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Uno corre para honrar sus raíces, explica Verónica Palma

Autor: Alberto Aceves

El municipio de Guachochi, en Chihuahua, es tan tranquilo que por la mañana sólo se escucha el canto de las aves. Algunas mujeres caminan por profundas barrancas para llevar costales de maíz y frijol a otras comunidades, suben y bajan ligeras con faldas anchas y huaraches con plantillas de hule hechas a mano, como si sus pies no tocaran el suelo. En medio de esos caminos de climas extremos, donde la mayoría habla un castellano limitado y el transporte público es casi inexistente, Verónica Palma no deja de correr. Su técnica consiste en tocar ligeramente las piedras mientras resiste con poco alimento y agua las difíciles condiciones de las alturas.

Correr es parte de nuestra vida, dice a La Jornada la corredora rarámuri, cuya vida transcurre no muy lejos de la civilización como la del resto de los pobladores; gente de piel cobriza, cuerpos compactos, piernas largas y una extraordinaria resistencia para transitar grandes distancias a lo largo de la Sierra Tarahumara. Hay lugares en la montaña donde es peligroso andar sola. Muchas veces salimos a conseguir agua o traer leña hasta el otro pueblo, cruzamos la vegetación casi todos los días. Como no tenemos transporte, lo más conveniente es hacerlo a pie, pero, si corres una vez en la sierra, corres para siempre.

Verónica tiene 34 años. Trabaja en la coordinación de Pueblos Originarios de la dirección general de Desarrollo Social y es una de las seis mujeres rarámuris que completaron uno de los circuitos de relevos más complejos que alguna vez se recuerden, desde el Muelle de Santa Mónica, en Los Ángeles, hasta Las Vegas. Entre todas –Yulisa Fuentes, Isidora Rodríguez, Lucía Nava, Argelia Orpinel, Rosa Ángela y ella–- tenían que dividirse los 550 kilómetros sin parar durante tres días por una ruta con pendientes pronunciadas, caminos de tierra y angostos arroyos.

La primera en salir fui yo a las cuatro de la mañana. Corrí con mis huaraches, pero ya después de ocho kilómetros me empezaron a molestar mis pies y me puse un par de tenis. Lo más difícil vino con la lluvia, había mucho lodo y nuestros vestidos se sentían muy pesados. Al segundo día, cuando hice otros 14 kilómetros, me detuvo una patrulla porque iba en sentido contrario. Yo no entendía nada de lo que me decían. Pensé que me iban a llevar o hacer algo, y me asusté. Ya después una persona que hablaba en español les explicó lo que estába-mos haciendo, no lo podían creer.

Para las mujeres rarámuris salir de su pueblo para una carrera es una ocasión que amerita varios días de preparación por la Sierra, probarse con los rivales mestizos o chabochis, como ellas los llaman. Verónica ya no acostumbra a usar huaraches en su trabajo, se lo recomendaron desde hace un tiempo, pero siente que sus pies tienen memoria. No concibe más que un mundo en el que pueda correr y ayudar a conservar sus tradiciones, de la misma manera que lo hicieron sus ancestros.

Ellos cazaban corriendo para poder comer. Y eso me decían mis compañeras: nos gusta correr, porque en nuestro pasado también lo hicieron, relata orgullosa desde Ciudad Juárez, donde hace 21 años empezó a medir su resistencia en circuitos de 10, 21 y 42 kilómetros, hasta llegar a los 63 en la barranca de Guachochi. Al principio estaba insegura. Mis compañeras Lucía y Ángela no se prepararon muy bien. Yulisa tiene su equipo de basquetbol y las otras dos, María Isidora y Argelia, me decían que no sabían lo que era un entrenamiento. Yo les decía que se trataba de salir a correr un rato allá donde viven, pero para ellas eso era parte de su rutina.

Ya mero llegamos

A Verónica le gusta estar sola. Con su falda ancha de tela estampada y colores muy llamativos, le toma entre una y dos horas finalizar la compleja ruta de la montaña donde la mayoría de los jornaleros tienen campos frutales. Creo que es una manera de agradecer a Dios la vida que él ha puesto en mi camino, describe con los pies todavía doloridos, las plantas resecas y una imagen que ronda sus pensamientos desde que regresó de Estados Unidos. Aquel momento en el que ella y otras cinco mujeres rarámuris, con las manos alzadas debajo del icónico letrero Welcome to Fabulous Las Vegas, sintieron que habían conquistado el mundo.

Cuando vi las luces de la ciudad reflejadas en el cielo se me salieron las lágrimas. Poco a poco los letreros se fueron acercando más. Yo les decía a mis compañeras que ya mero llegábamos, que teníamos que hacerlo juntas hasta la meta, porque para eso nos habían invitado. Cada una debía correr en total 90 kilómetros, pero algunas se perdieron y otras corríamos la parte de quienes ya no podían por los calambres o necesitaban descansar. Nunca imaginamos qué tanto eran 550 kilómetros. Es algo que representa todo: nuestra cultura, mi comunidad, a todos los rarámuri de nuestro México. Un sueño del que no sé cuándo voy a poder despertar.

Con el apoyo económico de integrantes del equipo Ra ra ra, que costearon los trámites migratorios y el transporte aéreo, así como la renta de una casa rodante y sus alimentos, las seis mujeres –cuatro que viven en la sierra de Chihuahua y dos en ciudades– terminaron en el tercer lugar de la carrera The Speed Project. En la plataforma de crowdfunding Donadora, lograron reunir además 234 mil 93 pesos de los 500 mil que esperaban alcanzar con donativos, una cifra que para muchas era casi imposible.

A mí me gusta andar buscando la manera de apoyar a los niños allá en la Sierra. El año pasado fui a una comunidad, les llevé ropa y un poquito de alimento, pero no alcanzó para todos y me sentí mal. Son personas que necesitan mucho apoyo, reflexiona Verónica sobre las condiciones en que viven miles de niños y adultos en la Sierra Tarahumara. “Hay cosas que es mejor no contar. No voy a decir quién ni en dónde, pero muchas veces escuché que me decían ‘¿por qué corres, si no ganas?’, ‘pareces loca corriendo en la montaña’. Gracias a eso aprendí a seguir adelante sin escuchar a los demás”.

Nacida en Mesa de Papajichi, Chihuahua, Verónica Palma, indígena y madre de dos hijos, emigró a Ciudad Juárez para apoyar a su familia. Es una de las cinco protagonistas que aparecen en el documental 42.195, presentado en octubre en la Cineteca Nacional, donde se cuenta la historia de cinco mujeres a las que correr les cambió la vida. Uno corre también para honrar sus raíces, afirma mientras la tarde cae de nuevo en la frontera sobre sus pies ligeros, que son todo para ella.

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