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Un partido dominical en un parque de Nueva York entreteje generaciones de inmigrantes

Autor: Raul Vilchis

NUEVA YORK — Ender Mora llegó a la cancha de fútbol de Flushing Meadows Corona Park un domingo por la tarde con un par de nuevos amigos venezolanos que habían bajado de un autobús en Port Authority cuatro horas antes, después de un viaje desde la frontera de Texas.

Los dos jóvenes de 20 años no tenían calcetines, solo llevaban chamarras delgadas y parecían confundidos y agotados. Mientras esperaban su turno en el campo, Mora, con su uniforme de fútbol, se mantuvo ocupado llevándoles botellas de agua, sándwiches y abrigos más calientes.

“Sé que acababan de llegar, pero pensé que era importante que vieran esto, para que pudieran conocer a toda nuestra gente de aquí”, comentó Mora.

Desde hace décadas, el campo en Corona, Queens, a la sombra del monumento del distrito, la Unisphere, ha sido el hogar de varias ligas de fútbol de inmigrantes, en su mayoría latinoamericanos. En líneas generales, los equipos están organizados por identidad nacional. El último equipo en unirse a sus filas, llamado La Vinotinto, solo tiene miembros venezolanos.

Se formó el pasado abril en medio de la reciente afluencia de migrantes a la ciudad de Nueva York (más de 183.000 han llegado en los últimos dos años). Mora, quien ha estado en la ciudad desde 2022, se enteró del nuevo equipo gracias a otro inmigrante venezolano y de inmediato se apuntó.

Mora, de 36 años, había jugado fútbol a nivel semiprofesional en su ciudad natal, Mérida. Según Mora, al principio solo esperaba hacer algo de ejercicio, pero acabó por encontrar mucho más en los partidos semanales.

Un partido informal de fútbol Flushing Meadows Corona Park, en el distrito neoyorquino de Queens, el 14 de marzo de 2023. (Raul Vilchis/The New York Times)

Un partido informal de fútbol Flushing Meadows Corona Park, en el distrito neoyorquino de Queens, el 14 de marzo de 2023. (Raul Vilchis/The New York Times)

“Somos nuevos en esta ciudad y nos ayuda compartir nuestras experiencias con los demás”, afirmó. “A veces, la gente viene solo a hablar”.

Aunque muchos miembros de La Vinotinto han vivido en albergues de la ciudad y tienen dificultades para encontrar trabajo, “venir aquí es bueno para todos nosotros”, opinó. “Podemos escapar un poco de nuestra realidad”.

Llueva, truene o nieve, todos los domingos llega gente a los campos de fútbol. En verano, es común que en un día se jueguen más de 100 partidos, organizados en decenas de ligas privadas, en unas 20 canchas. Algunos jugadores llegan temprano para arreglar agujeros en las redes de las porterías, pintar líneas nuevas en el césped o poner sillas plegables para los espectadores.

Una tarde de febrero, después de una gran tormenta de nieve, los partidos continuaron a pesar de las malas condiciones. Jugadores de Colombia y México palearon la nieve de algunas partes del campo, mientras otros forraban sus zapatos con bolsas de plástico para mantener los pies secos.

Algunas canchas tienen tamaño reglamentario; otras son más informales, incluida una con un gran árbol en medio. Los jugadores se limitan a regatear el balón a su alrededor.

Un equipo está formado principalmente por guatemaltecos de la misma ciudad, Pajoca, y los jugadores se gritan indicaciones en su lengua maya, el kakchikel . Otro equipo habla en guaraní, la lengua indígena de Paraguay. El zumbido de los aviones del aeropuerto de LaGuardia se escucha a intervalos regulares cuando sobrevuelan los campos.

Cuando Jorge Chávez, inmigrante de Perú, fundó en 1986 una de las muchas ligas que juegan en el parque, tenía como objetivo crear un refugio para los recién llegados, comentó su nieto Martín Chávez.

Ahora, casi 40 años después, Martín Chávez, quien nació en Nueva York y relevó a su abuelo en la gerencia, ha visto la transformación de la liga como consecuencia de cada nueva tendencia migratoria.

En la generación de su abuelo, los jugadores provenían en su mayoría de Sudamérica: colombianos, peruanos, ecuatorianos y algunos chilenos. Para la década de 1990, se sumaron más centroamericanos y, en la de 2000, los mexicanos llegaron en cantidades más grandes.

Ahora, los venezolanos.

“La única diferencia es que en las noticias hablan de la gente nueva, pero este lugar no ha cambiado”, comentó Luis Leal, de 56 años, quien llegó a Nueva York hace 20 años desde Guerrero, México. “Aquí venimos a comer, a estar juntos y a crear conexiones”.

Leal, a quien se le conoce como Lucho y tiene una florería en Queens, ya no juega, pero sigue viniendo todos los domingos a animar a sus amigos.

Aunque hay iglesias y otras instituciones religiosas que han creado redes informales para ayudar a los migrantes recién llegados ofreciéndoles comidas, donaciones de ropa e incluso asesoramiento jurídico, Leal señaló que en el parque hay otro tipo de comunión.

“Todos los domingos estamos en comunión con el balón”, comentó. “No solo vamos a jugar el partido, sino a observarlo desde la banda, donde hacemos amigos. Nos ayuda a crear una comunidad”.

c.2024 The New York Times Company

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