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El equilibrio es la única forma de alcanzar la plenitud

Autor: EL PAIS

Conseguir ciertos anhelos no siempre nos deja el sabor que hubiéramos esperado. Como cuando alcanzamos un puesto soñado en la empresa después de un gran esfuerzo. O cuando entablamos una relación de pareja que tanto deseábamos. El éxito por sí solo no nos otorga necesariamente una sensación de plenitud, como tampoco lo hace el dinero, el poder o trabajar en aras de un gran propósito. Las causas son sutiles, pero encontraríamos una posible explicación si ampliáramos nuestra mirada a lo que realmente nos mueve. Cuando contemplamos nuestras decisiones diarias, descubrimos que tenemos unos motores que están en la base de los miedos o anhelos, satisfacciones o aquello que nos preocupa. Es más, dichos motores nos han acompañado a lo largo de nuestra evolución como humanos, permanecen bastante estables durante los últimos 300.000 años y nos han permitido sobrevivir como especie. Y lo que es más importante, influyen en nuestro bienestar y felicidad, aunque no siempre seamos conscientes de ellos.

Hace más de dos décadas Paul Lawrence, eminente profesor de Harvard, se embarcó en el análisis de los impulsos innatos que nos moldean. Descubrió que a lo largo de las etapas de la evolución humana se han ido conformando cuatro motores esenciales que necesitan estar en equilibrio para que nos sintamos plenos.

El primer motor es el de adquirir lo que necesitamos para sobrevivir, ya sea material, como cobijo, alimento o ropa, o inmaterial, como el dinero, el éxito, el poder o el placer. El segundo motor es el vínculo con otros seres humanos a través del amor, la amistad, el cuidado o la solidaridad. El tercero es la comprensión del mundo que nos rodea y de nosotros mismos. Este es significativamente diferente con respecto al resto de los mamíferos y fue el que nos permitió dar un salto exponencial en la evolución. Gracias a dicho motor tenemos la necesidad innata de aprender, de encontrar un sentido o un propósito a lo que hacemos o de expresarnos, ya sea en unas pinturas rupestres o en los dibujos de los niños. Por último, está el motor de defender lo que necesitamos, tanto bienes o vínculos, así como ideas, y por el que buscamos la seguridad física y psicológica en las relaciones y en nuestro entorno.

Los cuatro motores (adquirir, vincularnos, comprender y defender) han de estar en equilibrio en nuestras vidas. Equivaldría a imaginarnos sentados en una silla de cuatro patas. Si una de las patas es de mayor o menor tamaño, la silla se tambalea, como nos ocurre, por ejemplo, cuando nos sentimos mal en un trabajo en el que no comprendemos el para qué de lo que hacemos. O por qué el éxito o el dinero nos puede dejar un gran vacío si ha supuesto descuidar nuestras relaciones personales. Los motores, además, no solo son innatos en cada persona, sino que los contextos pueden favorecer su equilibrio. Así sucede en los equipos profesionales, donde las personas se realizan y se comprometen; o en relaciones afectivas, que nos ayudan a crecer. También se observa en las localidades a lo largo del mundo denominadas zonas azules, donde se encuentra una gran concentración de personas centenarias. Tanto en los equipos magníficos, en las relaciones gratificantes o en los entornos donde se envejece amablemente se dan los requisitos que nutren los cuatro motores evolutivos: existe reconocimiento, se generan vínculos saludables, está presente el propósito y se ofrecen entornos seguros. Es más, incluso los líderes que influyen positivamente son aquellos que alimentan el liderazgo esencial, como se suele denominar; es decir, son capaces de dar respuesta equilibrada a los cuatro motores que nos unen como personas, más allá de las diferencias.

Decía Jerome Barkow, profesor emérito de la Universidad de Dalhousie, en Canadá: “La biología no es el destino, al menos que la ignoremos”. Podríamos decir que los cuatro motores forman parte de nuestra biología y actúan de manera automática. Desde ahí, podría pensarse que la felicidad viene de la mano de un único motor, ya sea el de adquirir en cualquiera de sus expresiones o el del vínculo, por ejemplo. Sin embargo, lo que nos realiza como personas es un camino distinto: significa conectar con nuestra esencia y reconocer nuestras profundas necesidades de adquirir, de vincularnos, de comprender y de defendernos, pero tampoco dejarnos llevar por ellas. Esto solo se logra cuando tomamos conciencia de cómo operan en cada uno de nosotros estos cuatro elementos y aprendemos a balancearlos en un equilibrio que irá evolucionando a lo largo de nuestras vidas. Solo así estaremos creando las bases para sentirnos más plenos como personas.

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