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¿Qué deben aprender los médicos de las enseñanzas de Hannah Arendt?

Autor: Muy Interesante

El tema del mal, inexistente en el pensamiento precristiano, ha estado subordinado a la teología durante siglos. La solución maniquea de una lucha eterna entre el bien divino y el mal diabólico chocaba con la creencia en un Dios omnipotente, dejando el problema sin resolver hasta la Ilustración.

En el siglo XVIII se revolucionó el mundo teocéntrico y otorgó al ser humano la responsabilidad de determinar el bien y el mal. En el lenguaje de la Modernidad esto se traduce en la elaboración de una ética basada en lo recto versus lo incorrecto, sin recurrir a absolutos.

Ahora bien, el mal y la maleficencia están intrínsecamente ligados a la actividad humana y en el caso de la medicina, establecer su conexión es todavía más complejo. La bioética destaca la no maleficencia como un principio fundamental de la moral.

Experimentos médicos llevados a cabo por los nazis. Foto: Wikipedia

Desafíos bioéticos

La bioética debe afrontar el desafío de abordar el tema del mal en la medicina de manera profunda y crítica. Algunos aspectos a considerar son:

  • Definir el mal en el contexto médico: ¿Qué constituye un acto médico “malo”? ¿Cómo diferenciarlo de un error o un accidente?
  • Analizar las causas del mal en la medicina: ¿Cuáles son los factores que llevan a un profesional médico a actuar de forma malintencionada?
  • Desarrollar estrategias para prevenir el mal: ¿Cómo podemos crear un sistema médico que minimice las posibilidades de que ocurra el mal?
  • Reflexionar sobre las consecuencias del mal: ¿Cómo podemos reparar el daño causado por la maleficencia médica?

Y es que la reflexión sobre el mal en la medicina es fundamental para construir un sistema sanitario más justo y humano. La bioética tiene la responsabilidad de liderar esta reflexión y desarrollar herramientas para prevenir y combatir la maleficencia en el ámbito médico.

Los médicos en la encrucijada

En su labor diaria, los médicos se encuentran inmersos en un océano de protocolos, órdenes, instrucciones y dictados procedentes de la Administración, las sociedades científicas y sus superiores. Sin embargo, ¿en qué medida se detienen a reflexionar sobre estos dictámenes? ¿Es posible que, en la vorágine del trabajo diario, den por válidos modelos que no lo son?

Llevados por la inercia del trabajo diario, existe el peligro de que los profesionales sanitarios actúen sin la debida reflexión, atentando contra los principios de la ética médica que deberían guiar todas sus acciones. Un sistema excesivamente burocratizado y jerarquizado puede propiciar esta falta de reflexión, convirtiendo a los individuos en piezas de una maquinaria administrativa que puede llevarlos a cometer actos contrarios a la bioética.

Pintura florentina del siglo XV dedicado a la Medicina. Foto: Wikimedia Commons

Por otra parte, es necesario reconocer que la sanidad, como cualquier ámbito humano, no está exenta de zonas oscuras. Debemos estar atentos para iluminarlas donde y cuando sea necesario. Ante situaciones excepcionalmente complejas, ya sea por la presión asistencial o la escasez de recursos, los médicos pueden verse abocados a tomar decisiones difíciles, incluso aterradoras, que, si bien forman parte de una maquinaria engrasada, no por ello dejan de ser éticamente cuestionables.

Responsabilidad individual y colectiva

Es fundamental que los médicos asuman su responsabilidad individual en la toma de decisiones, no escudándose en la burocracia o en la jerarquía. La reflexión crítica sobre los protocolos y directrices, así como el diálogo abierto y honesto entre colegas, son esenciales para evitar que la ética médica se vea relegada a un segundo plano.

Hay que recordar el mandato hipocrático de “Ofeleein i mi vlaptein” -que puede ser traducido por “si no es posible ayudar, por lo menos no dañar”- sigue siendo válido a pasar de que han pasado más de veinticinco siglos. No debemos de olvidar que la medicina, como bien social, no justifica cualquier tipo de acción ni cualquier experimento clínico.

Hannah Arendt (1906-1975) fue una de las filósofas más relevantes del siglo pasado. Debido a su ascendencia judía estuvo prisionera en campos de concentración nazi. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se radicó en Estados Unidos y fue autora de múltiples obras, de las cuales la más importante es “Orígenes del totalitarismo”, seguida de otra no menos transcendental “Eichmann en Jerusalén”. En esta última obra acuñó por primera vez la expresión banalidad del mal, a la que se refería como una ambigüedad, con la que se persuadía a aquellas personas carentes de pensamiento a ser vulnerables a la manipulación mediante conceptos errados del bien y el mal, aunque la banalidad de ello no minimizaba la crueldad de los efectos.

Hannah Arendt. Foto: Wikipedia

Arendt advertía sobre la peligrosidad de la “ausencia de pensamiento”. Esta condición, presente incluso en personas inteligentes, no se deriva de un “mal corazón”, sino que puede ser causa de la propia maldad.

En su obra “Eichmann en Jerusalén” analizó el juicio al teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, responsable de la “solución final”. Allí refutó la idea de Eichmann como un monstruo, retratándolo como un funcionario mediocre que cumplía con las órdenes de forma feroz y eficiente. Para ella las acciones del nazi no emanaban de odio o venganza, sino de una falta de reflexión moral. Su único interés era cumplir con la ley, sin cuestionar su ética. Si bien no era un fanático antisemita, su obediencia ciega lo llevó a cometer actos terribles.

La responsabilidad individual: más allá de la ley

El caso de Eichmann nos recuerda la importancia de la reflexión individual en nuestras acciones, incluidas las médicas. La filósofa alemana nos invita a ir más allá de la simple obediencia a la ley, exigiendo un análisis crítico de la moralidad de las normas que seguimos.

Para tomar decisiones responsables, es crucial recordar el diálogo de Platón en “Gorgias”, donde Sócrates afirma que “es peor cometer una injusticia que padecerla”. Esta máxima nos invita a reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos y a actuar con integridad moral, incluso cuando la ley no lo exige.

En conclusión, la filosofía de Hannah Arendt invita a los médicos a reflexionar sobre la responsabilidad individual en el contexto de un sistema. Su análisis de la “banalidad del mal” les recuerda que la obediencia ciega no les exime de culpa, y que la verdadera moralidad reside en la capacidad de pensar críticamente y actuar con ética.

Referencias:

  • Gallardo G, Miguez L. Filosofía para todos. Oberón, 2019.
  • Kottow M. Maleficencia y la banalidad del mal: una reflexión bioética. Bioética: conocimiento, ciencia y pertenencia social. 2014; 14(26):1-3.

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