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Biden e Israel: tras seis meses de guerra, cambios bajo presión

Autor: Idoya Noain

La muerte esta semana de siete cooperantes de World Central Kitchen en un ataque israelí en Gaza ha logrado del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, lo que no habían conseguido 33.000 palestinos muertos en seis meses de guerra, una población desesperada y al borde de la hambruna, la amenaza para su reelección de bases demócratas descontentas y de cada vez más integrantes de su propio partido, no solo del ala progresista. Por primera vez esta semana, Biden ha elevado la presión al gobierno de Binyamín Netanyahu con lo más parecido hasta ahora a un ultimátum de Washington.

El demócrata ha condicionado “la política de EEUU respecto a Gaza” a “acción inmediata” de Israel con medidas tangibles que alivien el drama humanitario, protejan a quienes trabajan repartiendo ayuda y minimicen las víctimas civiles. Ha instado también a Netanyahu a empoderar a sus negociadores para lograr un alto el fuego temporal, sumando también presión a los líderes de Egipto y Qatar para que insten a Hamás a un acuerdo que permita liberar a los rehenes del 7 de octubre.

Biden no ha puesto ni un calendario específico ni objetivos concretos a sus demandas. Sigue sin incluir en la ecuación un aspecto fundamental de la relación y de la guerra: la ayuda militar y la venta de armas a Israel, que más y más legisladores le reclaman que restrinja o condicione. Esta misma semana se sumaban a esas reclamaciones figuras centristas como los senadores Chris Coons y Tim Kaine o la expresidenta de la Cámara Baja Nancy Pelosi.

Líneas rojas que se vuelven rosas

Nadie se atreve a decir que este momento vaya a marcar un punto de inflexión, especialmente ahora que el empeño de EEUU de frenar la escalada de un conflicto regional se asoma peligrosamente al fracaso con las tensiones intensificadas con Irán tras el ataque israelí al consulado de Teherán en Damasco. Pero es que también, y como ha recordado Aaron David Miller, exnegociador del Departamento de Estado y ahora en el laboratorio de ideas Carnegie Endowment, “las líneas rojas que marca EEUU tienen una forma de volverse rosas”.

El propio Biden usa una dura retórica pública con Netanyahu, que ha ido intensificando poco a poco a lo largo de estos seis meses, en los que ha hablado contra “bombardeos indiscriminados“ o ha tildado de “excesiva” la acción militar en Gaza de Israel. Ha advertido repetidamente en público, en privado y a través de emisarios y negociadores en contra de una operación en Rafah, donde hay un millón de refugiados, mientras no haya un plan para proteger a los civiles. Mantiene asimismo una postura divergente sobre el futuro de la zona y aboga por el retorno de la Autoridad Nacional Palestina a Gaza y por nuevos esfuerzos para establecer un estado palestino.

Los desencuentros sobre esas cuestiones son públicos. Netanyahu no solo obvia o rechaza las ideas de Washington, sino que a veces lo hace de forma humillante. Aun así, Biden se mantiene a su lado. “Nunca voy a abandonar a Israel. La defensa de Israel es crítica”, dijo el mes pasado en una entrevista en MSNBC. “No hay una línea roja en la que voy a dejarles sin armas y hacer que no tengan la Cúpula de Hierro para protegerse”.

Armas y más

Ese apoyo “inquebrantable” y “blindado” a Israel, el país que más ayuda recibe de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial, tiene un eje militar. Aunque la petición de más de 14.000 millones de dólares que hizo Biden al Congreso sigue paralizada en la Cámara Baja por la resistencia de los republicanos a la ayuda a Ucrania que va en el mismo paquete legislativo, Washington sigue aplicando un acuerdo que se selló en 2016 bajo la presidencia de Barack Obama que dio luz verde a 38.000 millones en una década. Cada año Tel Aviv tiene garantizados 3.300 millones para comprar armas ofensivas y 500 millones para defensivas.

Washington, además, sigue blindando a Israel en Naciones Unidas. En el Consejo de Seguridad, por ejemplo, ha vetado tres resoluciones sobre el conflicto y aunque ante la última que pedía un alto el fuego humanitario por Ramadán se abstuvo, permitiendo su aprobación, negó potencia al texto afirmando que no era vinculante. No es el análisis dominante, pero lo cierto es que Ramadán acaba sin tregua.

Rechazo en EEUU

Qué hará Biden a partir de ahora es una incógnita pero sus acciones ponen en juego no solo Gaza, sino también su propio futuro político. Más de la mitad de los estadounidenses según los sondeos rechazan la acción militar de Israel en la Franja. El porcentaje se eleva al 75% en el caso de los demócratas según una encuesta reciente de Gallup. Y la campaña de protesta en las primarias que arrancó en Michigan, un estado con fuerte peso del electorado árabe-estadounidense, ha ido extendiéndose por todo el país.

Más de medio millón de los votos emitidos en su contra recogen el problemático sentir que se palpa especialmente en grupos clave para su reelección, como los jóvenes y los votantes de minorías. De momento está asegurado que 25 de los delegados que irán a la convención demócrata en agosto llevaran hasta Chicago ese rechazo a su política hacia Israel.

Las fracturas se acentúan, además de en las bases, en el partido. El senador Kaine ha afirmado que “el enfoque actual no está funcionando” y ha sugerido que se de “prioridad solo a la transferencia de armas defensivas conforme se congela la de bombas y otras armas que pueden matar y herir a civiles y trabajadores humanitarios”.

Es una idea que reiteran también otros senadores progresistas, como Chris Van Hollen o Bernie Sanders. “No puedes seguir hablando de tus preocupaciones por la situación humanitaria en Gaza y dar a Netanyahu otros 10.000 millones de dólares o más bombas. Es hipócrita”, decía esta semana el legislador independiente de Vermont.

Otro senador, Chris Murphy, ha advertido también de que la actual política de Biden hacia Israel plantea un riesgo para la seguridad nacional. “Cada momento en que esta condición humanitaria de pesadilla sigue en Gaza es un día en que EEUU es menos seguro porque tenemos responsabilidad junto a Israel”, ha dicho Murphy, que ha urgido a congelar la ayuda militar hasta que haya cambios reales. “No solo porque esperamos que tenga algún impacto en la toma de decisiones dentro de Israel”, ha razonado, “sino porque nos ayuda a aislarnos de parte de las repercusiones negativas que van a darse conforme crece el reclutamiento terrorista”.

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