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Paul Auster, cinco curiosidades del mimado de Brooklyn – Revista Mundo Diners

Autor: Revista Mundo Diners

Paul Auster es considerado uno de los escritores estadounidenses más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Foto: EFE.

Este no es un réquiem por Paul Auster. Tampoco un resumen de su vida o de su trabajo literario, de eso ya se han encargado quienes han escrito océanos la última semana. Lo que viene a continuación es un puñado de curiosidades, unas azarosas y otras no tanto, que se adhirieron a su existencia hasta convertirse en parte de la mitología de su vida. 

Un ídolo y el esferográfico

1955, estadio de los Gigantes de Nueva York. El hijo de 8 años de Queenie y Samuel Auster se encuentra por casualidad con su ídolo, Willie Mays. En medio de su euforia le pide un autógrafo y el jugador de béisbol accede. El niño se toca los bolsillos del pantalón, mira con desesperación a todas partes, pero nunca encuentra un esferográfico. Mays le regala una sonrisa y se va. Esa noche, Paul, el nombre que Queenie y Samuel le pusieron a su hijo, llora y se promete nunca más salir de casa sin un bolígrafo. 

Con el paso de los años, Paul Auster reemplazó los clásicos esferográficos por plumas estilográficas. Con ellas llenó cientos de cuadernos, donde escribió poemas, ensayos, novelas, obras de no ficción e, incluso, guiones de cine. En una entrevista para The New York Times, dijo que para él un bolígrafo es un instrumento primitivo. “Cuando lo usas sientes que las palabras están saliendo de tu cuerpo y luego las clavas en la página. Escribir siempre ha tenido esta cualidad táctil en mí. Es una experiencia física”. 

La querida máquina Olympia 

Casi todo lo que Auster publicó salió de la misma máquina de escribir, una Olympia portátil fabricada en Alemania. Se la compró a un amigo de la universidad, en 1974. Pagó 40 dólares y con ella sustituyó a una Hermes, que tenía las teclas dobladas y la tapa abollada. A la par de que comenzó a escribir -seis horas al día, siete días a la semana-, la tecnología avanzaba. Primero aparecieron las máquinas de escribir eléctricas y luego las computadoras; sin embargo, él siempre prefirió la suavidad de su Olympia.  

En 2003, en una entrevista para The Paris Review, confesó que los teclados siempre lo habían intimidado y que escribir en una computadora sería poco más que un experimento fallido. Un año antes había publicado ‘La historia de mi máquina de escribir’, un libro con ilustraciones del pintor Sam Messer. Los dibujos que este artista dedicó al autor y a su máquina consiguieron como escribió Auster, “convertir un objeto inanimado en un ser con una personalidad, con una presencia en el mundo”. 

Made in Hollywood

Hay escritores que ven a Hollywood con distancia, que huyen del ‘mainstream’ por miedo a perder cierto prestigio, pero a Auster siempre le gustó el celuloide. Tanto así que antes de dedicarse a escribir se planteó ir a la escuela de cine en París, como le contó al director Wim Wenders en 2017, en la revista Interview. La razón por la que no insistió fue porque se consideraba un joven demasiado tímido. “Me costaba tanto hablar delante de un grupo de personas que pensé: ¿Cómo voy a dirigir una película sino puedo dirigirme a ellos”. 

En la década de 1990 comenzó a escribir guiones para películas. Uno de los primeros fue el de ‘Cigarros’ (1995), dirigida por Wayne Wang, una historia que se basa en un cuento de Navidad que se publicó en el Times. La película está cargada de reflexiones filosóficas y uno de los personajes está inspirado en el propio Auster. Ese mismo año, junto a Wang, dirigió ‘Humos del vecino”, una continuación de esa historia. También escribió y dirigió ‘Heridas de amor’ (1998) y ‘La vida interior de Martin Frost’ (2007).  

Paul
Auster junto a Pedro Almodóvar en la entrega del Premio Princesa de Asturias. Foto: EFE

Béisbol y otras adicciones 

Desde pequeño, Auster encontró refugio en el béisbol. Como muchos niños, quiso dedicarse a este deporte, ser profesional, jugar en el Estadio de los Yankees y ganar una Serie Mundial, para suerte de sus lectores eso no ocurrió. En 1974, cuando todavía no vivía de la escritura, creó un juego de mesa, uno en el que había ‘pitchers’ y ‘catchers’ y hasta un estadio, pero nadie se lo compró. Después, llevó  este mundo a su literatura. Mr. Vértigo, fanático a muerte del béisbol, es uno de sus personajes más populares. 

Adivinen. Durante su infancia, Auster también quiso ser jugador de fútbol americano. Queenie, su madre, le compró el equipamiento necesario y comenzó a fantasear con jugar junto a esos hombres fornidos y con casco que veía los domingos en la televisión. En una de las cartas que le escribió al escritor J. M. Coetzee, con el que se carteó durante años, le confesó que cuando era niño se le metió en la cabeza que los jugadores de fútbol eran los “verdaderos héroes de la civilización moderna”. 

Auster es el escritor mimado de Brooklyn. No solo porque muchas de sus novelas están ambientadas en este distrito de Nueva York, sino porque durante años caminó y caminó por sus calles. Los fanáticos han trazado mapas de sus trayectos y de los lugares icónicos que acostumbraba visitar. Ahí aparecen el Museo de Brooklyn, Grand Army Plaza, Prospect Park, la Biblioteca Pública, el cementerio de Green-Wood y Sunset Park. Sin duda, el más popular y entrañable es el puente que conecta con Manhattan. 

Lo curioso es que la calle que marcó el devenir de Auster como escritor no está en Brooklyn sino en Manhattan. En 1979, vivía en el piso 1, del número 6 de Varick Street. Estaba separado y tenía un hijo que vivía con su madre. En el interior de su departamento había tres sillas, libros, un saco de dormir, una mesa, un lavabo y un cuaderno. No había cama ni cocina. Y para rematar, su padre había muerto poco tiempo antes. La vida en Varick Street quedó retratada en las memorias ‘El cuaderno rojo: Historias verdaderas’. 

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