San Jerónimo fue un sacerdote, teólogo y traductor cristiano, conocido por su importante contribución a la traducción de la Biblia al latín (Vulgata), así como por sus escritos teológicos y su vida de ascetismo. Nació alrededor del año 347 en Estridón, Dalmacia (actual Croacia), y murió el 30 de septiembre de 420 en Belén, Palestina.
San Jerónimo es especialmente recordado por su trabajo en la Vulgata, la traducción oficial de la Biblia en la Iglesia Católica Romana durante muchos siglos. Esta traducción se convirtió en una de las más importantes en la historia del cristianismo y sigue siendo ampliamente utilizada en la actualidad.
Además de su trabajo como traductor, San Jerónimo escribió numerosos comentarios bíblicos, cartas y tratados teológicos que influyeron en la teología y la vida espiritual de la Iglesia. También vivió una vida de ascetismo y oración en Belén, donde fundó un monasterio y dedicó sus últimos años al estudio de las Escrituras y la vida de oración.
San Jerónimo es venerado como santo en la Iglesia Católica y su fiesta se celebra el 30 de septiembre en el calendario litúrgico, en memoria de su vida de santidad y su contribución a la tradición cristiana.
Oh San Jerónimo, que en tu vida mortal acogiste la mirada misericordiosa del Señor, y con el apoyo maternal de María Santísima fuiste renovado en la vida de la gracia, danos tu protección y alcánzanos de Dios una sincera conversión al Evangelio de la Salvación. Gloria al Padre…
Oh San Jerónimo, tú que has sido para huérfanos y necesitados una verdadera llama del amor divino, aliviándolos en sus miserias y penalidades, haz que, por tu ejemplo, aprendamos a acoger también nosotros a nuestro prójimo con la misma caridad con la que Cristo non ha amado. Gloria al Padre…
Oh san Jerónimo, que a lo largo de tu vida has revelado a los hombres la misericordia y la ternura de Dios, acogiendo a niños y jóvenes y enseñándoles el camino del cielo, acoge y guía también a nuestra juventud y protégela de todo mal. Gloria al Padre…
Oh San Jerónimo, que en tu vida mortal, como buen Samaritano, has asistido con amor de padre a toda persona enferma de alma o cuerpo, socorre con tus oraciones y con tu paternal intercesión a todos nuestros hermanos enfermos, dándoles la fuerza y el valor necesario para aceptar y vivir en la fe este momento de dolor, y para que puedan verse pronto libres de la enfermedad; y, recuperada la paz y la salud, puedan alabarte en tu templo Gloria al Padre…