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Migrar para volver – Artezblai

Autor: Marcelo Solares

Decidí irme de Guatemala durante un año entero sin tener idea de qué podía pasar luego, de si existía un regreso o no. Decidí hacerlo porque no voy a negar que siempre es atractivo poder irse a otro lugar con más oportunidades, con más espacios y posibilidades de crecer. No voy a negar que es tentador tener la opción de irte de un lugar que aparentemente es poco fértil y poco amable con la humanidad.

Migrar, implicaba una serie de acontecimientos que debía sobrellevar. Implicaba un nombrarme y reconocerme como persona migrante (aún con todo en orden), implicaba saberme migrante frente a lxs otrxs, pero también implicaba, creo, por, sobre todo, reconocerme, posicionarme y ocupar un espacio como ser humano igual que cualquier otrx.

En 2021 viajé a Madrid y estuve con Residui Teatro hasta finales del 2022. Mordí la luna con ellxs y entendí lo importante del entrenamiento, de sus prácticas como teatro de grupo. Estuve de frente a las muchas islas flotantes del llamado “Tercer Teatro”, como le llama Eugenio Barba, estuve también de frente a la red Magdalena que se ha expandido por el mundo como raíces en la tierra. Tuve, durante un año, una visión bastante panorámica de esta forma de hacer teatro con, desde y para la comunidad.

No llegué a Madrid por pura fortuna. Llegué porque mi madre, migrante guatemalteca, resistió lo que significa ser migrante en otro territorio lejano y ajeno y su resistencia me facilitó el camino y las posibilidades. Migrar me daba miedo. Pensaba que todos y todas sabían mucho más que yo porque yo venía de un lugar al que nadie conoce, un territorio invisible, escondido a la vista de ese otro lado del mundo. Lo pensaba porque es así como se le enseña a quien migra que debe sentirse: ajeno-extraño-menos, y no es justo, ni para la persona, ni para el país de donde se viene, ni para su historia, ni para sus capacidades como ser humano.

Por un momento me cuestioné todo, le resté valor a lo que aprendí del teatro antes de migrar, pero después de un año fuera de mi territorio puedo decir que mi vida en el teatro está marcada por dos grandes espacios; uno me dio los títulos, (que no sirven para mayor cosa) y en otro aprendí, pero sobre todo entendí, que el teatro es un oficio, una profesión, y una manera de vivir. Aprendí y entendí desde la periferia, que unx hace del teatro una forma de vida y que el compromiso va más allá de complacencias estéticas, académicas, comerciales y superficiales. Cuando migré, ya llevaba conmigo lo que encontré allá que estaba buscando.

Malayerba me permitió acercarme a la dramaturgia y a entender la escritura, la acción y la memoria; Proyecto Lagartija me dio el espacio para el trabajo colectivo y el impulso para generar espacios para otrxs. Con Los del Quinto Piso entendí el compromiso y la responsabilidad ética, social y política con el teatro y nuestros territorios; El laboratorio Teatral de Artes Landívar, me permitió experimentar e investigar de la mano de Cecilia Porras y Evelyn Price, con quienes me acerqué al trabajo con el cuerpo; y siguiendo el trabajo con Evelyn posteriormente, me adentré aún más al entendimiento y reconocimiento del cuerpo como la herramienta de creación por excelencia. Esto me permitió cimentar en mí y en mi discurso, la idea de que el teatro que puedo hacer y ofrecer, es un teatro que no busca ser entendido, sino más bien sentido.

Cuando migré, llevaba conmigo un cuerpo físico, espiritual y mental en completa disposición.

Me interesaba seguir dialogando con mi cuerpo, encontrar una voz que no tuviera miedo de salir, identificar nudos que pudiera desatar, encontrarme con otras tradiciones y culturas, con otras formas de crear, me interesaba seguir descubriendo el teatro.

Para mí, Residui es un grupo de teatro que entiende su oficio como una herramienta vital para la construcción social desde sus diversas y particulares formas de ofrecerse y con quienes compartirse; niñxs; migrantes; mujeres; jóvenes; profesionales; diversidad sexual; adultxs; personas con capacidades diversas; refugiadxs. No desde una mirada paternalista, sino desde la posibilidad de poder crear, construir y convivir para borrar estigmas e ideas sobre la relación de unxs con otrxs.

El año 2022 fue revelador en muchos aspectos de mi vida, pero voy a centrarme en el oficio del teatro. Fue encontrarme de más cerca con una forma de hacer teatro, que, aunque en Guatemala no sea lo más común o lo que más prevalezca, sí existe y existió, pero ahora se ve marginado por toda la industrialización del teatro, de las artes escénicas en general.

