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Por Angel Simon.@Adobe Stock
08 abr 2024, 08:00 0 Comentarios
Nayla Tabbara, teóloga musulmana libanesa, aprovecha el tiempo de Pascua para reflexionar sobre el significado de la resurrección en su propia tradición musulmana sufí.
“Que sepáis que Dios revivifica la Tierra después de su muerte (y puede revivir los corazones deteriorados de la misma manera). En verdad hemos aclarado las señales y las Revelaciones (para posibilitar tal renacimiento y) para que vosotros podáis razonar y entender”, dice el Corán (Al-Hadid 57,17).
La tierra revivida es la tierra, pero también somos nosotros, nuestras almas, e incluso nuestros cuerpos, ya que en el islam, como en el cristianismo, también hay resurrección del cuerpo: “Contempla, entonces, las impresiones de la Misericordia de Dios, cómo revivifica la Tierra muerta después de su muerte: con toda certeza entonces es Él Quien resucitará a los muertos (en una manera similar). Él posee pleno poder sobre todas las cosas” (Al-Rum 30, 50).
Todo muere y renace, todo resucita. No solo tras la muerte corporal, sino en todo movimiento de autotrascendencia mediante la muerte de algo en nosotros y el nacimiento de algo mayor, siempre dentro de nosotros.
En una comparación teológica, sutil o rebuscada, ¿podríamos ver el sentido del Misterio Pascual en toda experiencia humana de muerte y resurrección interior, con cada persona que deja morir una parte de sí misma para recibir una vida más viva?
Hay que pasar por la muerte para resucitar en Dios
El sufismo ordena: morir antes de morir. Hay que pasar por la muerte para resucitar en Dios, o permitir que Dios venga a vivir plenamente en nosotros. A esto se le llama fana, extinción, y le sigue el estado de baqa, superexistencia, o la subsistencia del ser por Dios. En este punto, ya no es la persona la que actúa, sino Dios quien actúa a través de ella, como se describe en el hadiz: “Me convierto en su oído por el que oye, en su vista por el que ve, en su mano por la que coge y en su pie por el que camina” (el “yo” de este hadiz se refiere a Dios). Y antes de la gran fana, la gran extinción, nuestra vida espiritual experimenta varias pequeñas fana baqa sucesivas.
Al mismo tiempo, el Corán parece decirnos que todos estamos conectados, como si fuéramos una sola alma, especialmente en la muerte y la resurrección: “Crearos a vosotros y haceros resurgir es como crear a uno sólo; es cierto que Allah es Quien oye y Quien ve” (Luqman 31,28).
¿Significa esto que cada muerte y resurrección humana es la de todos, en el sentido de que “cada alma que se eleva, eleva el mundo”?
Ahora bien, si estamos tan unidos, si cada uno de nosotros es una tierra que Dios revive, entonces tenemos que ser conscientes de esta relación. No podemos elevarnos sin ser conscientes de todos, sin amar a todas las almas, sin defender la dignidad de todos, sin trabajar por la liberación de todos, como Jesús liberó a los profetas y patriarcas del infierno el Sábado Santo.
Todos somos tierra, y toda la tierra es santa, y toda la tierra ha de ser liberada.
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Nayla Tabbara, teóloga musulmana libanesa, aprovecha el tiempo de Pascua para reflexionar sobre el significado de la resurrección en su propia tradición musulmana sufí.
“Que sepáis que Dios revivifica la Tierra después de su muerte (y puede revivir los corazones deteriorados de la misma manera). En verdad hemos aclarado las señales y las Revelaciones (para posibilitar tal renacimiento y) para que vosotros podáis razonar y entender”, dice el Corán (Al-Hadid 57,17).
La tierra revivida es la tierra, pero también somos nosotros, nuestras almas, e incluso nuestros cuerpos, ya que en el islam, como en el cristianismo, también hay resurrección del cuerpo: “Contempla, entonces, las impresiones de la Misericordia de Dios, cómo revivifica la Tierra muerta después de su muerte: con toda certeza entonces es Él Quien resucitará a los muertos (en una manera similar). Él posee pleno poder sobre todas las cosas” (Al-Rum 30, 50).
Todo muere y renace, todo resucita. No solo tras la muerte corporal, sino en todo movimiento de autotrascendencia mediante la muerte de algo en nosotros y el nacimiento de algo mayor, siempre dentro de nosotros.
En una comparación teológica, sutil o rebuscada, ¿podríamos ver el sentido del Misterio Pascual en toda experiencia humana de muerte y resurrección interior, con cada persona que deja morir una parte de sí misma para recibir una vida más viva?
Hay que pasar por la muerte para resucitar en Dios
El sufismo ordena: morir antes de morir. Hay que pasar por la muerte para resucitar en Dios, o permitir que Dios venga a vivir plenamente en nosotros. A esto se le llama fana, extinción, y le sigue el estado de baqa, superexistencia, o la subsistencia del ser por Dios. En este punto, ya no es la persona la que actúa, sino Dios quien actúa a través de ella, como se describe en el hadiz: “Me convierto en su oído por el que oye, en su vista por el que ve, en su mano por la que coge y en su pie por el que camina” (el “yo” de este hadiz se refiere a Dios). Y antes de la gran fana, la gran extinción, nuestra vida espiritual experimenta varias pequeñas fana baqa sucesivas.
Al mismo tiempo, el Corán parece decirnos que todos estamos conectados, como si fuéramos una sola alma, especialmente en la muerte y la resurrección: “Crearos a vosotros y haceros resurgir es como crear a uno sólo; es cierto que Allah es Quien oye y Quien ve” (Luqman 31,28).
¿Significa esto que cada muerte y resurrección humana es la de todos, en el sentido de que “cada alma que se eleva, eleva el mundo”?
Ahora bien, si estamos tan unidos, si cada uno de nosotros es una tierra que Dios revive, entonces tenemos que ser conscientes de esta relación. No podemos elevarnos sin ser conscientes de todos, sin amar a todas las almas, sin defender la dignidad de todos, sin trabajar por la liberación de todos, como Jesús liberó a los profetas y patriarcas del infierno el Sábado Santo.
Todos somos tierra, y toda la tierra es santa, y toda la tierra ha de ser liberada.
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