He repetido a menudo que la gestión de la competición futbolística en España es un auténtico desastre, y algunos episodios protagonizados por sus máximos responsables dan mucha vergüenza. Los ejemplos son conocidos por todos y como una muestra más podemos tomar el calendario de estas últimas semanas. El 17 de marzo el Barça juega contra el Atlético, el fin de semana siguiente, selecciones y por tanto parón de la Liga, el 30 de marzo, de nuevo Liga contra Las Palmas, y este fin de semana la final de Copa para de nuevo la Liga. Ya sé que es un tópico, pero viendo cómo se organizan las ligas de otros países de Europa, con un nivel de competición incluso superior, es inevitable tener un sentimiento de envidia (¡sana, por supuesto!)
Pero la próxima semana vuelve la Champions, la competición que es el sueño eterno de la culerada y que en los últimos años ha dado más disgustos que alegrías. Y en la Champions encontramos los elementos necesarios para recuperar ilusiones, a pesar de ser conscientes de la gran dificultad que representa poder eliminar al PSG, un equipo dirigido por Luis Enrique, un muy buen entrenador y viejo conocido en el Barça.
El PSG es uno de esos clubes estado, en este caso con capital catarí, presentes en Europa y vendría a ser la antítesis de lo que representa el Barça, por valores, por tradición y por recursos económicos. Y pese a los petrodólares que han invertido, todavía no han logrado el éxito anhelado a nivel europeo. Aferrémonos a la magia de la Champions y, aunque vienen dos partidos complicados, sabemos que el Barça competirá a todos los niveles, en el césped y en el estadio. Al fin y al cabo, de ilusión también se vive.