Vi de Residui que el esfuerzo y el compromiso, en el país de origen o en otro, – como en su caso, que son un grupo de teatro proveniente de Italia, pero asentados en Madrid desde hace más de 15 años-, hace posible el tener un espacio físico cuando ese es el deseo colectivo e individual. Un espacio para el juego y para el trabajo, para el entrenamiento y para el compartir-transmitir conocimientos, para el encuentro y el diálogo. Sé que no fue ni es una tarea sencilla llegar hasta ese punto, porque tener un espacio requirió de sacrificios y resistencia constante, de entrega, de hacer posible lo imposible.

Entonces reafirmé dos cosas: lo necesario y urgente de que en nuestros países en Latinoamérica el estado se ocupe y garantice derechos y oportunidades para el sector cultural y artístico que hasta ahora no hay; que entienda y que le apueste al crecimiento y profesionalización del sector como algo fundamental para el desarrollo del país y que esto permita la creación de espacios culturales por y para la comunidad; que permita intercambios y trueques; que permita la sostenibilidad de este oficio como cualquier otro.

Y por otro lado, reafirmé que a pesar de no contar en Latinoamérica con muchas opciones de subvención, plataformas, fondos para proyectos, ayudas para la creación, etc, el teatro en Latinoamérica es un teatro de referencia para el mundo, desde sus prácticas y sus metodologías de creación, desde sus diversas culturas, y es porque han sabido resistir y coexistir a pesar de todos los escombros. Por eso empecé a sentirme parte de este territorio en el que nací, porque es tras la vida a lo que voy. No es que antes no me sintiera parte, pero a partir de ese momento se convirtió en una decisión personal, porque la vida y el teatro, son decisiones constantes, diarias, contundentes.

Durante un año me permití observar mi cuerpo en acción, en movimiento. Y reafirmé que, del cuerpo a través de todas sus memorias, físicas y emocionales, uno construye y se construye. Quizás parezcan reflexiones lógicas, pero me tomó un tiempo estar consciente de ello. Con la práctica diaria fui capaz de identificar algunos nudos que intenté ir desatando, encontré otras posibilidades de movimiento: desde la danza desconocida; desde el entrenamiento con el ritmo y la música; desde los elásticos con la metodología de cuerpo elástico; desde el Kathakali, Kathak y Odissi de la Inda; desde la improvisación y el trabajo con máscaras; desde los cuerpos afrodiaspóricos y las tradiciones brasileñas, desde la voz y la dramaturgia, por mencionar algunos de los espacios en los que participé.

Dejé fluir por el cuerpo el impulso de cada entreno, de cada presentación y de cada palabra que se me compartió, y descubrí de nuevo a mi cuerpo como el registro vivo de las experiencias, como ese plano que se va trazando en la piel y en el espacio para la edificación del teatro, como apunta Evelyn Price.

Al volver, intenté seguir con la práctica diaria, quizás no el mismo tiempo ni la misma constancia, porque el espacio físico es lo que más falta para nuestro oficio en este país, y aun así, entendí que el espacio, por diminuto que sea, es útil para que el entrenamiento siga existiendo, llevándolo a otras prácticas cotidianas, expandiéndolo al día a día y a hacer del cuerpo el espacio del entrenamiento actoral.

Ese entrenamiento, como práctica constante de “ejercitar” el teatro, se hace a través del cuerpo, la voz, la escucha, la observación, el análisis, la lectura, la repetición de una serie de prácticas. La disciplina en el trabajo psicofísico del actor-actriz se logra a partir y a través de diversos ejercicios y su repetición constante como elemento fundamental para el descubrimiento y asombro continuo de nosotrxs mismxs en el oficio.

Cada grupo o actor/actriz es capaz de construir y estructura su propio entrenamiento desde sus experiencias, herencias, tradiciones y búsquedas, y aunque coincida con otros en el mundo, se trata de un trabajo único porque cada persona obtiene a cambio de ese oficio y compromiso, distintos resultados y descubrimientos, distintos problemas a resolver y distintas formas de abordarse.

Entendí que para Residui, como para muchos otros grupos, el Training ha sido un compañero más en la sala de trabajo, que fue desde ahí que se ha sostenido la permanencia del grupo y sus múltiples implicaciones con la comunidad. Tomar al entrenamiento como un compañero más, hace que la responsabilidad con el teatro se expanda y cobre otro sentido del porqué hacerlo, porqué seguir haciéndolo y porqué compartirlo con otrxs. Pienso ahora, luego de entrenar durante un año de manera constante, que entrenar no es solo desde lo físico, también desde la observación y la investigación, desde el análisis y la lectura, desde el cuestionamiento sobre el trabajo técnico y ético que conlleva hacer teatro y ser actor/actriz. El entrenamiento es realmente necesario, quizás aquello a lo que ningún interprete debiera renunciar ni reemplazar por nada más. No para trabajar un cuerpo físico estético, bello y estereotipado, sino para entenderlo en todos sus planos, para descubrir el cuerpo vivo en disposición del acto teatral, para descubrir aquello desconocido, aquello que ha permanecido oculto y también para identificar aquello que no queremos seguir cargando y transmitiendo, para ser un cuerpo disponible y en escucha de su entorno y de su mismo territorio, un cuerpo capaz de construir y deconstruir. Entrenar es la posibilidad de filosofar y escribir poesía con el cuerpo y desde el cuerpo, aquel que ha sido y es atravesado por su contexto y su historia.

