Ser barcelonista tiene estas cosas: mientras el resto del mundo del fútbol padece únicamente cuando ni los marcadores ni el juego acompañan, el culé es tan, tan diferente que es capaz de ‘sufrir’ preventivamente porque su equipo es demasiado bueno. Está pasando con este equipo femenino que lleva años haciendo historia, de triunfo en triunfo. Ser campeón de todo exige también rivales a la altura y eso no está ocurriendo en la Liga F, como la directiva del Barça le hizo saber esta misma semana a Beatriz Álvarez, presidenta de esta competición doméstica que se sigue jugando demasiadas veces en campos de grada escasa y que, para crecer deportiva y económicamente, necesita urgentemente más calidad en el campo y más cantidad fuera de él. Fue un aviso para navegantes, porque para ser alguien cuando se sale por el mundo primero hay que tener respuesta vecinal. La Champions League pide más que la Liga F y este Jueves Santo se demostró, tanto en la tribuna como en el césped. De los 5.510 espectadores, 650 eran de un Brann noruego que poco les importó que se trajeran un 1-2 adverso de sus frías tierras para animarse a estar con sus futbolistas. La cifra ya revela un interés por el fútbol femenino digno de imitar: este Barça necesita una competencia similar en casa y ‘socios’ en su entusiasmo con el fútbol femenino en la Liga.
De momento, ya está en su sexta semifinal europea consecutiva, soñando ya con su tercera corona si se carga otra vez al Chelsea. Mientras, sigue siendo un lujo para el culé ver jugar al equipo de Giráldez con unas brillantes Alexia Putellas y AItana Bonamtí y la siempre estimulante electricidad de Caroline Graham Hansen, que es de Oslo pero regatea como en Copacabana.
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No es extraño que ni la tentación migratoria que plantea la Semana Santa pueda con el poder de seducción de este equipo, que juega al fútbol combinando a partes iguales el espíritu competitivo con un sentido del espectáculo que atrae también a la Premier. Pero, para jugar así, hay que estar aquí.
