Si era Kiss, Gene Simmons con esa lengua viperina, bueno, vaya y pase. Pero viniendo de un líder de masas como Roger Waters, de un albañil destacado en la historia de la Humanidad, del tipo que levantó una pared más duradera que el Muro de Berlín, suena raro. Que “Nunca durlock” Waters haya escupido a un espectador, y que esa flema termine siendo fuente de inspiración, más que raro debería ser estudiado como un golpe de suerte inédito.
Para este paladín del anticapitalismo, el complejo edilicio que hoy día significa The Wall (álbum y película de Pink Floyd) fue eso: editar el significado de un gargajo y sacarle el jugo a toda su alienación. Saliva convertida en obra de arte. Ni Marta Minujín.
“Horrible, una actitud fascista. Me asustó. Pero hacía mucho tiempo que sabía que en esa gira, que odié, algo andaba mal. No sentía conexión con el público”, dijo Waters sobre su asquerosa reacción en una entrevista con la revista Rolling Stone.
Un 14 de julio de 1982 la película llegó a los cines basada en la solemnidad de un álbum homónimo y conceptual de la banda. La dirigió Alan Parker y el rol protagónico corrió por cuenta del rockero irlandés Bob Geldof, más tarde conocido por ser el organizador del Live Aid.
Aunque usted no lo crea, así fue como Waters inventó lo de The Wall. Ocurrió un día providencial bajo el cielo encapotado de Montreal. Algo pasó y Waters se asomó al escenario, y desde esa tribuna de doctrina, disparó su baba cual misil contra un fan que aguantaba los trapos en la primera línea del pogo. Rogers, luego, se hizo cargo, culpó a su ego enardecido y aprovechó las esquirlas del fluido para darle rienda suelta a su mayor inspiración.
Roger Waters se arrepiente de la reacción que derivó en la composición de “The Wall”. Foto: EFE/Maurizio Gambarini La crónica indicaba que todo estaba en sintonía. Ese día julio de 1977, Pink Floyd presentaba un disco afín al acto reflejo: Animals. Todo cierra. Además, la banda se llevaba pésimo y el sistema nervioso del bajista parece que colapsó.
El porqué de la escupida
El tipo de la escupida -que nunca cobró regalías- era uno más de un grupo que no hacía otra cosa que pedir Carefull With That Axe, Eugene, instrumental de 1968 que seguiría generando un clímax de ácido lisérgico.
“Ni siquiera sé si le acerté, espero que no”, dijo Waters más tarde, en 2011. Ese show canadiense terminó sin bises. Entonces fue cuando el nivel de enajenación se elevó a categoría de metáfora y, según cuenta la leyenda, Waters sugirió la idea de hacer una pared que lo separe del público. He aquí lo del primer ladrillo.
Sin aquel pollo, no tendríamos una de esas creaciones que hacen que el rock sea visto con cara de otorrinolaringólogo. De ahí más, Waters tomó coraje y la emprendió en su doble función de músico y maestro mayor de obras.
The Wall la película Imágenes y aficheEl gargajo ha recorrido un largo camino. Lo de Montreal sucedió en 1977. En 2012, el ex Pink Floyd acumuló 11 shows en River con The Wall. De la película no se puede decir nada nuevo salvo que su revisionismo la hizo envejecer bastante mal y que en internet existen foros sobre “películas sobrevaloradas” donde The Wall pelea el podio.
Estamos demasiado acostumbrados a buscar en pelis, canciones y libros cualquier dato autobiográfico. No se podía imaginar a un megalómano como Roger Waters sin su historia metida en cada una de sus composiciones. El disco más pretencioso de la Historia dio pie a la película más pretenciosa. Y lo pretencioso es terriblemente contagioso.
Se sugirió que la historia de The Wall está basada en las experiencias personales de Waters y por eso es que Waters empezó a trabajar en el guion después de leer algunos libros sobre cómo hacer un guión. Por supuesto que el músico se veía en el papel del protagonista (Pink), pero luego de algunas pruebas de cámara lo corrieron para reemplazarlo por Bob Geldof, que en ese momento integraba otra banda, Los Boomtown Rats.
Casi un álbum solista
Bob Geldof, en la piel de Pink, el rockstar con tintes fascistas de “The Wall”. The Wall se trató de un emprendimiento casi solista de su líder. Con el tiempo, Another Brick in the Wall (Otro ladrillo en la pared) llegó a ser una bandera entre los estudiantes negros de Sudáfrica como protesta contra el apartheid. Más mística obtuvo la canción cuando ese gobierno la censuró por “incitación a la violencia”.
En la letra, Roger decía que la sociedad es como una cadena de montaje donde entrás por una puerta a los tres años, te imponen una doctrina que a alguien le pareció la correcta y salís por otra puerta a los 16 listo para aportar tu granito de arena al progreso. Eso lo escribió cuando tenía más de 30 años y se suponía que ya debía ser un hombre.
Toda la película practica la alegoría con entrañable candidez. Sin embargo, Waters eligió ese momento para trabajar seriamente su idea de posteridad.
En nuestro país, el olfato censor del último gobierno de facto también se ocupó The Wall. Los fans cruzaban el charco y compraban la edición uruguaya. El disco entró en un lote de censura donde también figuraban Cocaine, de Eric Clapton, Light my Fire, de The Doors y varios temas de John Lennon.
Roger Water, como Pink, el personaje que protagoniza “The Wall”. Aunque él hizo una prueba de cámara para el filme y no quedó.Podías ir a la trasnoche del Select Lavalle para ver The Wall. El cine-rock, una especie casi extinta, tuvo más trasnoche que Cacho Castaña. The Wall se convirtió en un ritual obligado para los amantes del rock en la Argentina. Se le atribuyó ser, con Solos en la madrugada, a finales de 1982, algo así como la avant premiere de la Democracia.
El 25 de noviembre de ese año todavía existía el “prohibido para menores de 18 años”. El rock era cosa de adultos y la peli de The Wall circulaba en formato pirata con otros VHS que rankeaban en el morbo colectivo tales como Porky’s o Calígula.
The Wall tiene un argumento repetitivo que machaca sobre un pibe afligido por la muerte de su padre en la guerra y oprimido por el sistema escolar + madre castradora. De ese niño nacerá una estrella de rock alcanzada por la superficialidad del estrellato con rasgos neonazis y coso.
Los imborrables martillos rojos con negro representaban a un grupo facho ficticio en la película. La imagen fue adoptada, en 1988, por los Hammerskins, un grupo supremacista de Estados Unidos con estética skinhead, que tomó esos martillos como escudo y emblema.
Video
El filme tenía al Boomtown Rats Bob Geldof como protagonista.
A Alan Parker se lo atacó por ser redundante, no haciendo una interpretación del álbum sino transcribiéndolo casi literalmente. Todavía sentimos un poco de vergüenza ajena por la figura alegórica y fordista de la escuela hecha máquina de picar carne alimentada con alumnos sin rostro.
