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El Juicio Final y la esperanza cristiana

Autor: Religion Digital

“Si las grandes iglesias históricas olvidan el mensaje del Juicio Final, los grupos fundamentalistas lo reclamarán para sí a su manera, como de hecho está ocurriendo. Reivindican su cristianismo rigorista con escenarios apocalípticos y hablan de la salvación de los pocos elegidos y de la condenación de todos los demás, explotando hábilmente el miedo de la gente sencilla”

“El mensaje del Juicio Final debe entenderse principalmente como una “visión para consolar y animar” ante las dificultades históricas”

El tema del Juicio Final ya no está tan omnipresente hoy como lo estuvo en otros periodos de la historia de la Iglesia. Muchos viven como si este mensaje no existiera. Sociólogos de la religión y terapeutas lamentan la cuestionable “civilización de Dios” o su “reducción” al lado luminoso y bueno, humano, que se ha producido gradualmente desde la Ilustración. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el pastor protestante alemán Reinhold Niebuhr caricaturizó la mentalidad despreocupada de la “Belle Époque”, como si “un Dios sin ira llevara a la gente sin pecado a un reino sin juicio mediante el ministerio sacerdotal de un Cristo sin cruz”.

Algo de esto se puede sentir también en nuestros días: la pérdida del correcto “temor de Dios” (Sal 111:1), del que habla Santa Teresa en las terceras moradas, o el “obra bien, que Dios es Dios”, que nos recuerda Calderón de la Barca en “El gran teatro del mundo”. Si las grandes iglesias históricas olvidan el mensaje del Juicio Final, los grupos fundamentalistas lo reclamarán para sí a su manera, como de hecho está ocurriendo. Reivindican su cristianismo rigorista con escenarios apocalípticos y hablan de la salvación de los pocos elegidos y de la condenación de todos los demás, explotando hábilmente el miedo de la gente sencilla.

Campaña en defensa del Papa: Yo con Francisco

Pero el mensaje del Juicio Final como conclusión de la historia es una fuente de esperanza subversiva en el Dios justo y misericordioso. Por eso merece la pena examinar sus distorsiones para ver si no ha sido mal utilizado como “mensaje de amenaza” que induce al miedo, como consuelo en el más allá, como justificación eclesiástico-escapista del statu quo para no tener que cambiar nada, en lugar de revelar su núcleo liberador. Apenas existe una catedral románica o gótica de la Edad Media sin la escena del Juicio Final según Mt 25 en el tímpano de la entrada principal. Para protestar contra el statu quo eclesiástico y político, los artistas no tuvieron más remedio que representar cabezas con mitra o corona a la izquierda de Cristo como Juez del Mundo.

Además, Norman Cohn parece tener razón cuando afirma que la enseñanza oficial de la Iglesia de la Edad Media ha negado a los creyentes el consuelo del mesianismo cristiano: que este mundo no es sólo el camino para el otro, el más allá, sino que estamos llamados a hacer de este mundo un lugar donde habite la justicia y todos tengamos “vida en abundancia” (Juan 10:10). La teología de la liberación nos recuerda hoy este cristianismo mesiánico y profético.

“Debemos preguntarnos si no hemos oscurecido a menudo el mensaje del Juicio Final en la Historia de la Iglesia porque lo hemos proclamado en voz alta y con fuerza ante los pequeños e indefensos, pero en voz baja y sin parresía profética ante los poderosos de esta tierra”

Con el documento “Nuestra esperanza” del Sínodo de las diócesis alemanas de 1975, debemos preguntarnos si no hemos oscurecido a menudo el mensaje del Juicio Final en la Historia de la Iglesia porque lo hemos proclamado en voz alta y con fuerza ante los pequeños e indefensos, pero en voz baja y sin parresía profética ante los poderosos de esta tierra. Pues el mensaje del juicio expresa la idea específicamente cristiana de la igualdad de todos los hombres, “que no equivale a un igualitarismo banal, sino que subraya la igualdad de todos los hombres en su responsabilidad práctica de vida ante Dios, pero que también promete a todos los que sufren la injusticia una esperanza perdurable”.

Por tanto, el mensaje del Jucicio Final debe entenderse principalmente como una “visión para consolar y animar” ante las dificultades históricas: “Habla del poder de Dios para crear justicia, de que nuestro anhelo de justicia es más fuerte que la muerte, de que no sólo el amor sino también la justicia son más fuertes que la muerte”. Y el documento sinodal concluye sus reflexiones sobre el Juicio Final con algunas preguntas que a menudo faltaban en la Iglesia medieval: ¿No debería ser este mensaje del juicio, por ejemplo, “una palabra de nuestra esperanza? ¿Ninguna palabra que nos libere para defender esta justicia, a tiempo y a destiempo? ¿Ningún incentivo para resistir las condiciones de una injusticia flagrante? ¿Ninguna norma que nos prohíba pactar con la injusticia y nos obligue a gritar contra ella una y otra vez si no queremos deshonrar nuestra esperanza?”.