Dediqué gran parte de mi estadía a la escritura/sistematización de los entrenamientos como grupo y algunas reflexiones sobre lo que observaba/sentía del trabajo de Residui Teatro.

Mientras escribía en la computadora el orden de los ejercicios o las sensaciones que me provocaban, antes, mi cuerpo ya lo había escrito en sí mismo, ya estaba registrado y guardado.

Estuve como un observador activo de toda la experiencia, de todo lo que era el grupo: el espacio; sus entrenamientos; sus proyectos hacia la comunidad; sus encuentros con el oficio desde otras latitudes; la reflexión constante sobre sus prácticas; la relación con Latinoamérica a través de diversos grupos; la relación constante con el Odin Teatret y sus prácticas; su forma de relacionarse entre ellxs. El teatro no solo se aprende haciéndolo, también observándolo y analizándolo, descubriendo cada detalle del espectáculo entero o cada detalle del entreno. El teatro se aprende también escribiéndolo.

Entendí que hay un territorio que nos permite habitarlo, (incluso a la distancia) sin importar el lugar en el mundo, ni el idioma, ni el género, ni la cultura. Simplemente nos reúne el mismo impulso, los mismos sueños, aunque no las mismas formas de ejercerlo y oficiarlo, y he ahí lo valioso de poder participar del encuentro, de nombrarse o sentirse parte de algo más grande, porque es así como nos nutrimos unxs de otrxs, siempre, como flores y hierba que están en un mismo jardín. Este territorio es el de los que están al margen del espectáculo, de lo masivo, de lo comercial, al margen de la industria misma porque el objetivo no es demostrar y vender, sino mostrar y ofrecer, para el intercambio, para la convivencia humana.

Viene a mi cabeza la imagen/idea de “Crear es morder la luna”, el nombre de un taller que Residui ofrece a la comunidad infantil. Me hice preguntas sobre ¿cómo es morder la luna?, ¿cómo esa acción es el equivalente a crear?, ¿por qué? Lógicamente es imposible morder la luna, pero ir tras ello se convierte en el objetivo, en la meta a alcanzar en donde construyendo una dinámica y un proceso, finalmente se llega a un resultado y entonces, morder la luna se convierte en la metáfora de ese resultado que se hace posible compartir.

Y desde esa perspectiva, cada día fue y es aún, una forma distinta de morder la luna, de crear. Y con crear no me refiero únicamente al resultado escénico, sino también a crear posibilidades, crear relaciones, estrategias, soluciones, una forma de vida, una forma de hacer teatro.

Entendí también, a partir de mis experiencias hasta hoy, que habitar es ofrecerse al espacio y de alguna forma adaptarse al entorno, no por obligación sino por el oficio mismo. La tarea reside en mantener un equilibrio emocional y de trabajo entre el espacio y quienes deciden habitarla, sin negar que, por momentos, el equilibrio desaparece para poder enfrentar los problemas y saber cómo solucionarlos o sucumbir a ellos y trabajar en cómo resurgir. Los problemas o las complicaciones tienen dos partes: la dificultad de asumirlo y el trabajo de repararlo, aunque cada intento conlleve errores y equivocaciones, porque es ahí donde se gesta la creación y quizás, la innovación.

Finalmente, entendí que constantemente pensamos que irse del país en el que tocó vivir es la salida más fácil, (cuando se tiene las posibilidades y privilegios de hacerlo) y aunque también creo que migrar debería ser un derecho y poder decidir dónde querer asentarse, pienso que resistir, por lo menos desde mi oficio y desde mi perspectiva hoy, no irse o volver es lo que hace posible construir otras narrativas sobre lo que sucede en el país.

Eso entendí cuando vi que grupos de Latinoamérica eran la referencia a nivel pedagógico y de creación y pensé, ¿qué hago aquí si soy de allá? Y así como decidí irme, también decidí volver, porque creo que cuando las posibilidades no existen, podemos intentar procurarlas, crearlas, compartirlas, e intentar escribir una historia que no es la correcta o la mejor, sino la que se ha decidido vivir. Volví para crear con aquello que ya tenía antes de irme y con lo que me fui a cargar allá. Sigue la búsqueda, sigue el encuentro, sigue la memoria.

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