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Tutankamn y la piedra de Rosetta

Autor: Ana Palacio

En El Cairo, el frum organizado por el Egyptian Center for Economic Studies (ECES) reuni en su segunda edicin a altos responsables gubernamentales, acadmicos y analistas del conjunto del mundo emergente. Del encuentro, impecablemente coreografiado, destac el rigor intelectual que caracteriza al ECES, referencia ineludible del pensamiento econmico y geopoltico egipcio que reverbera en la regin extendida.

La cita puso de relieve el cambio profundo que sacude el entramado multilateral; una arquitectura descalabrada donde la imprevisibilidad ya no es anomala, sino norma. En el aire de los debates flotaba el desmoronamiento de los ejes del poder, arrastrando las certezas que durante dcadas determinaron los equilibrios de la Guerra Fra y el periodo de Pax Americana. Los distintos paneles reflejaron, desde ngulos complementarios, un planeta desarbolado, y la utilidad reconocida a Europa: combatir con reglas la incertidumbre.

Vivimos tiempos en que la palabra clave no es “riesgo”, sino “incertidumbre”. El riesgo puede calcularse, asegurarse, modelizarse; la incertidumbre, no. Durante aos cremos habitar un mundo de riesgos medibles -financieros, sanitarios, energticos-, donde bastaba disear procedimientos de prevencin y control. Hoy sabemos que las interdependencias, entendidas como estabilizadoras, se han erigido en fuentes de vulnerabilidad. No es un matiz tcnico. Frente al riesgo, se proyecta; ante la incertidumbre, se reacciona. Y las relaciones internacionales parecen instaladas en ese automatismo de respuestas, sin horizonte claro ni brjula.

Esa mutacin tiene consecuencias graves. En economa, los patrones dejan de anticipar y pasan a corregir. En poltica, la planificacin cede ante la gestin de crisis. En diplomacia, la previsin se sustituye por contencin. Vivimos, en suma, el final del contrato implcito de previsibilidad que sostuvo la globalizacin; la idea de que el futuro sera una prolongacin ordenada del presente. Lo que se perfila es la proliferacin de discontinuidades, donde los acontecimientos se encadenan sin lgica y las decisiones se toman bajo una presin constante de lo inesperado.

La desorientacin impregna los intercambios en todos los campos. Gobiernos y sociedades buscan anclajes -identidades, alianzas o causas- que irradien ilusin de certidumbre. Pero la realidad se ha vuelto fluida, y la fluidez es el nuevo campo de poder. En este contexto, el “Sur Global” no es tanto una categora como una emocin comn; la de quienes aspiran a hacerse or en un sistema en metamorfosis.

Reveladora result la explicacin del manido “Sur Global” como un “sentimiento” que glos Sunjoy Joshi, el chairman del principal think tank indio ORF (Observer Research Foundation). La expresin, celebrada y discutida, condensa la reivindicacin de una identidad colectiva nacida hace setenta aos en Bandung, cuando un grupo de dirigentes de pases empobrecidos y marginados reclam un papel relevante en el dilogo de los grandes. Hoy, aquella ambicin se ha transformado; ya no se trata de irrumpir en un orden instalado, sino de participar en su redefinicin.

Las intervenciones destilaban una conocida mezcla de orgullo y agravio. Persiste el resentimiento hacia Europa -el recuerdo del colonialismo, de la rapacera- pero tambin un reconocimiento original: el provecho a futuro de la experiencia europea de cooperacin. Se cit Schengen como ejemplo de superacin de fronteras y se mencion la tradicin de un “federalismo pragmtico” capaz de mudar diferencias en estructuras estables. A Europa, pese a su declive geopoltico, se le atribuye el know-how de quienes aprendieron a gestionar la diversidad, incluso los enfrentamientos; a construir acuerdos.

En la actual coyuntura, carece de sentido el concepto clsico de “potencias medias”. stas importan en tanto se coordinan e influyen en mbitos concretos: energa, tecnologa, seguridad alimentaria. En ese escenario, Europa aparece menos como actor de primer nivel y ms como referencia; potestas disminuida, pero una pericia institucional considerada valiosa. En pleno desconcierto generalizado, se nos identifica con el inters de poner reglas, de brindar mecanismos que encaucen rivalidades.

En esta nueva geografa del poder, Europa es ms observada que escuchada. Estados Unidos y China compiten por relato y dominio, mientras los pases del “Sur” buscan un lugar que no sea mera periferia. Entre ambos polos, Europa puede aportar mtodo, reglas y memoria. La fortaleza europea no radica en su msculo militar -que no lo tiene- ni en su considerable envergadura econmica, sino en haber evidenciado el alcance estratgico de la cooperacin. El acervo de integracin, a menudo subestimado, es el mejor antdoto contra la deriva del “slvese quien pueda” que hoy marca el tablero multilateral.

Esa utilidad -ser un factor de orden- es un activo que los europeos poseemos. El mundo actual no demanda hegemonas, sino capacidad de mediacin. Lo que Europa puede ofrecer es precisamente eso, la maestra acumulada de quienes supieron convertir la incertidumbre en convivencia. Frente a la tentacin del repliegue o la nostalgia, esa vocacin de tejer razonabilidad puede ser la versin contempornea del poder europeo.

Al concluir la conferencia, la inmersin inmediata en la realidad abigarrada, densa y confusa que fluye a pie de calle cuajaba un feroz contraste con los salones enmoquetados y ambiente mullido del congreso. Acaparaba los sentidos el trfico demencial por las vas de hasta ocho carriles de la ciudad: motos bocineras que se deslizan como ingrvidas en el catico trenzado de camiones, buses y turismos, con hasta tres jinetes (hombres todos), y minivanes y monovolmenes que cargan -hacinados- un nmero inverosmil de pasajeros. Por fin, en la atmsfera velada surgi el Gran Museo Egipcio, recin inaugurado -todava no haban retirado las tarimas y dems tramoya de la apertura oficial-. Traspasado el umbral, habilitada la visita despus de la hora de cierre, disfrutamos una larga contemplacin de misterio y belleza en privilegiada exclusividad.

En las imponentes salas del tesoro de Tutankamn, verdadero corazn de la exhibicin, el silencio era absoluto. All, entre mscara y sarcfagos, imagin a Howard Carter, el descubridor, en 1922. La sensacin es de continuidad. Los deslumbrantes objetos que rodearon al faran en vida y los ceremoniales del viaje al ms all, siguen siendo testigos de una historia compartida, hecha tambin de expolios y apropiaciones.

Tutankamn y la piedra de Rosetta son, as, metforas de lo que est en juego. El primero representa la fascinacin por el pasado y la tendencia a encerrarse en l; la segunda (varias veces me record el gua que segua en Londres, en el British Museum), la posibilidad de traducir y comprender, para lo cual los europeos tenemos que abandonar nuestra permanente tentacin de dar lecciones, sin por ello dejar de defender principios y valores. Europa debe elegir si quiere ser museo o intrprete, vestigio o puente.

En la era de la imprevisibilidad, el desafo consiste en descifrar y reconstruir -como Champollion hizo con los jeroglficos- los lenguajes del poder. Y en ese ejercicio, Europa, con su tradicin de dilogo y de reglas, tiene mucho que decir.

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