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El significado bíblico de la humildad y sus características

Autor: Biblia

En términos generales, la persona humilde tiene la virtud de conocer sus limitaciones y actúa de acuerdo con ese conocimiento. En otras palabras, conoce bien lo que es o no es capaz de hacer. Sin embargo, en la Biblia vemos que la humildad que debemos tener los hijos de Dios abarca más.

El concepto bíblico de la humildad se refiere a tener un buen entendimiento sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros. Esto nos lleva a reconocer la obra de Dios en nuestras vidas y el hecho de que él tiene un propósito para nosotros. La humildad en el cristiano debe impulsarle siempre a vivir en obediencia a Dios y a someterse a su voluntad.

En el Salmo 8, el salmista David expresa muy bien lo que fluye de un corazón humilde: admiración, gratitud hacia Dios y la incredulidad de que le haya escogido, salvado y que desee tener amistad con él.

Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?» (Salmo 8:3-4)

Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?»
(Salmo 8:3-4)

Al igual que nosotros, David era imperfecto. Pero él sabía que servía a un Dios perfecto que podía ayudarlo en todo. David cometió grandes errores, pero los reconoció delante de Dios, se humilló ante él y permitió que él lo restaurara y lo guiara dentro de su voluntad. Vemos un claro ejemplo de esto en el Salmo 51, cuando David, luego de cometer uno de sus pecados más terribles, se humilló y buscó el perdón de Dios.

Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado.
(Salmo 51:1-2)

David no se justificó. Él reconoció que había pecado y apeló a la piedad y a la misericordia de Dios. Él expresó su quebrantamiento y su dolor confiando en la bondad del Padre celestial. Su consuelo fluía de lo que sabía sobre Dios: Dios es justo y también es misericordioso, piadoso y perdonador. Esa era la confianza de David.

David entendió que el pecado no solo afecta a las demás personas, sino que es una afrenta directa contra Dios (Salmo 51:3-4). Y así es como debemos verlo nosotros también. Nuestra perspectiva es diferente y somos mucho más cuidadosos en todo lo que hacemos y en nuestro trato con los demás cuando nos damos cuenta de que nuestros pecados son ofensas directas contra Dios. ¡Le duelen a él!

Es ahí que comenzamos a actuar con humildad: al reconocer que solo Dios nos puede limpiar y que solo él nos puede ayudar a vivir una vida recta, llena de amor y de perdón. Debemos entender nuestra necesidad de él, de su presencia y de la profunda transformación que solo él nos puede dar.

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. (Salmo 51:10-12)

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga.
(Salmo 51:10-12)

Jesús, nuestro mejor ejemplo

Aunque el ejemplo de David es muy bueno y con él podemos aprender mucho sobre la humildad, el mejor ejemplo que encontramos en la Biblia es el de Jesús, Dios encarnado. El capítulo 2 de Filipenses nos lo explica muy bien. Ahí se nos anima a tener la misma actitud que tuvo Jesús.

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre…
(Filipenses 2:5-9)

Veamos algunas características sobre la humildad que podemos aprender con el ejemplo de Jesús. Evaluemos nuestros corazones y pidamos a Dios que nos ayude a crecer cada día en nuestra semejanza a Jesús.

8 características bíblicas de la persona humilde

1. No actúa bajo impulsos egoístas o vanidosos

«No hagan nada por egoísmo o vanidad; …»
(Filipenses 2:3a )

Debemos analizar nuestra motivación, por qué hacemos las cosas. ¿Es para satisfacer nuestros intereses y nuestro amor propio? ¿Para sentirnos orgullosos de nosotros mismos? Si es así, estamos actuando bajo una actitud errónea. Pidamos a Dios que nos ayude a tener los motivos correctos (amor, interés genuino, compasión), los que reflejan su corazón.

2. Considera a los demás como superiores a sí mismo

«…más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.»
(Filipenses 2:3b )

La humildad nos lleva a tener una actitud de aprecio y consideración para con los demás. No es que vamos a menospreciarnos o a dejar que nos pisoteen. ¡No! Pero todo lo haremos y lo hablaremos con respeto. Trataremos a las demás personas mejor de lo que nos gustaría que nos trataran a nosotros.

3. Tiene en cuenta los intereses y el bienestar de los demás

«Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.»
(Filipenses 2:4 )

La humildad nos da una visión más amplia que incluye el bienestar de las personas que nos rodean. Nos ayuda a pensar en lo que podemos hacer para ayudar y bendecir al colectivo: la familia, los amigos, la iglesia, el vecindario, la humanidad. Nos hace sentir parte de algo más grande y nos lleva a contribuir para el mejoramiento de la vida de los demás.

4. Se esfuerza en ser más como Jesús

«La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús.»
(Filipenses 2:5 )

El humilde echa de lado sus emociones o deseos y se concentra en ser más como Jesús. Se postra a los pies del Maestro cada día porque desea actuar y vivir de una forma que le glorifique a él y sabe que por sus meros esfuerzos no lo logrará. Busca la unción del Espíritu Santo y recibe así la fuerza espiritual para tomar decisiones que reflejen el carácter de Cristo.

5. No se aferra a sus derechos, posesiones o títulos

«La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.»
(Filipenses 2:5-6 )

Jesús era Dios, pero no trataba a los demás desde una posición de superioridad. Él escogió “echar de lado” su naturaleza divina y venir como humano, se identificó con nuestras necesidades y con nuestra fragilidad. Él no hacía reclamos lleno de orgullo, todo lo contrario. Mostraba un interés genuino en los demás y su corazón estaba lleno de amor, siempre dispuesto a servir a los que le rodeaban. Nosotros debemos hacer lo mismo.

6. Se identifica con los demás y muestra empatía

«Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos.»
(Filipenses 2:7 )

Jesús, aun siendo Dios, escogió voluntariamente venir en forma de hombre, rebajarse y ser semejante a nosotros. Él se identificó con nuestras luchas, nuestras necesidades diarias, los anhelos que brotan de nuestro corazón. La persona humilde debe identificarse con las necesidades y anhelos de aquellos que le rodean. Debe verles como iguales y estimarlas como se estima a sí misma.

7. Obedece a Dios siempre

«Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!»
(Filipenses 2:8 )

Jesús estuvo dispuesto a obedecer al Padre hasta la muerte. Esa es una de las muestras más claras de la humildad: la obediencia a Dios. Cuando obedecemos, le decimos a Dios «yo sé que tú sabes lo que haces y que, tarde o temprano, esto resultará para mi bien». La obediencia refleja confianza total en el amor, la bondad y la fidelidad de Dios.

8. Espera a que Dios lo exalte

«Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre»
(Filipenses 2:9 )

Jesús sirvió a las personas por amor. No era un canje buscando recibir la exaltación de los hombres, o medallas y premios. Hacía todo por obediencia a Dios, sabiendo que recibiría su recompensa directamente del Padre. Y así fue. Dios lo exaltó hasta lo sumo.

La exaltación que viene de Dios es eterna y es mucho más grande que la que cualquier ser humano nos pueda ofrecer. La persona que tiene un corazón humilde como el de Jesús descansa en la certeza de que el premio que recibirá por parte de Dios será más que suficiente.

Quieres crecer en humildad: ¡sigue el ejemplo de Jesús!

Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. (Mateo 11:29)

Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.
(Mateo 11:29)

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