El hogar inteligente sigue sin funcionar y, sorprendentemente, la interoperabilidad entre productos de diferentes marcas no es el problema. El problema es que, cuando se trata de dispositivos conectados, los consumidores compran hardware que se comporta como software. Y a diferencia del hardware, que falla de forma bastante predecible y establecida, el software se rompe de forma opaca y sorprendente.
Es difícil clasificar esta desconexión. Puede dar la sensación de que uno no es realmente dueño de los dispositivos inteligentes -a pesar de haber pagado por ellos- o de que no puede confiar en ellos. Si queremos que las cosas mejoren para los consumidores, necesitamos que tanto los fabricantes como los reguladores den un paso al frente.
Cuando un usuario compra una bombilla inteligente, espera que se comporte como tal. Cuando se rompe, espera que se rompa de la forma en que normalmente se rompería una bombilla. Puede que el cristal se rompa cuando se caiga. Puede que el LED se queme.
Pero la forma en que se rompen los dispositivos inteligentes es completamente distinta. Se rompen, por ejemplo, cuando el controlador doméstico inteligente que se utiliza para gestionar esa bombilla deja de hablar con ella. O puede que se estropee cuando la empresa de la bombilla quiebre y deje de ofrecer soporte de software. O, como en el caso de Philips Hue, que cambió su política para exigir a los usuarios que creen una cuenta para utilizar sus bombillas, se rompen cuando el usuario decida que ya no quiero acatar las nuevas condiciones aplicadas por la empresa que fabricó la bombilla.
Otro ejemplo son los altavoces inteligente Echo. Podíamos decirle a Alexa “activa la fiesta” y se encendían la música y las luces del salón y la cocina. Esto se rompió el año pasado, cuando Alexa dejó de soportar su integración IFTTT.
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Las leyes de la física frente a las leyes del derecho contractual
Sí, cuando la casa inteligente falla, es porque un ejecutivo en algún lugar ha decidido cambiar los términos de un acuerdo comercial que rige la forma en que los dispositivos conectados se comunican entre sí. En el mundo digital, este tipo de disputas contractuales son habituales. Pero en el mundo tangible y real estamos acostumbrados a productos que se rompen según las leyes de la física o la química, no según el derecho contractual.
A medida que más dispositivos tengan conexión a Internet y se vendan menos sin ella, la cuestión de cómo preservar la funcionalidad aunque cambien los acuerdos comerciales será más relevante. En muchos casos, la pérdida de características o funcionalidad representa una molestia, más que la muerte del producto en general, lo que hace aún más difícil averiguar cómo preservar el derecho de un comprador a obtener un producto que se comporte como se esperaba.
Por ejemplo, no estaría bien que los compradores de los frigoríficos Family Hub de Samsung pudieran utilizar en un principio la función Google Calendar para gestionar su día en el aparato y luego perdieran esa capacidad porque Google cambió su API en torno al calendario y Samsung tardó meses en actualizar el software de su frigorífico para tener en cuenta el cambio.
Otro ejemplo reciente, del que se hace eco Android Police, es la decisión de Amazon de bloquear las conexiones ADB locales en los dispositivos Fire TV. Los comandos basados en ADB permiten a los usuarios controlar en profundidad el hardware y pueden mejorar drásticamente la experiencia del usuario. De esta forma, la marca arrebata el control al consumidor después de que haya comprado el producto, la actualización de software debilita una función que ha estado presente en el hardware desde su lanzamiento en 2014.
No son fallos dramáticos, pero para muchos usuarios, el dispositivo se ha roto y no funciona ni como ellos esperan ni en su forma original. Lo peor de todo es que no se sabe qué puede romperse a continuación.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Los fabricantes podrían hacer algunas cosas, como tratar los dispositivos conectados como una suscripción y no como una compra única, lo que ayudaría a fijar las expectativas del usuario. O los fabricantes podrían establecer pagos y contratos con socios por adelantado que garanticen que un producto funciona durante un tiempo determinado después de que el usuario lo compre.
Otro clamor popular cada vez que un dispositivo inteligente muere o queda obsoleto por una actualización de software es que todos estos productos deberían funcionar localmente, sin tener que conectarse a un servidor remoto en algún lugar.
Los consumidores necesitan soluciones que satisfagan las necesidades de la mayoría de los ciudadanos respecto a los dispositivos inteligentes, una especie de guía o compromiso por parte de las marcas para que sus productos funcionen de manera correcta y sin sorpresas. Las leyes de garantía actuales están pensadas para el hardware pero no tanto para los servicios. Para que eso ocurra, tenemos que actualizar nuestras leyes y reglamentos, y para ello es necesario que los responsables de las regulaciones, tanto en América como en Europa, actúen. Hasta entonces, solo podemos rezar para que nuestras bombillas inteligentes sigan funcionando.
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