Resumen Latinoamericano, 8 de mayo de 2024.
El gobierno de Estados Unidos aún no ha aprendido una lección repetida: los intentos de estrangulamiento económico normalmente no resultan en que la nación objetivo realice los cambios políticos generalmente deseados por quien aplica la sanción.
Los gobiernos a menudo actúan con propósitos opuestos a los suyos mismos. Ese es el caso de la reimposición por parte del gobierno de Estados Unidos de sus sanciones económicas a la industria petrolera de Venezuela.
A raíz del acuerdo del presidente bolivariano, Nicolás Maduro, con su oposición política para trabajar hacia las elecciones, la administración de Joe Biden se comprometió a suspender las sanciones al petróleo, la exportación más importante del país, del cual Washington había sido el mayor cliente extranjero.
La imposición de sanciones estadounidenses a la industria petrolera venezolana restringió la inversión norteamericana en esa industria, eliminó una fuente de ingresos en divisas provenientes de las exportaciones de petróleo utilizadas para comprar alimentos y medicinas en el extranjero y obstaculizó la refinanciación de la deuda de Caracas.
Las medidas económicas impuestas por la Casa Blanca, endurecidas durante la anterior administración de Donald Trump perjudicaron al venezolano promedio y fueron impopulares.
Además, dichas sanciones reimpuestas por Estados Unidos a las exportaciones de petróleo no detendrán por completo las exportaciones de petróleo bolivariano: sólo aumentarán los costos de exportación de Venezuela y reducirán los ingresos.
Lo más importante es que estas acciones uniletarales por parte de Washington, al golpear aún más la economía de la nación sudamericana, agravaron la enorme salida de venezolanos a los países vecinos y a los EE. UU.
Venezuela perdió hasta una cuarta parte de su población, cientos de miles de los cuales están apareciendo en la frontera sur norteamericana, exacerbando así la crisis fronteriza preexistente.
En otras palabras, las sanciones que buscan desestabilizar el gobierno de Nicolás Maduro, no han hecho más que crear caos en la frontera de Estados Unidos.
Sin embargo, sin aprender nada del fracaso total de la política coercitiva hacia Cuba, Estados Unidosintentó durante mucho tiempo las mismas políticas agresivas (sanciones económicas y un intento de golpe durante la administración Trump) hacia Venezuela, mientras de alguna manera esperaba un mejor resultado.
Ahora el gobierno de Biden se negó a tomar una salida a políticas tan desastrosas y podría haberlo hecho negándose a volver a imponer sanciones petroleras, lo que podría ayudar a reducir el precio de la gasolina para los consumidores estadounidenses y aliviar el caos fronterizo.
En cambio, la reimposición de las sanciones estadounidenses, podría empujar a más venezolanos desesperados a la frontera durante un año electoral estadounidense.
Todo esto ocurrió en paralelo con el completo fracaso de múltiples rondas de sanciones estadounidenses para lograr un cambio significativo en la guerra de Rusia en Ucrania.
El gobierno de Estados Unidos aún no ha aprendido una lección repetida: los intentos de estrangulamiento económico normalmente no resultan en que la nación objetivo realice los cambios políticos generalmente deseados por quien aplica la sanción.
El hecho es que los países tienen un número limitado de formas de mostrar su desaprobación de las acciones, políticas económicas o sistemas políticos de otro estado. Un tirón de orejas diplomático podría parecer demasiado débil; una acción encubierta u operación militar puede parecer demasiado drástica.
Por lo tanto, la opción por defecto parece ser tomar el camino medio de mostrar el sacrificio de relaciones económicas mutuamente beneficiosas para señalar la desaprobación de la política de la nación objetivo.
Al igual que Cuba, Venezuela no representa una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. La Casa Blanca necesita aprender a vivir con países extranjeros que tienen sistemas gubernamentales diferentes.
Washington tendría menos efectos nocivos “bumerang” de su intromisión en los asuntos internos de otros países si en cambio dedicaran más tiempo a resolver sus propios problemas.
Fuente: Almayadeen.
