El tratamiento facial de dermatología estética que más se hace en España es la aplicación de toxina botulínica en el rostro. En 2021, última fecha de la que hay datos oficiales, cuatro de cada diez intervenciones tenían este fin, según el informe que maneja la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). Y desde entonces hasta ahora la tendencia no ha cambiado. Todo lo contrario.
El bótox se relaciona con rostros sin arrugas por los que parece que no pasa el tiempo, aunque realmente los expertos en dermatología y estética no están muy de acuerdo. Según su criterio, no se trata de tener la cara ‘planchada’ sino de «envejecer con elegancia», como define muy bien la dermatóloga María José Calderón.
Precisamente por esto, no hace falta esperar a verse mal para ir a una clínica en busca del milagro. Cada vez es más popular el uso preventivo del bótox, que es «la utilización de distintos neuromoduladores con la idea de evitar o prevenir la aparición de arrugas de expresión, sobre todo en el entrecejo, la frente y las llamadas patas de gallo», prosigue esta misma dermatóloga.
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Un tratamiento seguro La toxina botúlinica se usa en medicina desde hace más de tres décadas para tratar enfermedades neurológicoas, parálisis, espasticidad… En ese sentido, todo lo relacionado con la seguridad del fármaco está más que estudiado y demostrado.
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Para ciertas arrugas En el uso preventivo, el bótox se usa para suavizar las arrugas dinámicas, que son las que tienen que ver con el sobreuso o hiperfuncionamiento de los músculos. Al aplicarla, estos tienen menos fuerza.
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Para mujeres y hombres Aunque ellas son las que más recurren a esta técnica, en los últimos tiempos ellos también se animan cada vez más. En su caso, como los músculos tiene más fuerza se utilizan dosis mayores.
Su colega Sara Carrasco, también dermatologa, asiente: en un principio, la toxina botulínica «se usaba para quitar las arrugas. Es un punto de partida algo antiguo. Tras 20 años de uso en medicina estética, ahora se hacen tratamientos con ella para mitigar la formación de las mismas». La diferencia es importante porque el bótox preventivo se utiliza a unas edades donde la lozanía todavía es alta. Ambas profesionales coinciden en que, aunque cada caso merece un trato personalizado, de los 25 a los 30 es un buen momento para acudir a un profesional en busca de un buen diagnóstico. «Hay que fijarse en el estado de la piel de cada paciente porque hay chicas que a los 28 ya tienen muchas arrugas de expresión y otras que con 35 ninguna», aclara Calderón.
– ¿Y a los 20?
– Lo desaconsejaría totalmente. Es una piel todavía muy joven y muy tersa. No lo veo necesario -admite con sinceridad Calderón.
Carrasco tampoco cree que sea necesario un tratamiento de este tipo por debajo de los 25. Pero indica que a partir de esa edad hay casos donde esta más que justificado: se trata de «personas que hacen deporte al aire libre, algo que envejece mucho; quienes tienen ojos claros, porque los fuerzan para regular la luz; y los miopes, porque hacen el mismo gesto pero para enfocar». En estas situaciones, es muy recomendable pasar por consulta si queremos disminuir esas líneas que se nos dibujan.
Ojo con las ofertas
El tratamiento es «sencillo», relata Calderón. Y en muchos casos no dura más de quince minutos: el tiempo que se tarda en inyectar el bótox. Pero ojo, porque hay que hacerlo siempre con profesionales y ante las más mínima duda «pedir una segunda opinión». Esta experta en dermatología avisa de que en cuanto a salud, lo barato puede salir muy caro. El coste de un tratamiento preventivo con neuromoduladores varía en función del profesional, el fármaco que se usa y la cantidad, pero suele oscilar «entre 300 y 500 euros», aventura Carrasco. «Por debajo de esas cifras hay que tener cuidado». Y lo primero que hay que mirar es que quien nos hace el diagnóstico es un médico experto en dermatología «no un comercial o un auxiliar», precisa esta última dermatóloga.
Los resultados cuando nos pinchamos bótox no son inmediatos pero casi. A partir de las 48 horas empieza a hacer efecto y sigue aumentando hasta pasados 15 días del tratamiento. En ese momento, el resultado ya es el ‘prometido’. A partir de entonces y de manera lenta, va desapareciendo. ¿Hasta cuándo? Lo normal es que dure entre cuatro y seis meses, pero esto no quiere decir que haga falta volver a inyectarse llegado ese momento. «Yo, a mis pacientes jóvenes no les recomiendo hacerlo antes del año. Los resultados en su caso son muy buenos», relata Calderón. Ni aunque el paciente se empeñe: «Hay que decir más veces que no que que sí. No es un mito, es una realidad», subraya Carrasco.
Ni engancha ni todas las caras son reales
Muchas veces se habla de que el bótox engancha. «Químicamente desde luego que no», subraya la dermatóloga Sara Carrasco. Lo que engancha es vernos bien. «Es como ir bien vestido o bien peinado». No obstante, el profesional que aplica la toxina botulínica a un paciente tiene que saber ver más allá e, incluso, convencerle de que quizá los defectos que se ve no son tales. «Con las redes sociales y los filtros hay cierta dismorfia. Hay gente que quiere esos rostros y tienes que explicarles que son irreales. Es mejor respetar tu fisonomía y mejorarla sin estridencias. Sin pretender parecernos a algo o a alguien que no somos», señala la también dermatóloga María José Calderón.
