La Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalem es la que, según cuentan, guarda los restos de Jesucristo entre sus paredes. Conocida por los locales como la iglesia de la resurrección, en su interior se encuentran el Calvario, donde se crucificó y murió Jesús de Nazaret, además de su tumba, desde donde se supone que resucitó al tercer día.
Con color propio
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Cromatismo, belleza rural, plazas y todo el cantando de sus calles lo convierten en una de las postales más bellas de la provincia.
Fue Helena, la madre del emperador Constantino I, quien puso rumbo en el año 325 a Tierra Santa con un fin: localizar los escenarios de la vida de Jesucristo. Al fin y al cabo, era la mejor forma de darle forma, incluso verosimilitud, a una religión que ya era tolerada en el Imperio Romano desde el Edicto de Milán en el año 313.
En dicho viaje, la matriarca inspeccionó a fondo el llamado Monte Gólgota, también conocido como El Calvario, donde halló una cueva y los restos de una cruz, dos indicios más que suficientes para ubicar aquí el lugar de la muerte, entierro y posterior resurrección de Jesús de Nazaret.
Una experiencia religiosa
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Aunque estas fechas se conmemoran a lo largo y ancho de España, estas localidades brillan con luz propia por la pasión y singularidad de sus actos.
Rápidamente su hijo ordenó levantar una basílica que el Peregrino de Burdeos definió en su Itinerarium Burdigalense como “una iglesia de maravillosa belleza”. Dicho escrito, datado en el 333, es la primera constancia de la existencia del que hoy es uno de los templos más sagrados y venerados por todo el Cristianismo.
De aquella basílica original poco queda, ya que con los años, las guerras y la ramificación de esta religión se han añadido naves, capillas y estancias para que Católicos, Ortodoxos y Armenios puedan cumplir sus particulares ritos y cuidar la tumba de Jesucristo y, por lo tanto, el lugar donde resucitó. En esta basílica, además, también se puede visitar la cueva donde la tradición indica que José de Arimatea depositó el cuerpo del Mesías así como la piedra desnuda sobre la que se apoyó la cruz.