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Trump y la herencia eterna: rabietas y pragmatismo en la política exterior de Estados Unidos

Autor: J. Rigoberto Garcia

En 1823, la Doctrina Monroe estableció el principio incuestionable de que el continente americano pertenece a Estados Unidos, con Europa relegada a mirar desde la orilla. Un detalle insignificante: no preguntaron a los demás países si estaban de acuerdo.

Esta doctrina comenzó como un dique frente a la incursión de potencias europeas, pero pronto se reveló como un instrumento de hegemonía política, económica y militar, disfrazado de protección.

A finales del siglo XIX, Theodore Roosevelt decidió que la diplomacia era muy poco redituable y adoptó la Política del Gran Garrote. ¿Resultado? Panamá “libre” de Colombia, pero bajo el control absoluto del canal interoceánico por parte de Estados Unidos.

En República Dominicana, la intervención de 1905 aseguró que los dólares estadounidenses fluyeran sin trabas y que las rutas estratégicas quedaran bajo llave y propiedad del Tío Sam. No, no fue altruismo; fue imperialismo financiero disfrazado de estabilidad.

En las décadas siguientes, la Política de la Buena Vecindad de Franklin D. Roosevelt buscó un acercamiento más diplomático; aunque detrás de la cooperación se mantenían los intereses económicos y estratégicos de siempre. Eso sí: se redujeron las intervenciones militares directas, fortaleciendo la influencia cultural y económica estadounidense en la región.

Durante la Guerra Fría, el comunismo fue el villano perfecto en la narrativa estadounidense; en adelante, el pretexto que siempre ha aceitado la poderosísima industria armamentista, de la cual pende en gran parte su economía.

En la región surgió la Doctrina de la Seguridad Nacional, legitimando dictaduras —encabezadas por gorilas, adoptados en calidad de hijos de puta— que sirvieron como baluartes contra la expansión soviética.

Por ello, en Guatemala, el derrocamiento de Jacobo Árbenz en 1954 ejemplificó cómo la CIA inició una era de desmantelamiento de gobiernos democráticos en nombre de la seguridad. Igualmente, en Chile, donde el gobierno democrático de Salvador Allende (1973) sufrió un destino similar mediante un golpe de Estado.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 (lo que pareció una conmemoración del atentado en Chile, precisamente), se encontró un nuevo pretexto —perdón, amenaza global—: el terrorismo, que reemplazó al comunismo como enemigo público número uno.

Afganistán se convirtió en el escenario de guerra más largo de la historia de Estados Unidos, donde las “bombas inteligentes” masacraron humanos (en nombre de sus derechos fundamentales, la libertad y la democracia).

Asimismo, se extendió la invasión hacia Irak en 2003. Basada en mentiras sobre armas de destrucción masiva, evidenció cómo las narrativas fabricadas —por Halliburton, constructoras y otras petroleras— justificaron acciones militares.

Hoy, vivimos tiempos de tensión con China y Rusia que añaden nuevas capas a esta lógica. Mientras Estados Unidos busca contener la influencia económica de China y responder al expansionismo ruso; en la frontera sur estadounidense el narcotráfico y la migración se han convertido en los pretextos más recientes para justificar un discurso de intervención.

Ayer, The Rolling Stone Magazine (no sabemos si en un acto de investigación periodística o en su papel de emisaria) aseguró que el equipo de transición de Trump considera ataques con drones, incursiones de fuerzas especiales y asesinatos selectivos de líderes de los cárteles de la droga en México.

Esto es un recordatorio histórico sobre la prevalencia de ciertos equipos presidenciales estadounidenses: los halcones, quienes encarnan la beligerancia y el uso de la fuerza como solución definitiva; y las palomas, que abogan por un enfoque más diplomático y pragmático.

Ante ello, tenemos de dos sopas: el alarmismo al que nos conduce la realidad histórica, esa que demuestra cómo, en tiempos de incertidumbre, “las garras suelen imponerse a las alas”. O, adoptar una posición más realista, como la que recientemente esbozó el poeta y periodista poblano, Mario Alberto Mejía, tildando las rabietas de Trump como espectáculos electorales que no resisten el ejercicio real de poder.

“Aiga sido como aiga sido”, Claudia Sheinbaum enfrentará el desafío de equilibrar diplomacia y defensa de la soberanía, sin olvidar que la política pragmática de los EE.UU. suele imponer las garras sobre las alas; así como los guantes del golpe blando: la manipulación mediática, las sanciones económicas, las intervenciones disfrazadas de cooperación internacional, etc., etc.

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