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Gracia y encanto

Autor: heraldo.es

Richard Dawkins es uno de los científicos más famosos y reconocidos de nuestro tiempo. Biólogo de profesión, es autor entre otras muchas publicaciones de ‘El gen egoísta’, una obra de referencia sobre las bases biológicas de la conducta humana; pero es tanto o más conocido como uno de los representantes del ‘nuevo ateísmo’ –junto a autores como Christopher Hitchens, Daniel Dennett y Sam Harris, los llamados ‘cuatro jinetes del no apocalipsis’–, por su radical crítica intelectual de la visión religiosa de la vida y, en particular, de la creencia en un Dios personal propia del cristianismo.

El caso es que en los últimos días, en una entrevista en la cadena LBC que se ha hecho viral en las redes, Dawkins no solo declaraba ser un cristiano cultural, que comparte el ‘ethos’ del cristianismo y aunque no es creyente disfruta con los himnos y los villancicos, sino que está “encantado” de vivir en un país cristiano, cuya cultura defiende y reivindica; y aunque como ateo militante se alegra del descenso del número de creyentes ve con horror la posibilidad de que desaparezcan las catedrales o las iglesias parroquiales.

Considerado como un representante del llamado ‘nuevo ateísmo’, Richard Dawkins reconoce sin embargo que se encuentra cómodo dentro de la ‘cultura cristiana’

Comentando la entrevista, y algunas reacciones a la misma, el historiador Tom Holland subrayaba que el propio ateísmo de Dawkins es la expresión de una cultura específicamente cristiana, “como el propio Dawkins, sentado en la rama que ha estado cortando y mirando nerviosamente al suelo, parece haber comenzado a darse cuenta”, y recordaba la nietzscheana cuestión de hasta qué punto se pueden conservar los marcos de la moral cristiana después de matar al dios cristiano. Y la cuestión, en efecto, es esa. Lo más importante para hacer o para conservar una catedral no son las piedras ni la técnica arquitectónica, sino el deseo y la voluntad de dar culto. Porque no hay cultura sin culto, como recordaba a propósito el poeta Enrique García-Máiquez. Y tan importantes como las catedrales de piedra y los himnos que se cantan en ellas son las catedrales del espíritu: los grandes proyectos del cuidado, la atención a los últimos y la reivindicación de la razón y la dignidad. No hay los unos sin los otros. Tampoco en estas últimas hay cultura sin culto; ni culto sin cultura. Y lo más importante para la existencia de todas ellas son los que con sus dudas e incoherencias confiesan y viven a Cristo.

Podemos pensar que algunos de esos cristianos culturales a lo Dawkins, más que el cristianismo al que han combatido incansablemente, lo que añoran en realidad es el encanto de la cristiandad en la que pueden plantear cómodamente ese combate, ahora que ésta parece haber entrado definitiva e irremediablemente en crisis (como ha diagnosticado certeramente la filósofa Chantal Delsol), pero sin la gracia del primero. Pero hay que recordar que la cristiandad, con todos sus defectos, límites y errores históricos, era una herencia del cristianismo, y no al revés. Y que pretender una cultura cristiana sin Cristo es tanto como querer mantener vivo un fuego sin que haya oxígeno.

Pero no hay cultura sin culto y el legado moral del cristianismo no puede sostenerse sin quienes creen en Cristo

En la ciudad donde paso estos días hay un viejo convento de monjas convertido hace pocos años –inevitablemente, como tantos otros– en un hotelito ‘con encanto’, que es una buena estrategia de marketing para reivindicar otra forma de lujo: la de una belleza particular. La antigua capilla del cenobio acoge la recepción y el bar del hotel, de una forma sencilla y respetuosa para quien mira con los ojos que pudieron contemplar de otra manera ese espacio, pero para los que realmente ha perdido la gracia. Tiene encanto, sí, pero no tiene gracia.

Andrés García Inda es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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Bill Frist. Cirujano de Trasplante de Corazón y Pulmón. Forbes 11 de marzo 2024. Soy médico, certificado en dos especialidades clínicas y personalmente he escrito miles y miles de recetas para que los pacientes traten y prevengan enfermedades. Pero en mis años de práctica nunca escribí una receta para alimentos . Eso está a punto de cambiar.

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