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Parolin: «Educar, un acto de esperanza»

Autor: Espanol

El pasado 12 de marzo el secretario del Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin, inauguró la última edición de Basílica y Ágora, un encuentro promovido por la diócesis de Parma que este año se ha dedicado a la misión educativa de las comunidades cristianas y de quien se dedica desde primera línea a la relación con los jóvenes. En su intervención, pronunciada en la catedral de la ciudad, el cardenal repasó las características propias del educador cristiano, su responsabilidad y sus tareas, hablando de «educación del corazón y educación en la paz».

«La Iglesia es educadora como madre, y la primera educación de la que debe ocuparse la Iglesia-madre es la que se dirige a la orientación y sentido fundamental de la vida», explicó Parolin, que en varios momentos se refirió, aparte de al magisterio del papa Francisco, a Luigi Giussani, «una de las grandes figuras de educador cristiano que la Iglesia nos ha regalado en estos tiempos», y al que «le gustaba definir la educación como “introducción en la realidad total”. Don Giussani invita a asumir una “hipótesis de explicación total de la realidad” que parta de una tradición. Para nosotros los cristianos, esta tradición está representada por nuestra fe, por la interpretación de la realidad que nos ofrece el credo cristiano y la tradición viva de la Iglesia».

La relación con esta tradición, señalaba Parolin citando al fundador de CL, pasa por una auctoritas. «Sin figuras autorizadas que presenten a los jóvenes una propuesta de vida fascinante, no hay educación». De ahí da paso al tercer punto tomado de Giussani, la verificación. «Cada joven debe verificar personalmente si todo lo que dice el cristianismo sobre la vida, la muerte, el presente, el futuro, el amor, la convivencia social, la familia… si todo eso ayuda realmente a vivir mejor. Es decir, si la tradición cristiana ayuda verdaderamente a cada persona a confrontarse con la realidad, a dar sentido a todo, a vivir bien y en profundidad todas las cosas y, sobre todo, si esta forma de entender la vida responde a las exigencias más profundas del propio corazón». De este modo, «cada educador debe ser en cierto sentido como Juan el Bautista que, “fijos los ojos en Jesús”, enseña a sus discípulos a mirar en la dirección adecuada, a orientarse hacia aquel que puede responder a sus ansias, a lo que buscan y desean».

En este sentido, la educación aséptica, “neutra”, se desvela como un falso mito. «La Iglesia no debe tener miedo a presentar la “propuesta” cristiana porque la visión de la vida y la moral que contiene están bien fundadas, han pasado el filtro de la historia y han sido fuente de felicidad y realización plena para millones de seres humanos, aparte de fuente de progreso, prosperidad y paz para muchos pueblos a lo largo de los siglos. La educación significa ante todo ayudar a los jóvenes a descubrir el fundamento bueno de la vida. Estar en el mundo es un don y un bien».

Solo en el cauce de estas premisas, según Parolin, es posible una “educación del corazón”, tema central de la primera parte de su intervención. «Para nosotros, el corazón no es un “productor” de sentimientos, muchas veces caóticos, contradictorios y hasta ciegos. La tradición bíblica nos ha enseñado a considerar el corazón como “lugar espiritual” donde cada uno puede verse a sí mismo en su realidad más verdadera y profunda, sin velos y sin quedarse en lo marginal. Es la intimidad de cada uno, donde vive su propio ser, su subsistencia, en relación con Dios, con los demás hombres y con la creación entera».

Educar el corazón pasa, ante todo, por educar en la belleza. Pero también hace falta una “educación emotiva”, capaz de acompañar a los jóvenes al descubrir sus estados de ánimo y comprender sus causas, a no ser reactivos y, a veces, a «tomar las debidas distancias». Y es necesario prestar atención a una “educación afectiva”, come llama Parolin al acompañamiento para «llegar a ser capaces de instaurar relaciones de amistad y de amor que sean estables y auténticas». Una “educación en el amor” –«el fin más elevado al que tiende la educación del corazón»– a la que el cardenal dedicó especial atención. «El amor es una aspiración, una inclinación arraigada en el corazón humano que empuja a buscar una relación en la que seamos aceptados y queridos incondicionalmente, y en la que aceptemos y queramos incondicionalmente al otro. Un darse y recibirse sin reservas. Cuando eso sucede, la persona descubre una nueva dimensión de sí misma y su existencia da un “paso adelante”». Pero educar en el amor es sobre todo invitar a descubrir que se trata de un camino con sus etapas: «afinidad emotiva, enamoramiento, conocimiento mutuo, hasta madurar una decisión definitiva en la relación», entrando así en la esfera sexual como «decisión final de entrega y acogida al otro que implica mente, cuerpo y corazón».

Pero «un corazón educado, según la educación integral que concibe la Iglesia, supone un corazón portador y artífice de paz. En este sentido, educar el corazón de los jóvenes ya implica educarlos en la paz». Esa fue la segunda parte del discurso de Parolin: educar en la paz. «Las primeras amenazas a la paz se encuentran de hecho en las relaciones personales contaminadas por “propósitos del mal” que salen del corazón humano, de los que habla Jesús en el evangelio». Pueden darse «por la calle, en el trabajo, en clase o en los despachos, con conocidos o extraños que encontramos en nuestras ciudades». Cambiar nosotros mismos, explicaba el cardenal, forma parte de esa “arquitectura de la paz” de la que habla el Papa, lo que también implica una tarea educativa. «Educar es un acto de esperanza. De hecho, para educar hay que alimentar la esperanza de la persona para que sea portadora de bien y de novedad», lo que implica educar en la solidaridad y en el cambio, al servicio de la comunidad.

El secretario de Estado cerró su itinerario recordando de nuevo las palabras de pontífice. «Ha dicho muchas veces a los jóvenes que no se dejen “robar la esperanza”. Incluso ante los conflictos presentes en el mundo, la tarea educativa de la iglesia nunca debe decaer, al contrario, debe buscar nuevas motivaciones porque es una obra de formación de los corazones que reaviva la esperanza, recrea la solidaridad y contrarresta todas las semillas de violencia que la cultura de la indiferencia y del conflicto siembran en nuestras sociedades, preparando el terreno a las guerras. La educación es “una de las vías más eficaces para humanizar el mundo y la historia”».

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