Mario Vargas Llosa dejó una huella indeleble en la vida cultural y cívica. En Perú y América Latina. Todo, más allá, por cierto, de su recordada incursión política como candidato presidencial en 1990, cuando venció Fujimori, después convertido en autócrata.
La trayectoria de Vargas Llosa, muchas veces incomprendida o simplificada, está atravesada por una ética de la verdad y una resistencia persistente frente a los abusos del poder. Ya en 1983, cuando el Perú había recuperado la democracia electoral luego del “docenio” militar (1968-1980,) asumió una tarea compleja y riesgosa al presidir la Comisión Investigadora sobre la masacre de ocho periodistas en Uchuraccay. Ello, en pleno corazón de Ayacucho, epicentro del terror senderista y de la represión estatal.
La Comisión, designada por el presidente Fernando Belaúnde Terry, concluyó que los autores fueron comuneros locales, aunque en un contexto marcado por el aislamiento, el miedo y la desinformación sistemática: condiciones estructurales que desnudaban la precariedad del Estado y la tragedia del Perú profundo. Años después, y luego de la transición democrática al caer finalmente Fujimori el 2000, la Comisión de la Verdad estudio los hechos y concluyó que era correcto el dictamen producido por la “comisión Vargas Llosa” sobre lo de Uchuraccay.
“Recordando”.-
Dentro de su amplia y constante actividad en relación con los dilemas éticos del Perú, ya durante el gobierno del socialdemócrata Alan García, el 2009 aceptó conducir la comisión que impulsaría la creación y diseño del hoy llamado Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM): espacio destinado a preservar la memoria de las más de dos décadas de violencia política que marcaron al Perú entre 1980 y 2000.
Su objetivo era –y es– proyectar esa memoria hacia un horizonte de paz, justicia y vigencia de los derechos humanos. La decisión de Vargas Llosa de involucrarse con este proyecto no fue menor en un país aún fracturado por heridas no cerradas y por narrativas excluyentes provenientes principalmente de una ultraderecha cavernaria y racista.
Asumir la difícil tarea de hurgar en la memoria –basándose en los hallazgos de la Comisión de la Verdad y Reconciliación– fue un gesto de gran valentía y coherencia. En el fondo, una forma de rebeldía frente al silencio impuesto, frente a las versiones oficiales que niegan el sufrimiento de las víctimas, de las decenas de miles de habitantes andinos quechua/hablantes muertos o desparecidos por las fuerzas del orden.
Su autoridad moral e intelectual ayudó a blindar el proceso de organización y puesta en marcha del LUM, Y a darle legitimidad y convocar a una ciudadanía que, como él, tampoco quería olvidar.
Cediendo “la posta”.-
En 2011, Vargas Llosa consideró que era momento de ceder la posta, y fue entonces cuando asumí la coordinación del equipo encargado de llevar a término el diseño conceptual, curatorial y algunos detalles arquitectónicos finales del LUM.
La transición fue ejemplar: transparente, sin tensiones, y orientada por una voluntad común de construir un espacio pedagógico y plural. El LUM fue finalmente inaugurado el 2015. Desde entonces, ha resistido múltiples embates, especialmente del actual “Pacto Corrupto” en Perú, muy lejano a cualquier verdad y que intenta distorsionar la memoria histórica.
Su compromiso con el Lugar de la Memoria es perfectamente coherente con la rebeldía ética que atraviesa su vida y su obra. Porque defender la memoria en el Perú de hoy —como lo hizo él— es también un acto de insumisión.
Obra literaria no complaciente.-
Su extraordinaria y variada obra literaria es la antípoda de la “complacencia”. Ha sido siempre una voz contra los totalitarismos, las burocracias infames, el servilismo y la impostura. Desde La ciudad y los perros hasta Conversación en La Catedral, late una búsqueda permanente por desenmascarar el poder, sus mecanismos y sus ruinas.
Nada de lo que se diga en ese espacio de elogios es o será excesivo. Solo puedo añadir, desde mi vivencia personal y de lector atento, lo crucial que fue en él la disciplina y la devoción absoluta por el oficio de escribir. En Mario, el talento natural se trenzó siempre con el rigor intelectual.
Podría mencionar muchos ejemplos, pero me refiero sólo a dos.
Uno, La guerra del fin del mundo. Extraordinaria novela sobre el conflicto de Canudos en Brasil, a fines del siglo XIX. Obra monumental solo era posible con la genialidad de Mario, pero está construida sobre una sólida base de documentación histórica y de comprensión profunda del drama humano.
Estudió con detenimiento Os Sertões, la densa y árida crónica de Euclides da Cunha, un ingeniero militar más preocupado por registrar hechos o describir la geografía que por narrar historias. De ese texto espeso Vargas Llosa extrajo una de las mejores novelas contemporáneas en castellano, una hazaña literaria que transforma lo real en una exploración moral, política y humana de una intensidad deslumbrante.
O El sueño del celta. Obra que nos enfrenta con las atrocidades cometidas en la región del Putumayo (Perú/Colombia) durante el auge del caucho en las primeras décadas del siglo XX. Reconstruyó con precisión los hallazgos de Roger Casement, diplomático británico enviado por el Foreign Office en 1910 a investigar los abusos cometidos por la Peruvian Amazon Company, firma registrada en Londres pero controlada desde Iquitos por un peruano de apellido Arana. Mario le dio voz y contexto a una historia que en Perú apenas se conocía, Y lo hizo con la hondura de quien no solo investiga, sino que se compromete.
¡Honor a Vargas Llosa!