Si la primera mitad de esta década tuvo similitudes económicas con “los locos años veinte” de hace un siglo atrás, la segunda tiene semejanzas políticas con “los treinta”. Nacionalismos, populismos, belicismos, gobiernos autocráticos y ataques a las democracias liberales se extienden por el mundo. Sin embargo, el paralelismo se atenúa porque (hasta ahora) no hubo una gran crisis como la del ‘29. ¿Podría haberla y exacerbar todo eso? ¿Estamos cerca de una gran recesión en Estados Unidos y el mundo?
Una segunda “Gran Depresión” tiene bajísima probabilidad de ocurrencia por los aprendizajes de la primera. De hecho, estos ya se pusieron en práctica en la crisis de 2008-09 para no repetir aquella catástrofe.
“La crisis del ‘29” obedeció mayoritariamente a errores de política económica que la profesión y las autoridades fueron internalizando a lo largo del siglo. Se tomó conciencia sobre la necesidad, ante circunstancias similares, de implementar una gran expansión monetaria, políticas de estabilización financiera y flexibilidad cambiaria, todo lo cual llegó tarde en “La Gran Depresión”. Hubo impulsos fiscales, pero que fueron inútiles al omitirse el resto.
Que la probabilidad de otra crisis como esa sea bajísima no implica descartar una recesión, ni siquiera “una gran recesión”. Este es un riesgo creciente en Estados Unidos (y el mundo) a medida que avanza la década. La pregunta no es si la habrá, sino en qué momento de los próximos años se materializará. ¿Qué factores la alertan?
Un tema clave es la madurez del ciclo económico, sobre la cual he insistido desde mediados de 2024. No es que tengan una duración predefinida como se sugería en el siglo XIX, pero algunos indicadores han venido sugiriendo que el ciclo iniciado en Estados Unidos en 2020 podría estar cerca de su fase final.
Entre esos indicadores están ciertos desequilibrios acumulados. La economía estadounidense opera sobre su potencial, como lo refleja la brecha del PIB estimada por la Oficina de Presupuesto del Congreso y la fortaleza del mercado laboral. Eso ha mantenido la inflación y las expectativas inflacionarias en el entorno de 3%, pese a la revaluación del dólar y ciertas caídas en precios de commodities.
Además, en contraste con el boom de los ’90 proveniente de liderar la revolución de internet, ahora Estados Unidos no alcanzó superávit fiscal, sino que tiene 7% de déficit, con deuda pública sobre 100% del PIB. Y es ese exceso de gasto, no los diferenciales arancelarios con el resto del mundo, lo que explica el desequilibrio en balanza comercial y en cuenta corriente.
Por si fuera poco, a los riesgos recesivos derivado de todo ello, se suman las políticas económicas e incertidumbres impulsadas por Trump. El proteccionismo y la guerra comercial son iniciativas que reducen el crecimiento económico de largo plazo, tanto de Estados Unidos como del mundo, en un círculo vicioso de mediocridad que bien quedaron evidenciados al final de la década pasada y a mitad del siglo XX.
¿Qué implicancias para nuestros países tendría estos escenarios?
Hay solo uno en que nos veríamos favorecidos. Sería aquel en que Estados Unidos corrige algunos desequilibrios y crece moderadamente, sin guerra comercial, con fuerte reactivación del resto del mundo, sobre todo de China y Europa. Sería como en 2003-08. Pero parece poco probable.
En contraste, en el corto plazo, parecen más factibles dos escenarios algo antagónicos, pero en ningún caso favorables para América Latina y otros países emergentes.
Si Trump retrocede algo en sus políticas y el clima de negocios se mantiene favorable para Estados Unidos, tendremos probablemente un rebote de la actividad, las bolsas y el dólar global, junto con mayores riesgos inflacionarios para la Reserva Federal. En este caso, el impacto negativo para nuestros países provendría primero de condiciones financieras más restrictivas y después de un final abrupto por mayores tasas de interés. El ciclo “lo mataría la Fed”.
Si Trump acentúa sus medidas proteccionistas y profundiza los desequilibrios económicos, el riesgo de recesión estaría más cerca. Por supuesto que esto también sería negativo para nuestros países por el menor crecimiento mundial, el daño al comercio global y los menores precios de commodities.
Si bien conlleva, a la larga, presiones deflacionarias y tasas de interés internacionales más bajas, estas serían por malas razones, como ocurrió en la segunda mitad de la década pasada. Al principio no representarían condiciones financieras más expansivas para los países emergentes. Al contrario. En medio de la crisis serían más restrictivas con mayores spreads crediticios, fortalecimiento global del dólar y menores flujos de capitales.
¿Es la recesión inminente?
Más que nunca esa respuesta depende de la política económica. Trump tiene la palabra y más importante, los instrumentos de (in)acción. No puede descartarse que actúe pragmáticamente para postergarla por un tiempo, pero parece improbable pueda esquivarla durante su gobierno. Y para ese momento está la gran duda (amenaza) de cuál será su reacción. Porque podría acelerarse el tránsito hacia otras escalofriantes similitudes con “los treinta”.