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Cristianismo o hugonismo

Autor: Bruno

No hay sermón, por malo que sea, del que no pueda sacarse algo bueno, como decía Newman, y tampoco hay comentario que no remita a un tema interesante. Incluidos los de ateos, agnósticos, modernistas y troles. Especialmente los de ateos, agnósticos, modernistas y troles, me atrevería a asegurar.

Veamos, por ejemplo, un comentario del inefable Hugo Z. Hazckenbush, colocado en el artículo en que yo felicitaba el domingo de Resurrección a los lectores. Como mi artículo se titulaba “Himno de victoria en la mañana de Pascua”, D. Hugo respondía:

“Muy ‘bélico’ te veo Bruno. La resurrección no puede ser una victoria. Es una consecuencia de la naturaleza misericordiosa de Dios Padre y estaba garantizada para Cristo muriera en la cruz o […] a los 133 años.

Lo importante es que Cristo fue Camino, Verdad y Vida y por eso lo resucita el Padre. El que unos salvajes lo colgaran de un potro de tortura y le dieran una muerte horrible es solo una anécdota consecuencia de la miseria humana. Muy lamentable, muy triste y muy reveladora, pero anecdótica. Solo es achacable a los miserables que lo colgaron de la cruz”.

Sumamente interesante, ¿verdad? En particular porque se da la paradoja de que es, a la vez, una idea frontalmente anticristiana y una postura que todos hemos encontrado múltiples veces en gente de Iglesia. Si D. Hugo tiene una cualidad es la de reflejar de forma casi infalible el pensamiento ambiente y, en efecto, lo que nos dice en el comentario es lo que piensan la mayoría de los heterodoxos actuales, de forma admirablemente resumida: no hay redención, ni pecado original, ni sacrificio de Cristo y su muerte en la cruz no tiene ningún valor, sino que fue un accidente, luego el cristianismo consiste en creer que Dios es “todomisericordioso” porque sí, y ya está, no hay nada más. Puro veneno para la fe.

Más curioso aún que lo que dice, sin embargo, es lo que no dice, lo que da por supuesto. Los virus se desinfectan con aire y luz del sol, así que lo que siempre hay que hacer en estos casos es preguntar: ¿y tú cómo lo sabes? ¿Cómo sabes quién era Cristo, cuál fue el valor de su muerte y si era voluntaria o no, qué era lo que planeaba el Padre, por qué resucitó a su Hijo y un larguísimo etcétera?

Don Hugo, como todos los que defienden posturas similares, no cree en la sagrada Escritura, que enseña clarísimamente que Cristo era el Hijo eterno de Dios encarnado para nuestra salvación, que dio su vida voluntariamente por nosotros para cumplir la voluntad del Padre y que su sacrificio fue redentor y lo que nos salvó, venciendo a la muerte y el pecado. Tampoco cree, por supuesto, en la Tradición de la Iglesia, que considera una destilación del oscurantismo de épocas felizmente superadas. Y la sola idea de un Magisterio infalible es suficiente para provocarle violentas carcajadas.

¿Cómo sabe entonces lo que cree que sabe sobre Cristo? La respuesta es sencilla: no lo sabe. Toda la información que tenemos sobre el Señor nos viene a través de la Escritura y la Tradición, custodiadas por el Magisterio, pero él no cree que sean fiables y no toma de ellas más que algunas cosas que le gustan, desechando lo demás a su antojo. Por lo tanto, lo que dice sobre Cristo no nos da información sobre Cristo, sino sobre él. Es un reflejo de sus ideas y no de las del Señor, de lo que le gustaría que hubiera pasado y no de lo que pasó y de sus propios complejos y limitaciones y no de la maravillosa y sobrecogedora providencia divina. Es decir, su “fuente” de información es, simplemente, un espejo en el que se mira y su “Jesús” es una proyección, debidamente ampliada y mejorada, del propio D. Hugo. Y lo mismo, mutatis mutandis, se puede decir de todos los heterodoxos.

Se trata de la tentación gnóstica, que ha ido resurgiendo múltiples veces a lo largo de la historia, porque está enraizada en varias motivaciones muy poderosas, a veces contradictorias pero siempre presentes: el deseo de considerarse mejor que los demás a través de un conocimiento secreto y superior (los “perfectos” de los cátaros, los misticismos y arrobamientos de los alumbrados españoles, el esoterismo de la masonería o el virtue signaling del pensamiento woke actual), el intento de liberarse de las normas de una moral objetiva y revelada (“seréis como dioses”, como prometió el demonio a nuestros primeros padres),  y el anhelo de ajustarse al pensamiento de moda en cada época para no tener que sufrir. Es decir, tres motivaciones que apenas encubren al demonio, la carne y el mundo, respectivamente.

Obviamente, este camino  no lleva a ninguna parte y no es más que una forma de engañarse a uno mismo, poniéndose en el lugar de Dios. No se puede estar en Misa y repicando, hay que elegir. Del mismo modo que no se pude servir a Dios y al dinero, se puede ser cristiano o se puede ser hugoniano, pero no las dos cosas. Es una u otra. Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros: he puesto ante vosotros la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge la vida para que vivas, tú y tu descendencia.

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