a los orígenes de la franquicia porque, antes de ser una serie, ‘Fallout’ fue y sigue siendo un videojuego de rol. Desarrollado y publicado por Interplay Productions en 1997, el título, ambientado en un mundo postapocalíptico y retrofuturista a mediados del siglo XXII, nueve décadas después de una guerra nuclear, seguía los pasos de un morador del Refugio 13, uno de los cientos de búnkeres subterráneos diseminados por Estados Unidos, al que, tras el fallo del chip que se ocupa de reciclar el agua, se le encargaba salir al Yermo para buscar un repuesto. El éxito del título fue tal que dio pie a una saga de videojuegos, que con el tiempo fue adquirida por Bethesda -ahora propiedad de Microsoft- saltó a las tres dimensiones y aún sigue vigente -el último, ‘Fallout 76’, salió en 2018, y ya se ha anunciado un ‘Fallout 5’, aún sin fecha de publicación-.

Cada lanzamiento a lo largo de todos estos años ha ido sumando elementos hasta configurar un universo tan vasto como rico en detalles y de todo ello se aprovecha la serie creada por Geneva Robertson-Dworet y Graham Wagner, que en este contexto desarrolla una nueva historia con tres personajes principales cuyos caminos se entrelazarán a lo largo de toda la temporada.

Organizada en ocho episodios, el primero de ellos, algo más largo que el resto, sirve de presentación de Lucy, Maximus y el Necrófago, los tres protagonistas de la trama, pero antes plantea una postal casi idílica: la fiesta de cumpleaños de un niño de unos 7 u 8 años en el jardín de un espectacular chalet que parece haber sido diseñado por Frank Lloyd Wright. Estamos a mediados de los cincuenta, Cooper Howard (Walton Goggins), un afamado actor venido a menos, ofrece un espectáculo a los chavales disfrazado de vaquero, haciendo cabriolas con un lazo, encima del caballo que su hija, algo más pequeña que el resto de los niños, sujeta por las riendas. La secuencia parece de ensueño, pero está llena de recovecos amargos: un periódico con un titular que señala, con algarabía, que los rojos pierden posiciones en el frente; una madre apagando abruptamente la televisión cuando va a comenzar el boletín informativo, y el claro malestar del Howard, cuya carrera profesional ha vivido momentos mejores. Y entonces, se desata el desastre.

Aaron Moten es Maximus.
Aaron Moten es Maximus.

La ficción salta entonces 200 años hacia el futuro y comienza presentando a Lucy MacLean (Ella Purnell), una joven de talante optimista que se dedica a las labores de fontanería en el Refugio 33. Los primeros compases de la ficción desgranan cómo es la vida bajo tierra y lo cierto es que, más allá de no tener luz natural, no está nada mal: cada habitante cuenta con su propio Pip-Boy, un vetusto asistente personal en la muñeca, y todos tienen una función en este engranaje social perfectamente medido. Tanto es así que hasta las solicitudes de matrimonio deben ser aceptadas por el sistema, en aras de dar con los descendientes perfectos para repoblar la superficie cuando se pueda. Es, precisamente, en la celebración del enlace de Lucy cuando se desatará un horror que finalizará con el secuestro de su padre, el Supervisor y máximo responsable del búnker. Tras el incidente, Lucy saldrá al Yermo a la búsquedad de su padre.

Antes de que tome esa decisión, la cámara pone el foco en Maximus (Aaron Moten), un joven de la Hermandad del Acero, una sociedad sectaria destinada a recoger y preservar toda la tecnología anterior a que se desatara la guerra nuclear. La joya de la corona de esta organización son los T-60, una suerte de armaduras tipo Iron Man pero mucho menos sofisticadas, que llevan los caballeros de la hermandad. A Maximus le nombran escudero de uno de ellos y su primera misión es encontrar a un tipo que al parecer lleva un artefacto que podría cambiar el rumbo del planeta. Un encargo que también llegará a oídos del Necrófago, un famoso cazarrecompensas que, debido a la exposición por la radiación, se ha convertido en una suerte de zombi que conoce el Yermo a la perfección. En el desempeño de su misión, los tres personajes se acabarán cruzando.

Una producción de lujo

Jonathan Nolan, hermano del director de ‘Oppenheimer’ y responsable de la ya cancelada ‘Westworld’, firma los tres primeros capítulos de esta aventura épica, con unos valores de producción realmente sorprendentes. Desde el vestuario, hasta los excelentes decorados que conforman la ciudad de El Vertedero o los refugios diseñados por Vault-Tec, la compañía ficticia cuyos diseños, entre ellos su mascota Vault-Boy, trufan toda la serie y los videojuegos -una idea brillante la de conectar con buena parte de los jugadores por ahí-, pasando por unos desérticos exteriores que sobrecogen, precisamente, por no abusar del CGI. No en vano, buena parte de la trama ambientada en el Yermo se grabó en un enclave que ya utilizó ‘Mad Max: Furia en la carretera’, el desierto de Namib, en la costa del sur de África. De hecho, algunas de las secuencias más impactantes, donde casas y edificios se muestran cubiertos de arena, se rodaron en Kolmanskop y sus alrededores, una antigua ciudad minera de diamantes que fue abandonada a mediados del siglo pasado. Ese empeño por evitar el uso del ordenador también se palpa en la forma en la que se recrea la violencia y las no pocas incursiones en un gore que tampoco asqueará a los más sensibles. Látex y hemoglobina falsa simulan cabezas cercenadas y grotescas y fracturas imposibles.

Walton Goggins da vida a Cooper Howard y luego al Necrófago.
Walton Goggins da vida a Cooper Howard y luego al Necrófago.

El mimo puesto en cada detalle, unido a unas interpretaciones más que notables -Ella Purnell está espectacular-, sientan unan bases perfectas para este wéstern distópico que comienza con un tono más bien cómico y, en su desarrollo, sin estridencias y sin perder del todo el sentido humor, va acercándose hacia la oscuridad y el drama. Tiene sentido, porque si bien en sus primeros pasos la serie practica la sátira ante aquella sociedad norteamericana de los cincuenta que se dibujaba idílica frente al pánico nuclear -la ingenuidad con la que Lucy sale al Yermo es un ejemplo de ello-, después se encamina a desvelar el complejo pasado que llevó al desastre nuclear y el misterio que rodea a la todopoderosísima Vault-Tec. Por el camino, la ficción plantea dilemas acerca de lo que es la libertad, la estructura de la sociedad, la lucha de clases o el papel de los científicos. En pocas palabras, ‘Fallout’ es, además de una excelente adaptación de un videojuego, una serie fantástica.

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