El Juicio Final, de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina

El Juicio Final, de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina

El texto escrito por Johann Baptist Metz se caracteriza por el lenguaje y la forma de pensamiento de la nueva teología política. Unos treinta años más tarde, la encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007) de Benedicto XVI subraya que la fe en el Juicio Final es “ante todo esperanza”. El “Papa teólogo” está convencido de que “la cuestión de la justicia es el verdadero argumento, o al menos el más fuerte, a favor de la fe en la vida eterna” (Spe salvi, nº 43).

Ésta era también la opinión de Bartolomé de Las Casas durante la conquista y evangelización del Nuevo Mundo, cuando decía a los cristianos españoles, sus compatriotas: “Y podrá ser que se hallen, de aquestos (indios) que en tanto menosprecio tuvimos, más que de nosotros a la mano derecha el día del juicio.” Para Las Casas, el Juicio Final se asemeja a un tribunal en el que Dios premia a los buenos y a los humildes y castiga a los malvados y a los opresores de la historia. Es la idea más popular y extendida porque corresponde también al sentido humano de la justicia.

Pero es necesario combinar el mensaje del Juicio Final con la voluntad universal de salvación de Dios (cf. 1 Timoteo 2:4), pero no sin la purificación que todos merecemos, es decir, sin difuminar la brecha entre verdugos y víctimas. Para Jürgen Moltmann, padre de la “teología de la esperanza”, la justicia divina no es la del principio suum cuique como en este mundo, sino la del Dios de Abraham y Padre de Jesucristo, que nos justifica y salva con su gracia: “El llamado ‘Juicio Final’ no es otra cosa que la revelación universal de Jesucristo y el cumplimiento de su obra de salvación”.

“Esperemos la salvación de todos y recemos por ella, como la forma más sublime del amor a los enemigos”

En el siglo XV –incluso antes de la maravillosa composición de Miguel Ángel del Juicio Final para la Capilla Sixtina– aparecieron representaciones que relacionaban el mensaje del Juicio Final según Mateo 25 con Apocalipsis 1:7: “Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron”. En estas representaciones, el Señor levanta su brazo derecho y dirige la mirada hacia su costado traspasado con la mano izquierda. Hay una impresionante representación de este tema en la catedral románica de Salamanca. Data de mediados del siglo XV y se atribuye a Niccolò Delli. Sí, a su regreso para juzgar a vivos y muertos, uniendo gracia, amor, misericordia y justicia, el Señor enjugará todas las lágrimas de nuestros ojos: “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido” (Apocalipsis 21:4).

Pero también nos mostrará “el pecho del amor muy lastimado”, del que hablaba San Juan de la Cruz en un poema místico (Un pastorcico), como fuente de todas las gracias. Porque ÉL quiere salvar a todos más allá de la muerte, incluso a aquellos “que le traspasaron”. ¿Cómo lo hará el Señor sin minimizar la diferencia entre las víctimas y los opresores, los justos y los pecadores? No lo sabemos, es uno de los grandes misterios de la gracia de Dios y de su voluntad de reconciliarlo todo en Cristo (cf. Colosenses 1:20). Todos experimentaremos la purificación apropiada… “como quien escapa del fuego” (1 Corintios 3:15).

Esperemos la salvación de todos y recemos por ella, como la forma más sublime del amor a los enemigos. Esperemos el regreso del Señor – para juzgar, pero también para salvar a vivos y muertos – “más que el centinela la aurora” (Sal 130:6). El poeta Antonio Machado, que vivía su “querer creer” pero no “poder creer” como algo amargo, comprendió muy bien el núcleo de la esperanza cristiana cuando escribió estos versos:

“Yo amo a Jesús que nos dijo:

Cielo y Tierra pasarán.

Cuando Cielo y Tierra pasen,

mi palabra quedará.

¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?

¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?

Todas tus palabras fueron

una palabra: Velad.

Como no sabéis la hora

en que os han de despertar,

os despertarán dormidos

si no veláis; despertad.”

* Mariano Delgado es catedratico de Historia de la Iglesia y Director del Instituto para el estudio de las religiones y el diálogo interreligioso en la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la Clase VII (Religiones) en la Academia europea de las ciencias y las artes de Salzburgo.

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